No sabía cómo había llegado ahí, pero sí lo que me había motivado. Quería
verla y ya. Tenía calor y quería que me acompañara a beber algo helado, quizá
caminar un poco por el parque, y luego encontrar un rinconcito en donde
besuquearnos sin mucho cuidado, sin temor a que nos pillen y se arme el
escándalo. Que la madre de mi novia lo sabía, claro, pero tampoco nos gustaba
abusar.
Fue ella precisamente la que me recibió en la puerta. La saludé
amablemente, ya la conocía desde hacía tiempo y me caía muy bien, la quería sin
duda alguna, y sabía que ella me quería a mí. Me dijo que se iba a hacer unos
mandados, y que la haragana de su hija apenas se estaba bañando. Me despedí con
un beso, y una vez la vi llegar a la esquina, me metí de una buena vez en el
lugar.
Estaba haciendo planes en mi cabeza, quizá me podía quedar a dormir,
besuquearnos todo la noche, porque me encantaban sus labios y me encantaba
besarla. De paso nos meteríamos mano sin quitarnos la ropa, y nos regalaríamos
bonitos orgasmos y dormiríamos en paz. Amanecería y me regresaría a mi casa, y
a mi madre le diría que me había quedado a dormir donde la loca de mi amiga, y
como no sospechaba ni sabía nada, de un regaño no pasaría.
Pero cuando abrí la puerta, todas mis ideas montaron vuelo y desaparecieron
en el amplio horizonte en el mar a muchos kilómetros de donde me encontraba,
porque allí estaba ella, acostada sobre la cama, con una toalla precariamente
envolviendo su cuerpo.
Me acerqué lentamente, me pregunté si se había dormido antes de bañarse o después.
Noté su cabello húmedo y ahí supe la respuesta. Me senté en la orilla de la
cama, y cuando ésta se tambaleó al recibir mi peso, ella también lo hizo. El
movimiento hizo que la toalla también se moviera, dejando al descubierto uno de
sus pequeños pero apetecibles senos. Le pezón resaltaba aún humedecido,
endurecido por el agua fría con la que seguramente se había duchado.
Me incliné más sobre ella y le robé un beso. Ella se agitó, entre abrió los
labios pero no dijo nada.
—Ya me excitaste —le susurré.
Sus párpados se movieron un par de veces pero parecía seguir sin querer
despertar.
—Vamos, que tu madre acaba de salir. Aprovechemos.
No dijo nada, pero de pronto noté como sus lindos labios esbozaban una
sonrisa pícara y tentadora.
Inmediatamente me quité los zapatos. ¡Malditos zapatos y malditas agujetas
imposibles! Me demoré un poco pero pronto me encontré sobre ella, comiéndole
los labios como me había enseñado a hacerlo, y recibiéndome como yo le había
dicho que me gustaba. Su boca se abrió dispuesta, su lengua se me presentó
sumisa y a la vez violenta. Mordí su labio inferior, succioné el superior,
luego introduje mi lengua hasta alcanzar el paladar de su boca. Sentí su saliva
como mía.
— ¿Y a ti qué mosco te picó? —inquirió, sorprendida y complacida.
— ¡Este mosco! —la señalé —. Que te vi y me mojé, ¡qué quieres que haga! Me
excitas.
—Me doy cuenta —sonrió, invitándome a continuar.
Me perdí en la curvatura de su cuello, en su mentón y en sus hombros.
Dejaba besos, lamidas y mordidas en el camino, aun sabiendo que una vez
descubriera las marcas, me reñiría como nunca. Ah, podía soportar una regañada,
pero en ese momento, no podía soportar la idea de detenerme. Y continúe.
Froté mis manos contra la tela de mi pantalón para calentarlas. Luego, como
hormigas siguiendo un caminito, las yemas de mis dedos encontraron el camino
desde sus caderas hasta sus senos. Retiré un poco la toalla para dejarlos ambos
al descubierto. Con la palma los bordeé, deslizándola sutilmente de arriba abajo,
sin cubrirlos plenamente, sólo bordeándolos, mientras embelesada, miraba sus
claros pezones mientras estos se endurecían. Besé generosamente sus labios,
para luego concentrarme plenamente en sus pezones.
