Madura y joven lesbiana se dieron sexo con mucho placer

- Voy a salir con un chico – me dijo Lorena.
- No quiero que salgas con un chico. Sos mía…
Nuestra relación es bastante abierta en ese sentido. Las dos somos mujeres, y nuestro pacto es que podemos salir con chicos, no consideramos una relación con el sexo masculino como una infidelidad. Tenemos prohibido salir con otras mujeres. Pero esa noche me puse demasiado celosa. Le dije que no, que no quería que salga, que se tenía que quedar conmigo, hacerme al amor a mí y solo a mí. Por supuesto no me escuchó y se fue.
Yo quedé solita en mi casa. Me dediqué a tomar fernet con coca. Al rato ya estaba ebria hablando pavadas con los chicos del chat. Que la amo, que la odio, que como fue capaz de hacerme esto, que mejor la llamo y le pido perdón. Marque el número de su celular. Apagado. Esta debe estar cogiendo ya. Me enojé.
Salí a la calle con la intención de ir al pub de siempre y levantarme cualquier cosa. Tenía ganas de cogerme cualquier cosa con patas, si respiraba mejor.
En el lugar se vislumbraban almas solitarias, como yo, con ganas de un polvito y nada más. Los chicos eran todos punk, no me gustaron. Dediqué mis miradas a las chicas. Todas menores que yo. La más grande del lugar debería tener veinte años, yo tenía veintitrés. No tenía ganas de comenzar un parloteo de levante. Me acercaba al oído de alguna de las chicas y le consultaba si era lesbiana.
- Hola linda. ¿Sos lesbiana?


- Andá a cagar boluda.
- Hola. ¿Te gustan las chicas?
- Matate estúpida.
Hasta que llegué a ella. Una niña de unos dieciocho añitos. Rubia de pelo corto, con un vestido dark negro. Sus ojos maquillados también de negro. Blanca. Su piel muy blanca. Era más bajita que yo, supuse que aun le faltaría crecer un poco. Poseía una bella silueta, sus pechos eran grandes y firmes. Me acerqué.
- Hola, ¿sos lesbiana?
- No, soy bisexual, ¿vos?
- También.
- Sos muy linda – le dije.
Ella estaba tomando un trago. Me convidó. Me habló de bandas que yo ni conocía. Me dijo que le gustaban las poesías. Me dijo que sus amigas habían salido con ella, pero que se fueron con dos chicos que tenían drogas, y que a ella no le gustan las drogas, y que era muy afortunada por haberse topado conmigo. Era bastante aniñada, demasiado hasta para mí. Pero era hermosa. El solo pensar en que me comería ese caramelito me excitaba tanto que podía sentir los labios de mi vagina abrirse entre las telas de la bombacha.
- ¿Y sos bisexual abierta? ¿O una parte la guardás para la intimidad? – consulté.
- Si, está todo bien, ya sabe todo el mundo de mí, ¿por qué?
- No, por nada, digo… ¿da para una transa acá en público?
- Sí, todo bien…
La abracé por el cuello. Acaricié su nuca. Mis labios se posaron sobre los de ella. Estaban dulce producto del gancia que estábamos tomando. Nos besamos solo con los labios por un instante, y luego de unos segundos, como si fuésemos novias, nos separamos, nos miramos y sonreímos. Ella reposó su cabeza en mi hombro. Yo abracé su cintura y me di cuenta que era mucho más flaca de lo que aparentaba, ese vestido dark no la favorecía. Al cabo de unos minutos de silencio comenzamos nuevamente con los besos, esta vez utilizamos nuestras lenguas, yo fui la primera en buscar su carne viva con la mía. La introduje en su boca, su lengua estaba reposando, la tomé por sorpresa, ella la movió hacia arriba, lamiendo mi lengua, humedeciéndola más. Era besos tranquilos. Abríamos la boca produciendo fricción con nuestros labios, dejando nuestras lenguas indefensas para que se choquen. Era un lengüetazo suave, acariciando todo el cuerpo de la lengua. Cada lengüetazo era un hilo de flujo nuevo que mi vagina despedía. La transa tenía un lindo ritmo, quien lo estuviese viendo de afuera pensaría que estábamos tratando de comernos.
Abrir la boca. Beso. Lengüetazo. Beso. Cerrar la boca. Abrir la boca. Beso. Lengüetazo. Beso. Cerrar la boca. Era la mejor transa de mi vida.
Nos separamos. El contorno de sus labios brillaba dado que mi saliva estaba allí. Mi boca se vería igual. Le dije que yo tenía casa, que si así lo quería podíamos ir a intimar allí. En realidad no utilicé la palabra intimar.
- ¿Vamos a coger a mi casa? – le propuse.
