Voy a contarles mi primera experiencia con el sexo anal. Fue una experiencia
hermosa con un hombre del que estuve enamorada muchos años, y que quizás tenga
más capítulos por escribir. Él es un buen amigo de mi exnovio, así que
coincidíamos en muchas fiestas y reuniones. De inmediato me llamó la atención la
inteligencia con la que se desenvolvía. Tenía una cultura impresionante, algo
que a mí me resulta muy atractivo. Además, es delgado, de complexión atlética y
tiene una mirada salvaje un poco intimidante. Nos gustamos desde el principio,
ahora lo sé, y siempre tuvimos conversaciones muy divertidas e interesantes.
Además, tiene un sentido del humor muy agrio, lo cual realmente me fascinaba,
porque no a cualquiera le queda ese papel. Con el tiempo nos hicimos buenos
amigos. Yo respeto mucho su opinión y siempre he confiado en él cuando necesito
un buen consejo, es una de las personas más racionales que conozco, aunque ahora
también conozco su lado salvaje. Por eso también me resultaba difícil intentar
alguna aventura con él, me parecía que él ocupaba su tiempo en cosas menos
banales que mis deseos o confusiones sentimentales. A pesar de que sé que soy
una mujer inteligente, él me hacía sentir como una simple.
Por otro lado, nunca tenía novia ni era mujeriego, casi siempre llegaba solo
y se iba solo de las fiestas, algo que era de llamar la atención. Algunos de sus
amigos pensaban que era gay de clóset porque su actitud hacia las mujeres
resultaba inexplicable. Muchas de las mujeres que lo conocían lo consideraban
muy atractivo pero algo arrogante, por lo que pocas eran las que se le
acercaban. Al fin y al cabo, las chicas también queremos divertirnos.
La historia empieza cuando, después de un proceso muy doloroso, terminé con
mi novio, su amigo. Me alejé un poco de todo lo que tuviera alguna relación con
mi novio, incluyendo a todos sus amigos. No obstante, el contacto no se rompió
del todo. Nos saludábamos en el chat y fuimos a comer en un par de ocasiones,
pero para mí seguía siendo una especie de medio hermano. Aunque yo tenía un
nuevo novio, en el fondo deseaba que pasara algo con él, y el hecho de que fuera
tan buen amigo de mi ex lo hacía un poco más excitante. Una vez que estábamos en
el chat, me dijo que tenía que hacerme una confesión. Estaba casi convencida que
se trataba de algún problema en su trabajo o de que le gustaba alguna chica de
su oficina, pero mi corazón empezó a latir de inmediato con la esperanza de
alguna aventura. Le dije que podía confiar en mí. Me contestó que siempre se
había preguntado cómo sería estar conmigo, acariciar mi cuerpo y morder mis
labios. Mis ojos no daban crédito a lo que estaba leyendo. El corazón se me
salió de control, las piernas y los brazos me temblaban. Siguió diciéndome lo
bella que era para él y que deseaba desde lo más profundo de su ser, poder
mostrarme, aunque fuera una vez, cuánto me admiraba en todos los sentidos.
Me quedé pasmada, en cuanto me recuperé, contesté lo más rápido que pude. Le
dije que él también me gustaba en muchos sentidos, que era mi persona favorita
para platicar y que muchas veces me había sentido muy atraída, pero que había
decidido que era mejor no mover las cosas. Me propuso que nos viéramos esa misma
tarde. Yo tenía mucho trabajo atrasado pero no podía negarme. Tendría que
trabajar tiempo extra la siguiente semana. Quedamos en un bar cercano a mi
departamento. Al llegar, él ya me estaba esperando. Yo estaba muy nerviosa al
principio. Pedimos cervezas y empezamos a platicar como siempre lo hacíamos.
Después de un rato, se me olvidó lo que había pasado unas horas antes en el
chat, hasta que me tomó la mano. Noté que su mano estaba fría y nerviosa, lo
cual me llenó de ternura y un poco de excitación. Ese hombre que para mí había
sido un hermano mayor, realmente sentía algo muy fuerte por mí. Sólo dijo
“vámonos”. Dejó la cuenta pagada y salimos del lugar. Me abrazó por la cintura
mientras caminábamos a mi departamento. No hablamos mucho en el camino. En mi
mente me preguntaba cómo serían sus besos, sus caricias, sus gemidos… Llegamos a
mi departamento y fuimos directo a mi habitación. Ahí comenzó a acariciarme,
lentamente, de una manera muy sensual. Con las copas que habíamos tomado, yo
estaba bastante excitada. Hubiera querido que me hiciera suya en ese momento,
que me abrazara y me arrancara la ropa, pero lo dejé seducirme a su manera.
