Nunca pude aborrecer algo tanto como las cenas de Navidad de empresa.
Nunca pude acostumbrarme al pelotilleo de los caraduras de costumbre.
Nunca me gustó tener que reírme de las gracias de la jerarquía. Así que
la noche no había prometido ser nada agradable, en ningún aspecto.
Quizás el menú fuera lo único que pudiera salvarse y por supuesto que
todo dependía de quien me pusieran al lado. Sin embargo la casualidad
quiso que todo fuera bastante distinto. A mi lado, a la derecha se sentó
una compañera, del departamento de compras con la que hablaba de vez en
cuando. A mi izquierda se sentó Vicente, un compañero de organización,
con aparente mal genio, quisquilloso, vozarrón pero muy buen tipo. A
ambos, lo habíamos comentado más de una vez, no reventaban aquellas
celebraciones. Enfrente estaba toda la tropa de mantenimiento. Un buen
grupo, siempre de buen humor y organizando jaleo. Eran siempre los
primeros en irse pero para seguir la juerga en otros sitios, más a su
aire. El resto de la larga mesa y del comedor estaba ocupado por el
resto del personal, cada cual más variopinto y ruidoso. Un poco más allá
de los puestos de Alicia y Vicente estaban animados grupos que
conversaban alegremente entre si. Era una de las pocas veces que vi a
Alicia en uno de aquellos actos sociales. Vicente, era un clásico pero
siempre por su lado, quejándose siempre de todo. Llevábamos muchos años
trabajando juntos y no solo nos llevábamos bastante bien si no que
además nos conocíamos bastante.
La cena había transcurrido con normalidad, el menú era más que bueno y
el vino excelente. La conversación de mis acompañantes amena y la
sobremesa se hizo demasiado corta. Al salir del restaurante, Ramón, el
jefe de mantenimiento nos propuso ir con ellos a tomar una copa. Era
este el clásico local de moda, con la música a todo volumen, demasiado
para nosotros tres que en cuanto pudimos y atendiendo a las sugerencias
de Vicente abandonamos aquel bar para dirigirnos a otro.
Este otro se trataba de un Pub de estilo inglés, muy al estilo de
Vicente. Allí continuamos las conversaciones abandonadas en la sobremesa
e infructuosamente intentadas en el disco-bar. Al rato Vicente se
excusó, alegó sueño, y se fue. La verdad es que sus ojos apenas eran más
que una línea.
Alicia y yo continuamos nuestra charla mientras acabábamos nuestras
consumiciones. Tratamos los temas más intrascendentes. Los que se supone
que nutren una conversación entre compañeros en aquella situación. A
los dos nos gusta la playa. Más que la playa el mar. A ella para tomar
el sol y bañarse y a mi para pasear, pescar y bañarme. Fue entonces
cuando descubrí que era naturista practicante y que curiosamente
frecuentábamos playas vecinas, tan solo separadas por un pequeño espolón
de rocas que se adentraba en el mar. A esa playa acudía muchas veces a
pescar y cuando se lo dije y le conté que era un buen lugar y que solía
pescar buenos peces allí se rió y me dijo que me creería cuando le
enseñase aquellos "pescados". En tono de guasa le contesté que no le
creería lo del naturismo si no me dejaba comprobar que no tenía marcas
de bañador sobre la piel. Se rió alegremente y continuamos charlando de
playas, de sitios, de nada en concreto.
Al acabar nuestras copas nos fuimos de allí, ya era hora, ninguno de los
dos parecía estar acostumbrado a aquellos trasnoches. Decidí
acompañarla hasta donde tenía aparcado su coche que quedaba casi de
camino hacía mi casa. Hacía fresco, ella se arrebujó dentro de su abrigo
y durante unos metros caminamos en silencio. Luego continuamos hablando
de nada en particular.
La calle estaba animada, llena de jóvenes ruidosos que iban de un bar a
otro. De repente nos vimos envueltos en un pequeño tumulto protagonizado
por un grupo de muchachitos ebrios que salían en tropel de uno de los
locales de moda de aquella calle del casco antiguo de mi ciudad.
Instintivamente pasé mi brazo sobre el hombro de Alicia y salimos de
allí. Me dirigió una mirada cómplice, apoyó su cabeza sobre mi hombro y
se apretó contra mí mientras me decía que estaba frió y que aprovechaba
la situación. Caminamos así unos metros hasta alejarnos del aquel jaleo.
Nos detuvimos y desde la distancia, ya separados, observamos durante
unos segundos el escándalo que protagonizaban.