Ella me dio un pico, me tomó por la mano y me llevó a la calle. Lo tomé como un sí.
Nos deteníamos en cada esquina a transar. Al estar solas en la calle y de noche no nos rescatábamos tanto como en el pub. Yo la abrazaba por la cintura y sujetaba sus glúteos con fuerza. Ella tocaba mis pechos. Yo metía mi mano por debajo de la pollera de su vestido y acariciaba la bombacha que ya estaba muy mojada.
Llegamos a mi casa. Antes de cerrar la puerta con llave ella ya se había quitado el vestido. Sus piernas eran perfectas, las alabé. Me dijo que siempre sale a patinar. Sus muslos eran grandes, redondos, perfectos. Giró media vuelta. Su cola era pequeña, pero redonda y parada. Bien firme, también producto del patín. Su cintura era delgada, creo que menor a los sesenta de la televisión. Y más arriba sus pechos, dos melones redondos, grandes, duros, firmes, con pezones que exigían salir del corpiño negro, que hacía juego con una bombacha negra y con puntillas.
Yo me desvestí con velocidad hasta quedar en su misma situación. En ropa interior. Me abalancé sobre ella, tumbándola al sillón, quedando encima de ella. Besé su cuello hasta dejarle varios chupones. Descendí hasta sus tetas, hermosas tetas. Desprendí el corpiño. Allí quedaron mirándome fijo sus pezones. Palitos parados perfectos de carne, rodeados de una sexy aureola rosada. Lamí la carne de esos pechos, su piel era suave. Los mordía, los pellizcaba, con mi dedo índice golpeaba sus pezones, se los chupé. Ella lanzó su primer gemido. Un sonido suave, excitante, agudo que consiguió que tuviera un pequeño orgasmo, esa pendeja me había hecho acabar sin necesidad de tocarme.
Continué mi descenso. Lamí su panza chata. Jugué con mi lengua en su ombligo. Ella rió y me dijo que no, que me detuviera, que eso le daba muchas cosquillas. Besé esa parte tan incitante que está entre el ombligo y el elástico de la bombacha, mientras lo hacía cada una de mis manos apretaba con fuerzas sus tetas. Su respiración ya era más apresurada, y movía su cadera elevando la pelvis en señal de su excitación. Trató de acariciarse la vagina, pero yo la detuve. Quería hacerla esperar, que suplicara.
Finalmente me lo pidió.
- Chupame la concha – dijo entre susurros mientras continuaba su movimiento pélvico.
Yo accedí. Bajé con suavidad la bombacha, ella elevó la cola de la sábana para facilitarme las cosas, levantó las piernas y la tela se deslizó sin problemas por sus formadas y suaves piernas. Allí estaba a mi total disposición su vagina, toda mojada y levemente abierta. Sus vellos estaban humedecidos por los flujos que había estado despidiendo desde el pub, no la tenía depilada. Mi excitación incrementó, me iba a comer una concha peludita, hacía tiempo que no lamía una vagina con vello, la de Lorena siempre está depilada a cero, ni un pelito.
Acerqué mi cara a su vagina. Ya a unos pocos centímetros se podía olfatear el aroma que sus jugos pegados a sus vellos regalaban. Su concha estaba tan mojada que no fue difícil introducir un dedo a la vez que separaba sus labios para descubrir el botón de su clítoris, inflamado y duro. Ella gimió, y por mi mano cayó un hilo de flujo, la muy perra se estaba chorreando sobre mí. Lamí su tajo aun con el dedo dentro. Ella se estremeció. Volví a lamer varias veces de la misma forma que una perra bebé agua, eso me lo dio la experiencia, lamer una vagina así hace acabar hasta a una muerta. Ella se retorcía de placer en el sillón, la sábana que lo cubría ya estaba totalmente destendida. Ella suspiraba y jadeaba.
- Mmmm…. Aaahhhh…..ssshheee – intentaba decir la palabra SI, pero su timidez no le permitía hablar en la cama, aun era inexperta. Se atrevía hasta cierto punto, pero luego regulaba, tanto las palabras como su pronunciación – Ashhee…mmami, assii – se podía interpretar de sus jadeos.
Luego de unos minutos me dediqué a trabajar su clítoris. Cada tanto me retiraba para observar su cara. Ojos cerrados. Con el mentón tirado hacia arriba. Pómulos erguidos. Estaba disfrutando. Cuando movía mi dedo en su interior se mordía los labios inferiores de su boca, y lanzaba un gemido. Levanté sus piernas y las doblé. El círculo estrecho y arrugado de su ano quedó a disposición de mi lengua, que le regaló la mejor lamida y chupada de culo que le darían en su vida. No contuvo su calentura y me dijo fuerte y claro que le encantaba, que no me detuviera.