Me pidió que me acostara y cerrara los ojos. Sentí sus labios acariciándome
la cara, y su lengua recorriendo la zona detrás de mis orejas. Su aliento me
hacía un cosquilleo muy excitante que me puso peor de lo que ya estaba. Ámame,
le dije. Su voz me susurró al oído que no había prisa, que íbamos a amarnos por
horas sin descanso. Aquella voz me decía que necesitaba que mi mente se abriera
por completo para que disfrutara cómo cada una de sus palabras se metía en mí y
me hacía gozar, cómo cada caricia suya se materializaba, penetrando mis deseos
hasta que él y yo llegáramos a fundirnos en un sólo movimiento. Sentía su calor
muy cerca de mi piel. Ya en ese momento mi concha estaba deseosa de recibirlo.
Sus dedos pellizcaban mis pezones suave y rápidamente. Luego me besó metiéndome
la lengua en el paladar. Yo gemí de placer. No me había dado cuenta cómo sus
palabras y sus movimientos sutiles me tenían al borde de un orgasmo. Aquello era
más que un beso, su lengua salía y entraba de mi boca, penetrándome hasta el
paladar de una forma tremendamente excitante… me estaba cogiendo por la boca de
una manera que me hacía rendirme al placer. Vente princesa, vente… mi amor,
vente… Tomé su mano y la puse sobre mis senos; él metió su muslo entre mis
piernas provocando un espasmo me recorrió de los pies a la cabeza. ¡Me estaba
viniendo sin siquiera haberme quitado la ropa! No entendía qué estaba pasando,
incluso me espanté un poco; le pedí que se detuviera, todo eso era muy intenso
para mí. Sólo sonrió y me acarició con mucha ternura, su mirada era tan
diferente ahora, como si fuera otra persona. Toda su arrogancia y su
racionalidad habían desaparecido. Me tranquilizó, me dijo que me sentía
vulnerable ahora pero que después iba a sentir un poder y una alegría inmensos.
Me aseguró que no me iba a hacer daño, que lo único que quería hacer era
mostrarme lo hermosa que era y que para eso tenía que liberar el placer que
había en mí. Me dijo que las mujeres como yo tenían una capacidad natural para
gozar y que por eso transformaban todo el entorno, como un especie de energía
vital que debe salir para que haya alegría en el mundo. Tú eres la alegría del
mundo, me dijo. Aquello me lleno el corazón de una gran emoción y lo besé
profundamente, lo besé como nunca había besado a otro hombre, quería abrirme por
completo ante él, hacerlo gozar a él también, devolverle la alegría que me había
dado. Nos desnudamos rápidamente. Nuestros cuerpos estaban impacientes por
sentirse. Me gustaría detallar todo aquel encuentro, pero me llevaría unas diez
páginas más describir la forma en que nuestros cuerpos se fueron encontrando,
como sus manos fueron dando forma a mi cuerpo mientras su lengua recibía el
sabor de mis endurecidos pezones todo el tiempo; tener su pene en mis manos y
luego sentirlo entre mis piernas fue un placer largo y húmedo que terminó en un
orgasmo mutuo. Después de tomar un descanso nos metimos a la ducha y allí fue
donde comenzó la parte más hermosa de todo esto.
Nos besábamos con furia bajo la regadera. Él me tenía sujeta del trasero,
apretándome bien fuerte para que nuestros cuerpos se frotaran ansiosamente. Yo
estaba abrazada a él, moviendo las caderas y restregándole la panocha en el
muslo. Mi mano libre gozaba con su pene, duro y firme como una escultura de
bronce pero con una punta suave y apetitosa como una deliciosa fresa. Nuestras
lenguas se enredaban en un delirio de sensaciones muy intensas. Yo no sabía qué
hacer. Eran demasiados estímulos. Quería tomar su pene, quería que me besara,
que me cogiera, que me comiera los pezones, lamerle el cuello, en fin, eran
demasiadas opciones. Me pidió que me volteara. Accedí gustosa, poniendo las
manos contra la pared del baño. Saqué un poquito el culo invitándolo a que me
hiciera suya. Él me abrazó por la espalda, tomando mis senos entre sus manos y
colocando su pene entre mis nalgas. Comenzó a morderme la nuca. Yo movía el culo
para sentir la firmeza de su pene. Sentí como si empezáramos a fundirnos el uno
en el otro. De pronto se agachó y me pidió que sacara más el culo para que su
lengua pudiera gozar mi panocha.
