Hola,
me llamo María Luisa, aunque todo el mundo me llama Marilú, y soy una
chica latinoamericana de veinticuatro años, casada con Jorge, un español
de cincuenta y tres con el que resido en un país del centro de Europa.
Hace cuatro años que dejé mi cálida y añorada tierra caribeña para
emigrar a España, a una ciudad de la costa mediterránea donde conocí, en
el establecimiento hostelero en el que comencé a trabajar, al que hoy
es mi maduro y adinerado esposo, el cual por aquel entonces se
encontraba allá de vacaciones.
Mi físico es el
típico de las chicas de mi país: piel morena, cabello y ojos negros, con
un rostro creo que bonito, de tersa piel y carnosos labios sensuales;
mido un metro y sesenta y ocho centímetros, peso cincuenta y siete kilos
y, modestia aparte, me considero bastante atractiva. Además, gracias a
que todavía no he tenido hijos, al cuidado que observo en mi dieta y el
mucho ejercicio físico que practico, puedo afirmar que mi cuerpo se
conserva escultural, prieto y ágil como el de una adolescente. Mis
largas piernas, mi trasero redondito y firme, mi vientre plano, y sobre
todo mis voluminosos senos naturales (que conservo duros y tersos
sumergiéndolos todos los días durante unos minutos en agua helada)
coronados de anchos y puntiagudos pezones color café, son las partes de
mi cuerpo que más me gustan y de las que más me enorgullezco. Reconozco
que con frecuencia me recreo observándome desnuda ante el espejo y acabo
masturbándome mientras me miro y acaricio cada rincón de mi cuerpo.
Y
es que otras de mis características son mi fogoso temperamento y mi
enorme e intenso gusto por el sexo. Admito que siento ansias y deseos de
gozar de sus placeres prácticamente a todas horas. Me suelo masturbar
varias veces al día, ya sea sola en mi cama por las mañanas, tumbada en
el sofá mientras veo alguna de las muchas películas porno de la
colección de mi marido o ante el ordenador, chateando por Internet con
hombres, hombres que comparten conmigo esas obsesivas ansias de sexo y a
los que, como niña traviesa y juguetona que soy, provoco mostrándome
desnuda por la web-cam y masturbándome con ellos mientras chateamos o
hablamos por teléfono.
Pero qué duda cabe de que
lo que más deseo y me complace es el sexo real, sentir el contacto de
las pieles y los cuerpos, tener a un macho ardiente y encendido tumbado
sobre mí, sentir su calor, su peso oprimirme y su olor embriagarme; su
lengua lamer mi cuerpo y su verga follarme profunda e intensamente. Por
eso busco las atenciones de mi esposo cada vez que lo tengo cerca,
aunque, el pobrecito, estando ya en una edad un tanto avanzada y con el
estrés y el cansancio al que se ve sometido durante las largas jornadas
laborales que a diario tiene que soportar en su empresa, rara vez
consigue satisfacer plenamente mis ardores.
Pero
tengo la enorme fortuna de que Jorge, que me ama con locura y es
plenamente consciente de sus limitaciones y de mis necesidades sexuales,
es un maridito comprensivo y complaciente, y no tiene inconveniente en
permitirme satisfacer esas lujuriosas ansias recurriendo a otros
hombres. Al proponerme el matrimonio ya me aseguró que se daba perfecta
cuenta de que iba a ser incapaz de satisfacer plenamente a un volcán de
joven mujer como yo, y que ante la posibilidad de perderme prefería
permitirme el acceso a otras vergas más jóvenes y vigorosas, capaces de
colmar mis necesidades.
Por eso, desde poco
después de casarnos, comenzamos a frecuentar saunas y clubs de
intercambios, donde ante la atenta y excitada mirada de mi esposo he
tenido sexo con muchos otros machos; y también a invitar hombres a venir
a visitarme a nuestra casa, hombres que conocemos en lugares de ocio o
contactados por Internet. La condición que siempre puso mi marido era
que nunca debo tener más de un encuentro con un mismo hombre y que él
tiene que aprobar de antemano y estar presente en esos encuentros
sexuales, en muchos de los cuales también participa, excitado al ver
como uno o varios desconocidos penetran sin miramientos y hacen gritar
de placer a su mujercita.
