Él tiene mucho dinero y bienes que
heredó de su madre desde que ella enfermó y quedó discapacitada, yo,
tengo un gran culo que lo vuelve loco, técnicamente es lo único que
poseo, pues mi coeficiente intelectual solo me da para seducir, embaucar
y menearme bien.
Dicen que soy agresiva, altanera y
maliciosa, pero la realidad es que nadie me conoce lo suficiente como
para saber la que realmente soy. Escondo mi débil carácter detrás de una
apariencia arrogante, hosca y lista para agredir, realmente, soy
miedosa, astuta y muy orgullosa.
Desde la época de novios y durante
nuestro periodo de casados, tuve que soportar su intemperancia, su
brutal forma de hablarme, aderezada con algunos golpes y empujones que
me producían un estado tal de nerviosismo y terror paralizante, que un
día no pude soportar más y me divorcié. Después de divorciados pretendió
seguir con el plan de atemorizarme y decidí denunciarlo a la policía,
lo enchironaron tres días a pesar de su poder político y económico. Cosa
rara en este país.
Salió de allí odiándome, pero se
acabaron los maltratos. Ahora me esquiva, pero se ha propuesto reducirme
a la impotencia económica, despojándome de los derechos sobre un local
donde tengo instalado un pequeño negocio de supervivencia, los cuales me
cedió su madre antes de quedar invalidada por el Alzheimer.
Sé que realmente soy más fuerte que él,
pues yo solo lo utilizo, mientras que él, aún me desea y se le nota en
sus ojos rabiosos cada vez que me ve pasar. Cuando desfilo delante suyo,
sé que sus ojos se van tras mi rabo pretensioso y mis piernas
torneadas, que acunan entre ellas a la gata que lo arrulló con sus
ronroneos mientras estuvimos casados, entonces, pierde la voluntad de
dañarme; además, procreamos dos hijos y estos le recuerdan cada vez que
los mira, que dañarme a mi es dañarlos a ellos.
Cuando terminó su detención, escogí a
uno de los idiotas que me cortejan- al más fuerte- y lo recluté como mi
amante. Como tal, y por lo tanto como dueño temporal de la mercancía de
primera que soy yo y cuya administración represento con consciencia de
mi valor temporal, también tenía la obligación de defenderme en caso de
que Antonio se pusiera muy intenso. Mi plan, sencillamente, consistía en
trocarle su rabia en celos.
El idiota, ni siquiera resultó ser bueno
en la cama; así que cuando me di cuenta de que su misión había logrado
los objetivos que me propuse al reclutarlo, le propiné una patada en el
trasero y lo saqué de mi vida; de todo este tejemaneje, me quedó un aire
acondicionado último modelo -y carísimo- que me regaló en nuestra corta
luna de miel, para que su amorcito-yo-mitigara el bochorno en el local
en donde tenían lugar mis transacciones comerciales habituales. Si uno
aprende a cascabelear su rabo y éste tiene buenas proporciones, casi con
toda seguridad se consigue lo que sea de los hombres que se tengan a
mano. Sino, pregunta en los burdeles, me dice una amiga.
Antonio, desde que boté al macho que lo
atormentaba cuando se lo pasaba por el frente agarradita de su mano y
con cara angelical de venir de fornicar, cambio su actitud belicosa
conmigo y se dejó manipular nuevamente- actividad en la que también soy
muy buena- depuso su hostilidad y me volvió a ayudar económicamente con
los críos. Yo lo aproveché al máximo, le saqué todo lo que podía con la
excusa del colegio, los uniformes, los juguetes, los paseos, etc. al
principio el caía en la trampa de la paternidad responsable, pero poco a
poco se fue percatando de mi sistema de expoliación y se puso reacio
otra vez y amenazó con quitarme los muchachos debido a mi incapacidad
para cuidarlos, eso sí era peligroso, había llegado la hora de jugar la
última carta: dejarme violar.