Me sentí extraña porque nunca le había ofrecido mi intimidad a nadie de esa
forma tan expuesta. Su cara quedaría literalmente pegada a mi culo y eso me
hacía sentir incómoda en cierta forma, pero recordé lo que me había dicho sobre
abrir mi mente al placer. Me agarró bien fuerte de las caderas y comenzó a
comerse mi entrepierna. En cuanto sentí su lengua bebiéndose mis jugos
vaginales, me olvidé de aquellos prejuicios. Me sentía como una hembra en celo,
siendo cortejada y a la espera de que el macho la monte, pero a la vez, sentía
que aquello que estábamos haciendo era como una forma de arte, era una forma de
expresar el profundo cariño y admiración que sentíamos el uno por el otro. Su
nariz me hacía cosquillas cerca del culo, era una sensación sumamente excitante
que me hacía desear un contacto más directo en mi chiquito. Sus dedos se
deslizaban alrededor del clítoris, explorando el punto de máximo placer. Me
tenía gimiendo como loca. Entonces subió su lengua hasta mi ano y empezó a
lamerlo rápidamente. Aquello era el paraíso. La cabeza me daba vueltas por tanta
intensidad, supongo que mis hormonas estaban a todo lo que dan. Separó mis
nalgas con las manos para poder jugar con mi chiquito a su gusto. Me dijo que
iba a comerse mi culo una y otra vez y que después iba a hacerme suya. Empecé a
tocarme la panocha, pero él no me dejó, el clítoris y los labios de mi entrada
eran territorio exclusivo de sus dedos… entonces empecé a pellizcarme los
pezones. Mientras tanto, sentía cómo su lengua empujaba mi esfínter hacia
adentro, convenciéndolo para que se abriera al placer que empezaba a penetrarlo.
Casi desesperada le pedí que me cogiera, su pene era como una necesidad, como
algo que me hacía falta tener. Empecé a venirme, las piernas se me doblaban.
Entonces se levantó y me cogió. Cuando sentí su verga entrando en mi panocha
casi llore de emoción. Aquello era realmente como encontrar algo que era mío,
que había necesitado y buscado por largo tiempo y que ahora finalmente venía a
mí. Aquel orgasmo fue larguísimo. Él acabó rápidamente mientras yo seguía
viniéndome. Entonces me di cuenta de las posibilidades que tenía como mujer. Le
pedí que no me sacara la verga y que siguiera bombeándome despacito. Es tuyo, no
te lo voy a sacar hasta que termines, princesa. Lentamente el orgasmo se fue
apagando, como una vela que empieza a menguar. Me esperó pacientemente, hasta
que lentamente pude incorporarme para abrazarlo muy fuerte y besar su pecho.
Al otro día amanecimos abrazados. Yo me desperté antes que él. Me sentía en
un cuento de hadas erótico. Después de tantos años de estar dormida, mi príncipe
me despertaba al verdadero sentido del placer. Su cuerpo me parecía más hermoso
de lo que yo nunca hubiera imaginado, y no porque fuera un modelo, sino porque
era real, hecho de carne y deseo, capaz de darme todo aquel placer paradisiaco.