Me gustaban sus pezones, no tan oscuros, pequeños y puntiagudos. Con la
punta de la lengua los bordeé, dejando humedad allí, por donde ésta pasaba.
Luego atrapé la punta entre mis labios, ejerciendo un poco de presión, no
mucha, sólo la necesaria.
Rápidamente le quité la toalla y la mandé a volar. Quedó tirada en un
rincón, no supe ni mi interesaba. Mientras mis labios seguían jugueteando con
sus pezones, mis dedos comenzaron a hacerlo en su abdomen, así, por encimita,
tocando ligeramente, deslizándome más abajo, para terminar acariciando su entrepierna,
cerca y lejos a la vez; luego sus muslos, nuevamente su vientre, su bajo
vientre, otra vez sus piernas. Ella se agitaba, buscaba mis manos, se abría y
suspiraba.
Decidí dejar el jugueteo, pronto mis dedos otra vez se encontraron en su
bajo vientre, pero esta vez no los desvié a ningún otro lado, siguieron bajando
hasta encontrarme con su humedad. Una suculenta humedad que tentaba mi lengua.
Deslicé los dedos suavemente. Sentí su clítoris como si palpitara, y lo palpé
con cuidado, a una velocidad incitante pero moderada.
Ella se retorció un poco, gimió. Me asió por el cuello, pero luego levantó
mi rostro a la altura del suyo y me comió la boca. La besaba mientras mis dedos
la complacían. Sus caderas habían comenzado a moverse, buscando arrancarle más
intensidad a mis caricias. Me separé un poco y la quedé viendo fijamente. Con
mucha paciencia comencé a introducir un dedo dentro de ella. Mientras lo hacía,
ni siquiera me atreví a quitarle la vista de encima. Ella me miraba y yo a
ella. Estaba igual que excitada que yo, podía verlo en sus ojos.
Agobiada por mi paciencia, empujó sus caderas, envolviéndome por completo.
Le sonreí pícaramente y ella me devolvió la sonrisa. Luego, dejando muchos
besos por todas partes, fui descendiendo, hasta que mi lengua probó lo que
tanto había estado esperando.
Su cuerpo se tensó una vez más mientras la punta de mi lengua bordeaba
pacientemente su clítoris. La movía con movimientos circulares, luego la
presionaba intermitentemente, acercando más mis labios para intentar atraparlo
entre estos, y chuparlo y succionarlo a mi antojo, pero a veces se me
dificultaba, y esa ocasión fue igual, terminé entonces con sus labios mayores
entre los labios de mi boca.
Ella volvió a estremecerse.
Aproveché e introduje mi lengua, la moví lo mejor que pude, esperando que
mi mejor esfuerzo no la desilusionara. Su cuerpo siguió tensándose, y la vi
sujetar las sábanas con fuerzas.
Una vez más me sentí tentada a penetrarla con mis dedos, pero esta vez introduje
dos y comencé a explorarla, a llenarla con movimientos circulares, rápidos y
lentos, separando mis dedos dentro, intentando meterlos hasta donde ya no
pudiera más. Mientras lo hacía ella se reincorporó un poco, se sostenía con sus
codos, sus piernas cada vez más abiertas mientras me miraba fijamente, yo le
despegué la vista únicamente para seguirla besando ahí donde tanto me gustaba
saborearla. Porque me gustaba su sabor. Al inicio no me había terminado de
acostumbrar, pero después simplemente me encantó. Ella era mi primera novia, y
ella siempre lo supo, por eso tuvo la paciencia para enseñármelo todo.
Se terminó de reincorporar aplastando mi mano en el proceso. Me abrazó y me
besó. Mis dedos seguían prisioneros en su interior.
—Me cortarás la circulación —reí medio en broma medio en serio.
—Ah, déjalo así —sonrió, y luego comenzó a moverse.