Caminamos sin prisa, charlando animadamente, hasta que llegamos a la
entrada del aparcamiento público donde había dejado estacionado su
coche. Me propuso llevarme hasta casa y acepté. Aprovechó un semáforo en
rojo y volviéndose hacia mi me preguntó si había pasado una buena
velada. Le dije que si pero que me hubiera gustado comprobar si de
verdad no tenía marcas blancas del bañador en su cuerpo, ella sonrió con
ojos chispeantes. El semáforo se puso en verde y continuamos nuestro
trayecto De pronto y sin decir nada se detuvo y me preguntó mientras
señalaba con un gesto de la cabeza hacia un hotel sospechoso de alquilar
habitaciones por horas, cerca de la cual había detenido el coche
-<¿Tienes prisa?>. Dije que no y estacionó el coche un poco más
allá. Entramos y cogimos una habitación. Pedimos que nos avisaran a las 6
de la mañana. Subimos y al entrar en la habitación nos abrazamos con
fuerza mientras nos besábamos.
Como si hubiera estado ensayado nos fuimos desnudando, mientras nos
besábamos, dejando caer la ropa al suelo y a trompicones llegamos hasta
la cama. Allí, hechos un nudo apretábamos nuestros cuerpos uno contra el
otro mientras nos besábamos con casi fruición. Ella se detuvo un
instante y de un salto se levantó y guiñando un ojo dijo que tenía que
ir al baño, recogió su bolso del suelo por el camino, entró y cerró la
puerta.
A los pocos minutos, para mi media eternidad, volvió magnífica, desnuda.
Se acercó a la cama y se dejó admirar. Esbozó una cálida y alegre
sonrisa y me lanzó el desafío de encontrarle una parte de su cuerpo
donde no le hubiera dado el sol. Se acostó sobre la espalda y
extendiendo sus brazos y piernas ofreció su cuerpo a mi búsqueda.
Lentamente fui recorriendo su cuerpo con mi mirada, con mis manos, con
mis labios, dejando a cada poco un breve beso sobre su aún tostada piel.
Le comí literalmente la boca y fui bajando despacio mientras como diría
Joaquín Sabina le iba haciendo un jersey de saliva. Fui glotón con sus
pechos y me deje ir. Fui descendiendo por su vientre, rebasé su ombligo,
coroné su monte de Venus y bajé dejando que mi boca ansiosa encontrara
entre el vello los ya entreabiertos labios de su sexo. Me dejé llevar
por la situación, por el deseo, por sus cadenciosos movimientos que
levemente inició su cadera, por el sonido de su respiración. Pronto su
respirar perdió el ritmo, se hizo entrecortado. Sus manos sujetaban mi
cabeza con firmeza pero a la vez de forma delicada dirigiendo mis
movimientos y acompasándolos a los suyos.
Los dedos de sus manos se crisparon entre mis cabellos mientras sus
muslos apresaron mi cabeza. Mi boca se llenó de sus fluidos vaginales y
su pecho estalló en un orgasmo irrefrenable. Lentamente fue cesando en
los movimientos cimbreantes de su cadera, haciéndolos más pausados, más
profundos, al ritmo de su respiración, más quedos sus gemidos.
Cuando se hubo relajado un poco salí de entre sus piernas y fui subiendo
por su cuerpo, deshaciendo el camino anterior. Cuando quise dejarle un
beso en los labios, me paró y con un delicioso mohín en la sonrisa me
quitó de la comisura de la boca un ensortijado cabello de su vello
púbico.
Volvimos a juntar nuestras bocas mientras ella separaba más sus piernas y
con su mano introducía mi pene en el interior de su vagina. Pronto
volvió a recuperar la cadencia en las caderas al mismo ritmo los dos,
complementándonos. Con movimientos de todo el cuerpo fuimos dejándonos
llevar por el momento que nos envolvía.
Pronto nos estuvimos los dos gimiendo y jadeando entrecortádamente al
tiempo que un delicioso orgasmo recorría nuestros cuerpos que seguían
acoplándose en cada movimiento, en cada inspiración, en cada jadeo, en
cada gemido, en cada beso.
Lentamente fuimos cesando en el movimiento de nuestros cuerpos mientras
el lógico efecto de la eyaculación hizo que mi pene abandonara la
calidez de su vagina. Fatigados nos dejamos caer en la cama mientras
seguíamos dándonos besos cortos y suaves.