Entonces, un día le pedí permiso para
buscar un documento que supuestamente estaba guardado en una caja en el
apartamento donde habíamos vivido y que actualmente habitaba con su
madre inválida. Me citó para unos días después y desde ese momento, lo
dejé que se cocinara en su propia salsa erótica imaginando el momento en
el que me podría tener al alcance de su mano. Me le aparecí en su
apartamento, el día previsto, con los pantalones sedosos más estrechos
que hallé en mi ropero, una blusa cortica que me llegaba más arriba del
ombligo y mi cara seria.
Me dejó registrar todo lo que quise,
pero no me dejó sola ni un momento, por el temor de que me fuera a
llevar algo comprometedor para él. Yo contaba con su vigilancia
impertérrita.
Me seguía silenciosamente para donde me
moviera; yo exageraba la proyección de mis nalgas y la apertura de mis
piernas cuando me encorvaba para rebuscar en sitios bajos, sabía que se
estaba babeando con el recuerdo que le traía el espectáculo que yo le
proporcionaba, otras veces, le pedía ayuda para que se inclinara a
ayudarme con algo pesado y así lograba acercarlo para que me oliera, me
presintiera cálida y glotona como siempre lo había sido. Un buen polvo
es difícil de conseguir, se convierte en inolvidable y se vuelve
obsesivamente apremiante si a la protagonista la tienes allí, cerquita y
su rescoldo te alcanza.
Hubo un momento en el que no aguantó más
y sentí sus manos borrascosas hurgando entre mis nalgas, buscando lo
que se le había perdido.
Me incorporé a medias de mi posición
inclinada hacia adelante, indignada ante su humillante e irrespetuosa
actitud libertina. Traté de abofetearlo pero esquivó el golpe. Haló una
de mis piernas y me hizo perder el precario equilibrio que mantenía en
una situación tan incómoda. Caí de bruces sobre el suelo, de un puntapié
cerró la puerta de la habitación sin desaferrarme, comencé a luchar
silenciosamente para zafarme de su apretón, cuando tuve una de sus manos
al alcance de mi boca, la mordí, la respuesta fue un golpe en mi cabeza
que estrelló mi boca contra el piso. Vi estrellitas.
Era tanta la fuerza que desplegaba a
causa de su desespero rijoso, que uno de sus dedos tratando de penetrar
mi grieta a través de mi frágil pantalón, consiguió una mala costura y
la rasgó, despejando el camino hacia mi zona íntima, pues con mi tenue
hilo dental no contaba para detenerlo. Yo pataleaba sin entregarme y lo
conminaba a que me soltara con palabras muchas veces soeces, pero esto
parecía enardecerlo aún más.
Aferraba con ambos brazos los míos en
una llave de lucha libre que me mantenía incapacitada para defenderme,
inmovilizada prácticamente con mi cara aplanada contra el suelo. Supo
librarse a medias de sus pantalones, mientras luchábamos, sin permitirme
mayores libertades, yo seguía moviéndome como una lombriz clavada en un
alfiler con el fin de liberarme y no ponérsela fácil.
De los accesos externos a mis
profundidades, la que tenía a su alcance con menor esfuerzo y peligro de
que me le zafara, era el trasero; ése era el causante, además, de sus
desvelos diurnos y sus pajas nocturnas. Por allí sentí que la cabeza de
su ya familiar e hinchada arma de carne, se escabullía en busca del
sitio donde se hallaba la fuente de mi húmedo calor interno. Le grité
que no, que por allí no, que había ganado, que dejaría que me lo
hiciera, pero que por allí no, por allí no, Antonio, no por favor,
¡Coño, no, vale! El dolor me hizo callar y empecé a berrear y a tratar
de impedir con movimientos evasivos, que consumara lo ya empezado.
Seguí llorando, mientras sentía su sexo
sumergiéndose en mi intestino, dejé de luchar y solo lloraba. Me relajé
un poco sin dejar de chillar mientras sentía su entra y sale y sus
gruñidos de pasión. De repente una cosa sorprendentemente extraña y
primigenia comenzó a suceder en mi núcleo de placer que se encuentra
entre el ombligo y mi sexo, de allí, salía la sensación nunca antes
sentida...