Se movía sobre mi mano mientras yo intentaba que mis dedos conservaran una
posición rígida. Sus caderas subían y bajaban rápido y lento. Ella se sostenía
de mi cuerpo pero luego se sostuvo echando sus brazos para atrás. De esa manera
pude ver como ella misma hacía todo el esfuerzo para que mis dedos la
penetraran a su antojo. Me comencé a sentir un poco excluida, la verdad.
Debió notarla, porque nuevamente envolvió mi cuerpo con sus brazos y luego
de darme un profundo beso, me dijo:
—Oye, quítate la ropa. Anda, date prisa.
—Bueno...
—Vamos, que si mi madre nos encuentra, prefiero que nos encuentre a las dos
en cuero y no sólo a mí.
—Ah, sí me dijo que iba a hacer mandados, deja la paranoia —le dije mientras
me desvestía.
No me contestó, me jaló y me tumbó sobre la cama y se sentó a horcajadas
sobre mí. Dirigió rápidamente su mano entre mis piernas, y me miró sorprendida.
—Estás empapada.
—No sé por qué te sorprende.
—Ni yo misma lo sé.
—Tonta.
—Es que estás mojada mojada.
—Gracias por la aclaración —bufé, divertida.
—Mira —dijo haciéndose un poco para atrás como para despejare la vista —.
Así como estás, entran dos, de un solo.
—Ya pareces de película porno.
—No sé, jamás he visto una película porno.
—Claro, porque lo que vimos la última vez fue puro arte.
—A su manera lo era.
— ¡Contigo no gano ni una!
Siguió estimulándome con sus dedos, pero yo lo que quería era otra cosa. Al
entrar en su habitación y encontrármela dormida sólo usando una toalla, se me
antojó complacerla, y nada más. Se me antojó perderme entre sus piernas y
besarla hasta que mis labios quedaran empapados, sentir su cuerpo tensarse en
un orgasmos que me haría sentir mejor conmigo misma. A veces estaba de humor
para eso, más que para ser complacida, porque a veces era eso lo que más me
complacía.
—Deja.
— ¿Qué?
—Vamos. Abre, abre.
— ¡Qué! —Me miró desconcertada.
Le hice que abriera un poco las piernas mientras se sostenía de rodillas,
yo me posicione debajo de ella.
—No me vayas a aplastar la cara.
—Serás —bufó.
En esa postura introduje mis dedos. La penetraba rápidamente mientras con
la lengua seguía estimulándola. Mi rostro se había perdido por completo entre
sus piernas. Ella se echó para adelante sintiéndose traicionada por sus
rodillas, se sostuvo entonces también con sus brazos pero teniendo cuidado de
no sofocarme. Aunque, pensándolo un poco, no me habría molestado en lo más
mínimo morir así, con sus labios húmedos y abiertos cubriendo mi rostro.
Poco a poco fui cambiando mis métodos. Separé, todo lo que pude, sus labios
mayores y pasé mi lengua por toda la zona como si jamás se me hubiera ocurrido
probar ahí. Sentí los pliegues de sus labios menores con la punta de mi lengua,
y luego volví a probar suerte con su clítoris. Tenía el rostro empapado, pero
me encantaba saberla excitada gracias a mis caricias. Así que repetí la rutina
un par de ocasiones más, hasta ensartarle la lengua hasta donde me ajustaba. No
estaba muy segura de muchas cosas, pero me dejaba llevar porque ella me
encantaba.
Fue entonces cuando comenzó a gemir con más frecuencia. Se contenía, por lo
que pude notar, porque sabía que cuando podía, gemía hasta dejar su garganta
irritada. Supe que ya no podía más, porque el peso de su cuerpo comenzó a
amenazarme. Acerqué mis labios todo lo que puede, para sorber por última vez,
para besarla en toda su extensión y entonces le pegué una pequeña mordida y
haciendo sus piernas al lado, me liberé y me reincorporé sobre la cama.
— ¿Querías ya? —inquirí mientras con mis manos y el reverso de mis brazos
secaba mi labios.
—Está bien —susurró. Su pecho era un delicioso ir y venir entrecortado y
violento.