Casi al unísono nos levantamos y entre besos nos fuimos al baño a
asearnos. Yo finalicé antes y me dirigí otra vez a la cama. Allí volví a
esperarla tumbado encima de la ropa. la observé mientras salía del baño
y procedía a recoger la ropa dispersa por el suelo. Tenia una forma de
andar un punto insinuante, máxime estando descalza. No era ninguna
belleza, cercana la cuarentena su cuerpo mostraba de forma evidente el
paso inmisericorde de los años. Sus pechos más bien pequeños habían
perdido ya su anterior firmeza aunque sus pezones parecían intentar
elevarlos por todos los medios. Mujer deportista, su silueta mantenía
cierta lozanía, su cintura se marcaba sobre unas caderas que daban paso a
unas nalgas afectadas por la celulitis al igual que sus muslos, algo
rollizos. Su vientre ya no era tan liso y por debajo de su ombligo
iniciaba una leve curva que finalizaba en un pubis densamente poblado de
un rizado vello negro. Indudablemente su cuerpo desnudo es el de una
mujer atractiva muy deseable aunque hasta entonces nunca había reparado
en ella, al menos de aquella manera. Me levanté y juntos ordenamos
nuestras prendas y las dispusimos ordenadas sobre el escaso mobiliario
de la habitación.
Regresamos a la cama y nos acostamos. La besé con fuerza en la boca.
Después me hice un poco hacia atrás mientras la contemplaba. Ella
sonrió, se acercó y se apretó contra mi pecho mientras se relajaba y se
dejaba vencer por el mismo sueño que empezaba a hacer su efecto también
en mi.
Las seis llegaron pronto y sonó el teléfono, Alicia se estiró y atendió
el aviso de recepción. Me despertó y se puso sobre mi acariciando mi
cara y mi pecho con sus pezones. - <Son las seis ya> me dijo. Yo
tome sus pechos con mis manos y se los acaricié. Los atraje hacia mi
boca y mientras con los labios jugaba con sus duros pezones y sus
aureolas mis manos recorrían su espalda y apretaban sus nalgas. Ella se
dejó hacer melosa. Lentamente se dejó ir hacia abajo ofreciéndome
nuevamente la tentadora boca ligeramente entreabierta. Enzarzados en un
beso goloso puso una rodilla a cada lado de mi cuerpo. Apoyé mis manos
en su cadera buscando aquella cálida suavidad que ya conocía. Se
enderezó mientras bajaba su cadera atrapando lentamente entre las
paredes de su vagina mi ansioso pene. Un breve gemido dio paso a un
movimiento lento de su cadera. Lento y rítmico.
Estiro sus brazos sobre su cabeza y cerró los ojos mientras aumentaba el
ritmo y la profundidad de la penetración. Yo procuraba acompañar sus
movimientos mientras buscaba acariciar todo su cuerpo. Entre suaves
jadeos se dejó ir hacia delante Apoyó las manos en el colchón a ambos
lados de mí y dobló el cuello dejando que su cabello cayera sobre mi
cara y mi pecho. Le acaricié la espalda, los pechos, el vientre, las
nalgas, todo lo que pude mientras ambos cabalgábamos irrefrenables hacía
otro orgasmo. Pronto llegó, desenfrenado, intenso, ansiado. Se dejó
caer sobre mí, Yo la apreté, ella movía su pecho de lado a lado para
apretar sus pechos contra mi pecho. Crispo su cuerpo, durante unos
segundo lo puso en tensión y cuando lo relajó comenzó a besarme en la
cara de forma que parecía desenfrenada.
Estuvimos en esa postura un buen rato mientras nos besábamos con
ternura. Ella se apretaba contra mí mientras yo le acariciaba suavemente
la espalda y los glúteos. - <Ya es hora de irse> dijo mientras
seguimos besándonos. Sin prisa fuimos cesando, ella separó su cuerpo del
mío y levantándose se dirigió al baño. -<Será mejor que cada uno
salga por separado, no sería prudente que nadie nos viera salir juntos
de aquí> dijo desde la puerta.
Entré al baño tras ella para un rápido aseo. La abracé desde detrás
antes de que entrase a la ducha. La apreté contra mí, le aparté el
cabello y le di un beso en la nuca. Le dije que gracias, que había
pasado una noche inolvidable. Ella rió alegre y con un gracioso gesto
dijo que había sido un buen par de polvos. Giró su cuello y me besó en
la boca. Se soltó, entró en la ducha y se despidió con un - <hasta
otra>. Regresé a la habitación y me vestí. Pagué en recepción, en
efectivo, e hice la advertencia de que la señora saldría en breve.
Salí a la calle, estaba oscuro y hacía más frío del que esperaba. Me
subí las solapas del abrigo y eché a andar un poco apresuradamente. No
había nadie en mi calle cuando llegué. Todos dormían cuando entre en
casa. Me di una ducha rápida y me acosté. Nunca olvidé esa noche. Y es
absolutamente cierto que no hay ninguna parte de su piel que no esté
bronceada por el sol.
Mi compañera de trabajo me mama la verga
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