Mi propio cuerpo me parecía mucho más hermoso, me sentí satisfecha de mí misma,
satisfecha de mis tetas que habían sido mamadas hasta el cansancio, satisfecha
de mis nalgas que habían sido cabalgadas con fuerza, satisfecha de mi rostro que
había inspirado aquella pasión dentro de otro ser humano; en una palabra,
satisfecha de estar acostada ahí con él, compartiendo nuestro deseo; no podía
pensar en un mejor lugar para estar en ese momento que ahí, abrazada a él. Me
dieron unas ganas inmensas de tirármelo dormido. De inmediato me puse a jugar
con su pene flácido. Obviamente él se despertó y quiso participar en mi juego,
pero le pedí que siguiera dormido, pues iba a explorar su cuerpo mientras él
descansaba. Él comprendió mi fantasía y cerrando los ojos, quedó inmóvil. Le
mordí el cuello mientras pellizcaba sus pezones suavecito. De inmediato se
pusieron duros, alimentando la humedad en mi entrepierna. Él apenas podía
mantenerse inmóvil, su respiración se agitó pero me siguió el juego. Seguí
lamiendo sus pezones y tocándome la panocha. Luego, froté mi panocha húmeda en
su abdomen y después me bebí mis propios jugos lamiéndolos en la zona alrededor
del ombligo y empujando su hermoso pene de bronce con mi nariz, olfateándolo y
haciéndole ligeras caricias con la lengua. Su cuerpo entero temblaba de deseo y
no pudo contener un gemido cuando mi lengua empezó a gozar su deliciosa verga.
Me la comí completa, la devoré a cada centímetro con una gula inexplicable.
Quería comerme aquella verga hasta alcanzar las bolas. Su leche empezó a
llenarme el paladar, era el líquido preseminal porque no había sentido su
explosión. Tomé las bolas con una mano, con la otra lo masturbaba siguiendo el
sube y baja de mi boca. Él no aguantó más y me pidió que lo dejara participar,
pero le dije que no se podía mover hasta que hubiera acabado con él. Puse mi
lengua en la suave punta de su hermoso pene y froté la verga con mi mano,
chupándola como a una deliciosa paleta. No tardó en venirse abundantemente. Me
comí parte de su leche y otra parte deje que se escurriera en su abdomen para
después poder chuparla. Una vez que terminé de limpiarlo golosamente, me acosté
a su lado, y nos besamos, dándole a beber su propio semen. Aquello me puso a mil
otra vez y lo besé igual que la tarde anterior, abriéndome por completo a lo que
pudiera pasar. Él lo notó y de inmediato me agarró el trasero de la misma forma
que lo había hecho en la regadera. No hubo necesidad de palabras, me di la
vuelta para ofrecerle las nalgas. Tómalas a tu gusto mi vida, hazme lo que
quieras. Me abrazó por la espalda, tomando mis tetas entre sus manos y
poniéndome la verga flácida y aún húmeda de su leche y mis lengüetazos, en medio
de las nalgas. Su lengua me mordía la nuca suavecito y su aliento me hacía unas
cosquillas demasiado excitantes. Aquella posición me hacía sentir que me poseía
por completo, yo quería que me abriera y me penetrara toda, ofrecerle todo mi
cuerpo a su gusto. De nuevo empecé a sentir esa necesidad de que me penetrara
con el pene. Me acostó boca abajo y empezó a morderme las nalgas y a lamerme el
ano con una pasión incontenible. Me metió dos dedos en la panocha y un tercero
me tocaba el clítoris. Uff, empecé a gemir como nunca, su lengua y sus dedos me
estaban llevando al paraíso. Entonces puso su pulgar en mi chiquito y empezó a
empujar. Ni siquiera se me ocurrió resistirme, quería recompensarlo por todo lo
que me había hecho vivir aquellas horas, que hiciera conmigo todo lo que
quisiera, que me usara como a su puta. Paré el culo para darle un mejor acceso a
sus lamidas y de inmediato mi esfínter se abrió y empezó a disfrutar de su
pulgar. Ya estás lista para que te coja por el culo. El tono de su voz era
diferente. Sus movimientos también eran diferentes. Sabía que me iba a coger de
una manera diferente a lo que había hecho hasta ese momento, pero confié en él.
No me moví, seguía acostada boca abajo, esperando su verga. Me puso una almohada
debajo de la cadera para sostener mi culo paradito. Se montó encima de mi
trasero, mojó su verga en mi panocha y luego la frotó contra mi chiquito. Lo
hizo así varias veces hasta que mi culo era una mezcolanza de jugos vaginales,
líquido seminal y sudores mezclados.
Yo me retorcía de ansiedad y movía el culo intentando ensartarme en su verga.