—Hay goteras aquí —bufé, burlona.
—Tú eres una babosa, esa es toda tu saliva, no te metas con mis fluidos
vaginales.
— ¡Contigo ni una! En serio
Rió y se acercó a mí. Con sus manos ayudó a terminar de limpiar mi rostro y
luego me plantó semejante beso que me cortó la respiración.
— ¿Cómo quieres venirte? —me susurró.
—Ah, deja —me defendí —. Que ahorita lo que quiero es darte un orgasmo, uno
que duela.
— ¡De dónde sacas esas cosas! —rio con más fuerza.
—Ah, vaya, yo aquí queriéndote dar el paraíso y tú sueltas semejante
carcajada. Me lástimas, eh. Me cortas la inspiración —reí.
—Ya, sigue, pero con los dedos.
— ¿No estás irritada?
—Todavía no, además, quiero tu boca libre. Quiero que me beses, aquí —dijo,
señalando sus labios —, en la boca.
Si tenía algo más que decirme, no lo supe porque no se lo permití. Me hice
con sus labios en un ataque violento en el que nuestros dientes se rozaron en
más de una ocasión, los que nos hizo ahogar sendas carcajadas por la torpeza de
nuestros actos. Poco a poco la fui acostando, hasta quedar completamente encima
de ella. En el momento que volví a introducir mis dedos, ella estiraba uno de
sus brazos para alcanzarme e introducir los suyos en mi interior, mientras el
otro sujetaba mi nuca, clara muestra de que no quería que nuestra sesión de
besos concluyera para que así yo pudiera atender otros asuntos. Pero si eran
esos labios los que querían atención, quién era yo para negarme.
Sin embargo, la carne es débil, y yo podía notar como ésta me llamaba a
otras zonas. Pero cuando solté sus labios para atender nuevamente sus senos,
ella me miró, severamente y me dijo:
— ¡En la boca te digo!
La miré desconcertada un momento, pero luego volví a reír. Su rostro ya
mostraba las líneas de una tensión que no podía seguir siendo ignorada. Una
tensión que se extendía y me envolvía a mí con sus poderosos brazos uniéndonos
como si fuera una sola.
— ¡Mandona! —exclamé justo sobre su boca.
Ella volvió a esbozar una sonrisa, sentí en mis labios el movimiento de los
suyos, pero pronto vi como perdían forma. La besé.
— ¿Ya? —gemí.
—Ya casi —gimió como respuesta.
Saqué mis dedos y me dediqué a acariciar ahí, justo donde los pliegues de
sus labios menores se unían, recorriendo, en repetidas ocasiones, la distancia
entre ese punto y su clítoris.
— ¿Ya? —inquirí una vez más.
Esta vez no me contestó. Sustrajo sus dedos de mi interior y con ambas
manos sujetó mis hombros. Su espalda se curvó, su respiración se detuvo por un
segundo, como si sus pulmones guardaran el aire que pronto iba a ser liberado
en forma de un prolongado suspiro. Me abrazó ahora por completo, escondiendo su
rostro en mi cuello, con los labios entreabiertos humedeciéndome plácidamente
mientras los suspiros se escapaban con más violencia. Y luego, después de un
poco de silencio y algo más de tensión, ahogó en mi piel ese gemido que tanto
me habría encantado escuchar. Luego de otro par de segundos, buscó mis labios y
me besó profundamente. Estaba agitadísima, y el sudor de su frente y el rubor
de su rostro, me regalaron una visión maravillosa.
Sin tomar uno que otro suspiró, ella flexionó su pierna, la cual colocó
entre las mías. Enseguida comencé a friccionarme contra su piel. Mi vulva, irritada
por no haber recibido tanta atención, de pronto se mostraba complacida. Sin
dejar de besarla seguí frotándome contra su pierna. Me separé un poco para verla.
Sus ojos vidriosos me miraban, expectantes. Deslizó su mano dentro. El estar
apoyada contra su pierna facilitó la firmeza de la penetración, y yo moví mis
caderas con presurosa torpeza, deseosa de terminar por fin para que sus brazos
me envolvieran en un restaurador abrazo mientras ambas tratábamos de controlar
nuestra agitación. Ella hizo lo suyo, empujando todo lo que pudo.