Pero he de confesar
que, bueno, he sido un poco mala y desde hace algún tiempo, y cada vez
con más frecuencia, también he aprovechado muchas de esas oportunidades
de gozar del sexo que a diario se presentan a una mujer ardiente y
deseable como yo para ponerle los cuernos a mi esposo sin que él lo
sepa. Para qué ocultar que me pone mucho preparar esos encuentros en
secreto y me vuelve loca ser follada sabiendo a Jorge en ese momento en
su trabajo, ignorante de que en esos instantes su amorosa esposa está
gozando y viviendo intensos orgasmos, mamando como una puta golosa otras
duras trancas jugosas hasta sacarles toda su lechita caliente y se
entrega como una perra en celo para ser fornicada por otros hombres.
Quizás
en próximos relatos os cuente algunas de esas experiencias, que casi
siempre han resultado tremendamente morbosas y placenteras, pero ahora,
como decía en el resumen, deseo hablaros de lo sucedido hace solo unos
días en la sala de cine porno que hay aquí, en mi ciudad de residencia.
La
fantasía de ir a uno de esos cines y provocar una loca orgía nació en
mí un día mientras chateaba con Marcos, un informático español muy
vicioso, también residente en esta ciudad, con quién suelo chatear por
las mañanas, estando él en su trabajo, y con el que me he masturbado
varias veces charlando por teléfono.
Ese día mi
amigo Marcos me telefoneó desde su despacho y me contó que la tarde
anterior había salido temprano de la oficina y al no tener nada que
hacer y para matar el tiempo, se había metido en el viejo cine del
centro que alberga dos salas X, el único que queda en esta ciudad y en
toda la región. Me explicó que en la sala había más o menos una veintena
de hombres, los cuales eran mayoritariamente de edad madura. Prosiguió
describiéndome como algunos se masturbaban descaradamente, machacando
duro sus pijas mientras veían la película, y confesó que él mismo se
excitó como un toro con las pornográficas escenas y que, a pesar de ser
heterosexual, acabó dejándose mamar la verga por uno de esos chicos
afeminados que, según me contó, se sientan en la última fila y chupan
gustosos las pollas de aquellos asistentes que, salidos como cerdos y
cegados por el vicio, ansían ser ordeñados de inmediato por una boca
glotona.
Comenzamos a comentar la situación y a
fantasear juntos. Marcos sintió que sus explicaciones me excitaban y
comenzó a provocarme abiertamente, confesándome que sentía su pene
engordar y ponerse duro al imaginar acudir conmigo a ese cine.
-¿Te
gustaría tener a todos esos asquerosos viejos cerdos en celo a tu
disposición y gozar de sus pollas? Estoy seguro de que te mojas ya
imaginando ser el centro de atención de todos ellos y sentir esas gordas
vergas descargar chorros de semen caliente en tu boca, en tu coño,
sobre tus tetas, por todas las partes de tu cuerpo, ¿me equivoco,
zorrita?
No, no se equivocaba. Tan ciertas eran
sus suposiciones que imaginarme en tal situación me empujó a ladearme
las bragas y comenzar a acariciarme el clítoris, y confesándole desear
ir a ese cine y entregarme sin límite a todos los asistentes, acabé
introduciéndome dos dedos en el coñito, ya muy mojadito, procediendo a
un mete y saca que hizo que a las provocadoras palabras que seguía
diciéndome Marcos por el teléfono solo pudiera responder con mis gemidos
de placer y los grititos de gusto que me provocó el rico orgasmo que
rápidamente me vino.
Sin demora, esa misma tarde,
sugerí la idea a Jorge el cual, a pesar de mostrar una primera reacción
un tanto reacia, no tardó en consentir complacerme viendo lo muy
excitada que me ponía imaginar esa aventura, excitación que ilustré
chupándole el pene de esa manera que sé tanto le gusta; metiéndomelo
entero en la boca hasta rozar con mis labios sus pelotas, las cuales
amaso tiernamente con una mano mientras con la otra penetro y pajeo
suavecito su ano con un dedito. Fue solo cuestión de dos minutos que
afirmara acceder a mi caprichito, prometiendo acompañarme a ese cine al
día siguiente al tiempo que gruñía de gusto como un animal y eyaculaba
directamente en mi garganta.
El día siguiente lo
pasé esperando que llegara la hora de poder por fin realizar mi
fantasía. Estaba un poco nerviosa pero también muy excitada, tanto que
me tuve que masturbar un par de veces con el más grande de mis
vibradores, tumbada en la cama e imaginando ya tener para mí gozo
exclusivo incontables pijas tiesas y desesperadas por penetrarme.