Me puso la punta en el chiquito y se quedó quieto para dejar que yo sola me
ensartara. Quise meterme su pene en la vagina pero él lo quitó. Me dijo que me
estaba portando mal y que iba a tener que castigarme. Sí, castígame
–pensé–
hazme lo que quieras. Abrí las piernas para que pudiera metérmelo más fácil.
Volvió a mojarme el culo con la punta de la verga y esta vez se recostó encima
de mí pero sin aplastarme. Yo no podía moverme, me tenía totalmente atrapada
debajo de su pecho. Entonces empezó a empujar lentamente. Sentí como la cola se
me iba abriendo lentamente, para recibir la punta de aquella jugosa fresa.
Aaaah, me duele… pero métemela más. Luego vino la parte firme del pene. Sentí
cada centímetro entrándome, sentía la forma de su pene, la palpitación de sus
venas conforme iban pasando por mi esfínter. Ufff, así, métemela toda. Aquello
era un exquisito placer mezclado con un poco de dolor. Una vez que su verga
estuvo completamente adentro de mí, juntó mis piernas para que mi trasero se
apretara. Se quedó inmóvil gimiendo de placer. Podía sentir toda su verga
palpitando por dentro de mí. Comenzó a bombearme, primero despacio y muy
sensualmente, para que mi cola se acostumbrara al visitante que la estaba
abriendo por primera vez; luego fue rápido y salvaje. Yo sólo lo oía gemir y
decir que mi culo era el más delicioso que se había cogido. Cógetelo bien,
cógetelo todo lo que quieras. Empezó a tirarme del pelo y morderme la nuca.
Muérdeme, cógeme, soy tu culo. Cada embestida me hundía en la cama. Sentía su
cadera golpeando contra mis nalgas apretadas, me lo estaba clavando realmente
duro, era la primera vez que sentía toda la fuerza de un hombre entrando y
saliendo de mí con aquel vigor. Me dio un poco de miedo que me lastimara, pero
me di cuenta que ya me estaba cogiendo de una forma brutal y a pesar de que
sentía el dolor de sus mordidas y tirones, no me sentía lastimada en lo
absoluto. Aflojé el recto lo más que pude para que me entrara todo y luego lo
apreté ligeramente. Él gimió y se detuvo. Podía sentir su verga hincharse y
contraerse, lista para empezar a bombear esperma adentro de mi cola. Me tiró el
pelo con más fuerza, haciéndome gritar; estaba retrasando la eyaculación, aún no
quería venirse. Aflojé el esfínter para dejarlo que se repusiera. Luego de unos
momentos empezó a bombearme de nuevo. Ahora yo sabía cómo controlarlo. Lo dejé
que me gozara un poco más. Gózame todo lo que quieras, papacito. Luego voy a
apretar el culo para hacer que me llenes la cola con tu leche. Aquel aflojar y
apretar lo había excitado mucho más, empezó a hacérmelo lentamente, apriétame la
verga mami, apriétala. Lo dejaba entrar y luego lo apretaba; cuando me ensartaba
todo su miembro, sentía que me moría, agarramos una sincronía en el vaivén de
sus embestidas que me fascinó. Empezamos a aullar de placer hasta que sentí su
verga hinchada de semen, le pedí que me bombeara más fuerte y luego apreté el
culo con más fuerza todavía; de inmediato sentí las pulsaciones de su esperma
caliente escurriéndose en mis intestinos, lo que me provocó un placentero
orgasmo. Sentí un ligero desvanecimiento, como si me hubiera desmayado por un
segundo y luego me encontré totalmente relajada mientras él retiraba su verga,
antes firme y orgullosa, ahora flácida y disminuida. Se derrumbó junto a mí
temblando. Me acurruqué y le di un beso en la mejilla. Sentí su temblor, la
fragilidad de su cuerpo que se había entregado por completo, lo cual me dio
mucha ternura. Lo besé con furia para agradecerle su entrega y también para
hacerle sentir un poco mi superioridad femenina, y luego lo dejé descansar entre
mis brazos. Lentamente nos quedamos dormidos en ese mundo de fantasía donde sólo
nosotros existíamos; el mundo exterior, era apenas un recuerdo nebuloso de algo
que alguna vez existió y que siempre podía esperar todo el tiempo necesario
hasta que nuestros cuerpos deseosos terminaran de amarse.
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