Ayudé a sostenerme colocando mis brazos a ambos lados de su cabeza,
mientras mis caderas iban y venían contra su pierna, contra la mano que apoyaba
sobre ésta, en un intento sofocante por sentir sus dedos más dentro de mí.
— ¿Ya? —sonrió.
No contesté. Sentía como mis brazos cedían, pero los obligué a sostenerme,
quería que ella me mirara, que viera fijamente mi rostro mientras el placer del
orgasmo distorsionaba mis facciones. No pudiendo más cerré los ojos, mi aliento
dejaba mis labios por borbotones, sentía mis senos batirse a medida que
intensificaba los movimientos. Gemí. Un segundo después, utilicé toda mi fuerza
para una última y certera estocada, dejé que todo el peso de mi cuerpo devorara
sus dedos, y entonces, apenas viéndola detrás de mis ahogados gemidos, y con su
mano libre acariciando mi rostro tiernamente, no pude más, y juntando mi frente
con la suya, por fin dejé que mi cuerpo experimentara lo que minutos antes le
había permitido experimentar a ella.
Cae rendida, con el pecho agitándoseme con violencia. Ella me digo algo,
depositó un beso en mi mejilla y me abrazó con fuerza.
Las dos estábamos empapadas, cansadas y complacidas. Sentí, que todas
nuestras sesiones anteriores confluían en un punto en lo más profundo de mi
interior que me decía que no iba a encontrar semejante compatibilidad en
ninguna otra parte. Sonreí tenuemente al recordar nuestros primeros y muy
vergonzosos primeros intentos, en donde apena habíamos logrado conectarnos en
menor grado, pensar que todos esos intentos fallidos habían contribuido a hacer
del sexo lo que ahora significaba para ambas.
Me reincorporé un poco y la besé ligeramente.
— ¿Recuerdas nuestra primera vez?
— ¡Oye! —exclamó, contrariada —. No lo arruines. Todavía siento vergüenza.
Ni menciones la segunda ni la tercera ni la cuarta, si vamos al caso.
—Gruñona.
Me desplomé de nuevo sobre ella, quien me recibió con un nuevo abrazo. Más
sumisa ya, busqué sus labios, los besé con más paciencia, dejé que ella se
colocara encima de mí, que siguiera besándome, porque me encantaba más cuando
ella me besaba. Lo abracé con más fuerza, me perdí en sus labios. Nuestros
cuerpos juntos, húmedos y pegajosos, no nos incomodaban, pero habíamos perdido
la noción del tiempo, no sabíamos cuando su madre podría regresar.
—Sólo durmamos. Nos verá dormidas bajo las sábanas y no sospechará nada.
Me quedó viendo con un «¿estás de broma?» Y no dije nada más. Igual pasaron
los minutos y ninguna soltaba a la otra. Los besos se fueron atenuando, casi
desapareciendo, y el placentero cansancio se fue apoderando de nosotras,
debilitando nuestras ganas de hacer cualquier otra cosa, subyugando nuestras
pupilas mientras nuestra respiración se normalizaba.
No nos dormimos, pero no embargó una sensación de quietud tan placentera
que no estábamos dispuestas a sacudírnosla de encima con tanta prisa. A pesar
de los riesgos, permanecimos acostadas un buen rato.
Cuando su madre llegó, ambas ya estábamos bañadas y listas. La pereza ahora
se había apoderado de nuestros cuerpos y mis intenciones de salir a pasear se
redujeron a nada.
—Traje helado —dijo su madre.
Devoré un tazón entero de helado con jarabe de chocolate ante la mirada
atónita de mi novia y su madre, que no daban crédito a que alguien devorara
helado con tanta prisa.
Para la hora de la cena, una pregunta se me presentó tentadora:
— ¿Te quedarás a dormir?
Sonreí por lo bajo, me encogí de hombros y contesté:
— ¿Por qué no?
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