También envié un mail a Marcos, con el cual no pude hablar por teléfono
por encontrarse muy ocupado en su trabajo, diciéndole que esa misma
tarde, sobre las ocho, acudiría al cine porno con mi esposo y que si él
lo deseaba me encantaría que formara parte de los espectadores presentes
y sobre todo de aquellos hombres que esperaba me gozarían en el local.
Llegadas
las seis de la tarde me duché y comencé a prepararme, y en cuanto llegó
mi esposo de trabajar salimos juntos para el cine. La tarde era
calurosa y yo iba vestida solo con un ligero vestido veraniego verde de
lino, bastante escotado y con falda por encima de la rodilla, un
minúsculo tanguita blanco y sandalias de tacón igualmente blancas. La
verdad es que iba bastante putita, como no cesó de asegurarme Jorge
durante todo el trayecto, lanzando viciosas miradas hacia mis muslos los
cuales, para comenzar a provocarlo, dejé desnudos al remangar la falda
muy arriba y separar las piernas.
Tuvimos suerte y
pudimos aparcar a escasos metros de la puerta del cine. Bajamos del
coche y nos dirigimos, cogidos del brazo, directamente a la entrada del
mismo. En la misma acera nos cruzamos con un tipo panzudo y calvo, de
aspecto bastante rústico, que con descaro me desnudó con la mirada y al
ver que nos disponíamos a entrar al cine, nos siguió y entró también
detrás de nosotros.
Tras sacar las entradas,
cruzamos una pesada cortina oscura y entramos en la sala. Lo primero que
me chocó fue el intenso y desagradable olor que reinaba, mezcla de
cuerpos sudados, ambientador barato y esperma. Esperamos unos segundos
en la entrada a que nuestros ojos se acostumbraran a la oscuridad y
seguidamente tomamos asiento en una de las filas centrales, en dos
butacas cercanas al pasillo central.
En la
pantalla una bonita chica rubia postrada a cuatro patas estaba siendo
profundamente penetrada por el ano por un musculoso y bien dotado
muchacho, al tiempo que ante ella se encontraba otro joven, de color y
aún mejor dotado, que arrodillado le introducía en la boca su imponente
verga y acompañaba el movimiento de vaivén de su cabeza con la mano con
la que la agarraba del pelo. La escena era muy excitante.
Recordando
las palabras de Marcos miré hacia las filas del fondo y pude ver como
en un lateral un chico sentado en su asiento le hacía una mamada a un
gordito cuarentón que se encontraba de pie frente a él. Pero sobre todo
me impactó comprobar que la mayoría de los espectadores se habían
acercado y tomado asiento en la fila de detrás de la nuestra, que
mantenían su mirada clavada en mí, e incluso como un par de ellos se
estaban masturbando, mirándome a mi en vez de mirar la película, y no
hacían nada por disimular sus penes erectos a mi vista.
Mi
esposo, que también me observaba, se había sentado a mi derecha. Pronto
un hombre de voluminoso cuerpo y canos cabellos vino a ocupar el sillón
de mi izquierda. Nos saludó con un "buenas tardes" y vuelto hacia mí y
con total descaro, comenzó a examinar mi cuerpo de arriba abajo al
tiempo que con la palma de la mano se frotaba el bulto que obscenamente
se marcaba en su entrepierna.
Entonces, a pesar de
la cierta inquietud que la presencia de todos esos hombres excitados y
casi desbocados me provocaba, comencé a sentir que me excitaba, que mi
depilado chochito se humedecía y que de él comenzaba a irradiar hacia el
resto de mi cuerpo ese calor tan característico de esos momentos en que
el deseo brota y se desboca, como en una erupción, sin que sea posible
hacer nada por retenerlo.
Noté la mano de Jorge
acariciarme el muslo derecho con suavidad. Seguidamente, se me arrimó y
tras besar con ternura mi mejilla, me dijo al oído: -Esto es lo querías,
¿no es así, putilla mía? Esta es tu fiesta tesoro, gózala.