Una morbosa reacción tuvo lugar en mis
entrañas y empecé a cambiar los sollozos de dolor por bufidos
placenteros, pues unas ganas imperiosas de tener que orinar me
acometieron y junto con el orín, que comenzó a salir intermitentemente,
salían también unos pequeños pero agudísimos orgasmos que colapsaron
todas mis terminales nerviosas al convertirlas en fuentes de sabrosas
sensaciones que me hacían retorcer y menear mi protuberante nalgatorio
buscando con afán mayor perforación; mientras menudeaban las orinadas y
las acabadas repetitivas, lo insultaba y le susurraba lo que sentía. Él
se burlaba de mí, diciéndome cosas ofensivas y aumentaba aún más su
penetración y estrechaba su doloroso aferramiento a mis brazos.
Sentí su semen lubricando mi conducto y a
él, comenzando a calmar su perforadora. Mis sabrosos y desconocidos,
hasta ahora, orgasmitos orinados, se fueron espaciando hasta que se
agotaron por completo junto con la provisión de pis.
-Perra, no puedes vivir sin mi tranca. Eso fue lo que viniste a buscar ¿verdad?, me susurró al oído sin soltarme
-¡Déjame!, le contesté con voz desfallecida, me hiciste daño.
Me liberó de su cruel sujeción, lo que
agradecieron mis brazos acalambrados, dejándome tirada en el piso
adolorida sobre el charco de mis propias excreciones que impregnaban
toda mi ropa. Me levanté cuando pude, pues mis piernas me temblaban aun.
Tuvo que ayudar a levantarme.
-Mira como me dejaste mi pantalón más
bonito. Idiota. Le dije mientras avanzaba con intención de agredirlo con
mi mano alzada. El solo reía y ni siquiera se defendió de mi simulado
ataque.
-¿A qué viniste? ¿Qué quieres?
-Déjame en paz, no me hagas sufrir más, no me quites los muchachos y déjame trabajar, reafirmé de inmediato.
-Si te portas bien, ya veré, me contestó
mientras pasaba sus dedos por mi boca inflamada por el golpe contra el
piso, Quítate los pantalones para que los cosas y te vayas.
-¿No ves que están orinados?
-Después que estén cosidos, los lavas y
los secas. ¡Vamos, apúrate! Así me lo puedes mostrar todo para revisar
lo que te han hecho esos pendejos con los que ahora tiras. ¿No querías
eso?
Me pareció muy bien que lo estuviera
tomando por ese camino: Yo, desesperada por su macana, había buscado la
manera de seducirlo. ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Qué bien! Como dice en sus
conciertos el cantante de Kraken.
El miedo nuevamente tomó el control de
mis reacciones. Y me dejé hacer, pero tenía la seguridad de que quien
estaba en una trampa era él. Yo, con cualquiera gozaba igual- aunque lo
de hoy había sido una sensación rara, tan sabrosa y cruel, que podría
enviciarme si me empeñaba en volverla a conseguir-pero para él, yo era
única e insustituible: La inolvidable. De mi dependía ahora actuar
astutamente, dejando que creyera que yo me moría por su sexo, mientras
que el, vanidosamente podía esconder la verdad de su debilidad por mí.
Iba a ser un fructífero juego, para ambos.
Cuando me dejó ir, le había sacado el
compromiso de otorgarme sin arriendo un local mejor para dedicarme a mi
trabajo-¡Acuérdate, se lo prometiste a tu mama! ¡Es por tus hijos!- no
me amenazaría más con quitarme los hijos y el pantalón roto le salió
bien caro. Nos veríamos, para estos placenteros menesteres, cuando yo no
pudiera más aguantar las ganas de él. (Je, Je, Je.)
Sé que estoy jodida, pero al menos,
tengo la posibilidad mientras dure el gusto que le doy, de sacarle
provecho a esta especial prostitución. Pero ¿Qué más puedo hacer? Si lo
único que dios me dio fue un apetitoso culo y el don del engatusamiento
natural.
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