Entonces
su mano, al tiempo que me acariciaba, me iba subiendo la falda hasta
acabar dejando mis morenos muslos desnudos. En seguida el hombre de mi
izquierda posó una mano grande y rugosa sobre mi otro muslo y comenzó a
sobarme también, al tiempo que desabrochaba la bragueta de su pantalón y
dejaba brotar hacia fuera un pene gordo y medio erecto, con una
impresionante bola oscura en su cima, pene que atrajo mi mirada y acabó
de desatar en mí el vicioso e irrefrenable deseo de entregarme, de
gozar, de ser poseída, de ser follada.
Miré a mi
alrededor y vi como la mayoría de los hombres que nos rodeaban tenían
las vergas desnudas y erectas, y todos se las tocaban, se masturbaban.
Me sentí muy puta, puta como pocas veces en mi vida me he sentido, y
dejándome llevar definitivamente por mis ansias de sexo, agarré la polla
de mi vecino de asiento y comencé a pajeársela.
Noté
como mi esposo se movía en su asiento. Miré hacia él y vi como se
inclinaba hacia adelante, colocándose frente a mi y levantándome por
completo la falda, dejándomela enrollada en la cintura. Seguidamente
hizo deslizar los tirantes del vestido por mis hombros y desnudó mis
pechos, en los cuales notaba una sensación casi dolorosa de lo
intensamente duros y erectos que tenía los pezones. Después, me bajó la
braguita hasta los tobillos, separó mis muslos con sus manos, puso sus
dedos sobre los mojados labios de mi vulva y comenzó a frotarme con
ellos arriba y abajo, arrancándome así los primeros gemidos de placer.
Entonces, confieso que para mi gran sorpresa, se dirigió al desconocido
de mi izquierda, el cual tenía ya la tranca bien dura y tiesa gracias a
las caricias de mi mano, y le sugirió, con estas mismas palabras,
¡comerle el coño a la puta de su mujer!
Oír a
Jorge pronunciar esas palabras incrementó aún más si cabe mi excitación.
El puto cabrón estaba gozando viendo a su mujer emputecida al extremo
en ese cine, y el gordo de mi izquierda, que no se hizo de rogar, se
precipitó entre mis piernas, hundió su repelente cabeza medio calva
entre mis muslos y comenzó a propinarme furiosos lametones sobre el
sexo. De manera instintiva empujé hacia delante la cintura y levanté y
separé los muslos un poco más, facilitándole así a la lengua del obeso
el acceso a mi coñito. Tal era mi estado que en menos de un minuto me
corrí por primera vez, intensamente, gimiendo y gritando sin retención,
mientras el hombre, sin detenerse, seguía lamiendo y follando mi coño
con su lengua. Al tipejo debió de gustarle mucho saborear los jugos de
mi orgasmo ya que, mientras se cascaba una paja, siguió chupando y
relamiendo mis labios vaginales y toda la vulva y el ano durante un par
de minutos más. Yo comencé a pajear a mi esposo, que como los otros se
había bajado el pantalón.
Noté como desde atrás
varias manos venían a agarrar mis pechos sin miramientos y me sobaban
las tetas y pellizcaban los pezones. Se oían comentarios obscenos, en
casi todos de los cuales se me calificaba de sucia puta o de guarra
viciosa. Uno de los hombres arrimó contra mi pelo la polla y eyaculó
sobre él varias lanzadas de esperma, el cual noté caer goteando sobre mi
hombro izquierdo y resbalar por mi espalda.
El
gordo que seguía lamiendo mi coño y masturbándose, soltó un gruñido y
comprendí que se había corrido. Pocos segundos después se incorporó
penosamente y se retiro. Entonces comenzó un interminable desfile de
machos en celo que acudían hacia mí con las pollas tiesas y a punto de
estallar. No sabría decir exactamente cuantas vergas fueron las que
masturbé, las que chupé y sentí eyacular en mi boca. La cadencia era tal
que apenas eyaculaba uno ya tenía al siguiente buscando con
desesperación meter la polla en mi boca y follármela. Hubo alguno, entre
los más jóvenes, que estando tan excitados eyacularon de manera
inmediata y abundante nada más sentir mi mano agarrarles la pija y el
roce de mis labios sobre su glande, provocando que las chorretadas de
esperma que me propinaban inundaran mi boca y mi carita, y fueran
cayendo chorreando sobre mis tetas y mi barriguita.
Mi
marido mientras tanto me acariciaba el clítoris y masturbaba con sus
dedos. Notándome de nuevo completamente empapada y cerca de un nuevo
orgasmo, le dijo a uno de los hombres: -Fóllatela.
Cuando
vi al individuo al cual mi esposo había dado tal orden sentí de
inmediato asco y repugnancia. Se trataba de un viejo barrigón y feísimo,
muy velludo y con mirada de loco, pero entre cuyas piernas colgaba
morcillona una tranca de al menos veinte centímetros de largo y
excepcional grosor. Cuando el asqueroso viejo vino a casi tumbarse sobre
mí en la butaca, sentí el olor agrio e intenso a sudor rancio que
emanaba de su mugrienta ropa barata. Tras unos torpes y fallidos
intentos de penetrarme, debido a lo inadecuado de la postura y la falta
de rigidez de su polla, el puto viejo enfurecido se incorporó y rabioso
me agarró los tobillos con fuerza con sus manos, tiró de ellos hacia
arriba y me levantó y abrió las piernas al máximo, las cuales fueron de
inmediato agarradas y sobadas por otros hombres, manteniéndome en una a
la vez humillante y excitante postura, con el coño hacia arriba y
abierto, totalmente accesible a su pija. Esta vez el viejo no tuvo
problema para meterme la polla y comenzar a follarme. Primero en un
lento vaivén abajo y arriba, empujando cada vez mas adentro de mi coño
su pijota a medida que esta se iba endureciendo más y más, haciéndome
sentir completamente llena y gozosa, y sintiéndome la más puta allí
tumbada en aquella butaca, con la gorda tranca de un puto viejo
asqueroso bombeándome el coño y recibiendo sobre la cara y el pecho las
lanzadas de esperma de los hombres que se iban turnando para que los
masturbara y mamara hasta correrse.
Rápidamente
exploté en un nuevo orgasmo, a pesar del cual me mantuve en un estado de
gran excitación puesto que seguía siendo follada sin tregua por la
gorda verga del apestoso viejo obeso. Segundos después volví a gemir y a
correrme como una perra al tiempo que el hombre entre gemidos también
descargaba el contenido de sus arrugados huevos dentro de mis entrañas.
Aún
temblaba de placer como consecuencia del orgasmo, sintiendo las gotas
espesas de esperma salir de mi vulva y resbalar por mis muslos hasta el
ya empapado y resbaladizo asiento cuando acudió frente a mí otro hombre,
también mayor pero de mejor apariencia, el cual se bajó de un tirón el
pantalón y colocó su polla erecta a pocos centímetros de mi boca.
-Cómemela,
zorra. –Me ordenó. Yo le agarré el duro tronco venoso con una mano y
comencé a propinarle chupetones en el inflamado glande.
-Así
no, puerca, ¡trágatela entera, hostias! –Me gritó como loco al tiempo
que me agarraba el pelo de un puñado y empujaba con rabia su polla bien
dentro de mi boca.
Sus maneras y su vigorosa verga
me hicieron sentir de nuevo como la más arrastrada de las putas y
animaron a aplicarme en mamarle la polla de la manera más viciosa y
profunda que pudiera. Como los demás, no tardó mucho en gemir y sentir
llegar el orgasmo pero esta vez, el muy cabrón, se desbocó por completo y
se puso como loco:
-Trágatelo todo, puta,
¡trágatelo! –Me ordenó gruñendo furioso y hundiéndome con rabia la dura
pija lo más profundamente que podía en la garganta.
Los
segundos pasaban y el tipejo no se corría. Sentía que me ahogaba, que
me faltaba el aire, y la polla de ese cabrón me obstruía por completo
toda la garganta, me la desagarraba con sus brutales embestidas. Sentía
un dolor intenso en las mandíbulas, como si estas fueran a desencajarse
destrozadas. Notaba las lágrimas y los mocos brotar y resbalar por mi
cara, mi cuerpo se agitaba con fuertes arcadas y oía mis propios
gruñidos desesperados, con los que procuraba solicitar ayuda.
Pero
nadie, ni siquiera mi esposo, me auxiliaron en ningún modo. Todos
seguían utilizándome y gozando de mí, ignorando mi angustiosa situación.
Sentía varias manos apretarme las tetas, algunos dedos pellizcar y
hacer rodar mis pezones, y otros dedos, los de mi marido, que me
follaban el coño en un rápido metisaca.
Por un
segundo temí incluso morir cuando, de manera totalmente inesperada,
experimenté el orgasmo más intenso y brutal de toda la noche. Mientras
sentía los espasmos violentos de la polla que me ahogaba, de esa polla
que tenía incrustada en mi garganta y que sentí eyacular chorros de
semen directamente, creo, en mi estómago, una violenta oleada de placer
emanó de mi sexo y anormalmente amplificada agitó mi cuerpo haciéndome
casi perder el sentido de tanto placer, obligándome a lanzar un chillido
que, imagino, apenas debió poder salir de mi garganta puesto que esta
seguía llena con el ya menos voluminoso y duro pene que me la había
follado segundos antes.
He podido gozar de muchos orgasmos intensos a lo largo de mi vida, pero creo que ninguno tan brutal e inolvidable como aquel.
A
penas unos segundos después, cuando aún no había recobrado el sentido
tras el bestial orgasmo, un nuevo tipejo, también de voluminosa panza y
cabeza pelona, se colocó entre mis piernas e intentó penetrarme, pero
tan solo con apoyar la cabeza de su polla contra mi coño y dar un torpe
primer empujón, comenzó a enviar sobre mi vientre nuevas lanzadas de
caliente y lechoso esperma. Entonces Jorge se levantó de golpe de su
asiento, empujó al gordo sin miramientos y agarrándome del pelo de un
puñado me atrajo contra él e introdujo sin ningún decoro su erecta pija
en mi boca. Estaba agotada y dolorida por la anterior follada que me
habían hecho en la boca, pero quise hacerle una buena mamada que no
pudiera olvidar en mucho tiempo, para agradecerle a mi maridito el ser
un cornudo tan bueno y permitir a su esposa gozar de una tarde de sexo
tan loca. Le agarré de un puñado la arrugada bolsa de sus huevos y
comencé a follarlo intensamente con la boca, introduciéndome entera su
polla en cada metida, sintiendo la gorda bola rosa de su glande venir a
chocar contra el fondo de mi boca.
-Ay Marilú, mi
cielo, ¡pero qué mamita reputa que eres! –Le oí exclamar segundos antes
de lanzar un fuerte quejido y eyacular abundantemente, inundándome la
boca con su esperma.
Mi esposo, agotado y gozoso,
volvió a derrumbarse en su asiento y permaneció inmóvil, aún con la
flácida verga colgando entre sus muslos, ahí tirado durante unos
minutos. Mientras tanto otro hombre volvió a plantarse ante mis abiertas
piernas pajeando su erecta polla, se colocó un preservativo (supongo
que un poco asqueado ante el abundante esperma que inundaba mi coño y
todo mi cuerpo) y me metió una última y furiosa follada que me hizo
encadenar dos nuevos orgasmos y quedar definitivamente rendida y
satisfecha.
Una vez se hubo retirado Jorge me
agarró de un brazo y tirando de mí con autoridad me sacó del cine,
evitando e ignorando los gruñidos y las protestas de algunos hombres que
de nuevo, con las vergas erectas en la mano, pretendían volver a
follarme. Tenía chorretadas de esperma por todo el cuerpo, mi vestido
estaba completamente manchado y arrugado, había perdido las bragas y
sentía el semen chorrear por mis muslos saliendo todavía de mi rajita.
Salimos a la calle, ya era de noche, subimos al coche y volvimos
directamente a casa.
La mañana siguiente encontré a
Marcos conectado en el MSN. Me dijo que, por supuesto, había estado
presente en el cine y gozado de mí junto con los otros hombres. Me
aseguró haber disfrutado como un animal y haberse corrido dos veces, una
en mi boca y la segunda follándome el chochito. Fue aquel último
hombre, el que utilizó un preservativo y me proporcionó los dos últimos
ricos orgasmos de la noche. Para agradecerle su gentileza y el haber
estado al origen de la tremenda experiencia que les he narrado, le he
invitado a venir una tarde a visitarme a casa, para pasar por fin un
rato juntos los dos solitos y tranquilos.
Ahora mi
nueva fantasía es que mi esposo me lleve a un bar o club de alterne,
vestida como una ramera callejera, y me venda a algunos de los hombres
que buscan sexo con prostitutas. Es la situación que más me obsesiona en
estos momentos y la que con más frecuencia imagino cuando me masturbo.
Ya se la he comentado a Jorge y aunque nos da un poco de miedo meternos
en esos ambientes, también nos provoca un morbo tremendo a ambos y
deseamos poder realizarla pronto.
Espero que os haya gustado leer mi experiencia y os agradezco vuestra atención.
Marilú.
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