Lamía su culo y masturbaba su concha con dos de mis dedos, los metía y los sacaba, mientras que con el dedo gordo acariciaba su clítoris. Al cabo de unos minutos de esa situación ella arqueó su espalda, sus piernas temblaron, gritó, un chorro de flujo saltó sobre mi cara. Ella de inmediato se tapó la cara con ambas manos de vergüenza.
- Ay, perdón… - dijo en voz bajita.
Yo le sonreí y lentamente me quité la bombacha. Le tomé y la quité del sillón para que me dejara a mí en su lugar. Abrí mis piernas y dejé mi vulva a su total disposición. Ella se puso en cuclillas y comenzó a lamer. Al principio lo hacía con timidez, lento y pausado. Yo tuve que fingir un par de gemidos para que ella creyera que me estaba gustando y así darle la confianza suficiente para que se soltara. Mi plan resultó, de inmediato estaba chupándome la concha casi como una experta, salvo porque cada tanto me raspaba con sus dientes, cosa que me producía un terrible dolor.
- Meteme los dedos – le ordené. Ella obedeció.
Mi vagina estaba casi depilada en su totalidad. Un pequeño triangulito era el único vello que poseía. Elevé mis piernas y tiré la cintura hacía arriba, para que mi culo estuviera cómodo. Movía mi pelvis al ritmo de sus lengüetazos, y cada tanto mis movimientos eran bruscos, con la intención que su lengua quedara en mi ano. Me di cuenta que ella nunca había lamido un culo. No tuve más opción que pedírselo.
- Chupame el culo – dije. Ella obedeció.
La escena se repitió, ella lamiendo el orificio de mi ano mientras metía y sacaba sus dedos. Yo gimiendo como una yegua recostada en el sillón no eran fría a la hora de hablar.
- Sí, chupá nena, chupa…
- Que pendeja hermosa que sos…
- No pares, dale, no pares…
Sentí mientras mi orgasmo estaba en camino que esa chica era para mí lo que yo era para Lorena. Yo era casi ocho años mayor que ella. Y a pesar de la hermosura de Lorena, esa pendeja era hermosa. Su piel era más suave que la de Lorena. Sus pechos más firmes. Su cintura más flaca. Era mucho más linda desde lo físico. Sin dudas que con el correr de los años adquiriría una experiencia tal que la convertiría en una trola profesional. Por el momento no era buena en la cama. No se movía bien y había cosas que no sabía hacer. Además de no estar con su coño depilado.
Cuando mi acabada estaba en puerta froté con fuerzas yo misma mi propio clítoris, tuve temor que ella no supiese mantener el ritmo y así impedirme llegar al clímax. Me masturbé y comencé a gemir, por alguna razón cuando me masturbo mis gemidos son con la letra O, y no con la A como cuando me penetran o me hacen sexo oral. Mi vagina latió. Mis piernas se entumecieron. Y un enorme y jugoso squirt bañó la linda e inocente carita de mi chica, quien no se esperaba semejante acabada en su cara. Vi como trató de correr la cara, pero era demasiado tarde. Su rostro estaba empapado de mis jugos.
No le di tiempo a nada. Me tiré sobre ella y comencé a besarla. Sin dejarla reaccionar metí tres dedos en su concha. Lo hice con fuerza. Ella gritó y yo supuse que me había excedido, disminuí la fuerza de mis movimientos. Le dije que me metiera los dedos ella a mí también, que nos haríamos una buena paja mutuamente antes de hacer el terrible y tan excitante concha con concha.
- ¿Te habían cogido así alguna vez? – pregunté en medio del acto sexual.
- No… Me encanta…No pares.
- Que pendeja hermosa que sos…
Otra vez esa frase. Que pendeja hermosa que sos. Esa frase que Lorena tanto me dice. Seguro que a ella le encanta cogerme y a mí me gusta mucho que me coja. Soy para ella una alumna, como lo era esa niña para mí en ese momento.
El concha con concha fue divino, sus vellos me hacían más cosquillas que una vagina depilada. Intercambiamos flujos vaginales. Le introduje mis dedos en la boca y ella se animó a hacer lo mismo. Le mordí las tetas. Le di nalgadas. Me estaba cogiendo a esa pendeja con tantas ganas que hasta yo misma me vi sorprendida. Pensé en Lorena, la muy turra debería estar garchando con ese chico. Sentí bronca. Y mi cogida se volvió más brusca, cosa que a ella le gustó. Yo golpeaba su concha con la mía con fuerzas. Ella gemía y gritaba. Tiraba su cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y gemía. Ella ya no se movía, era solo yo la que hacía los movimientos sexuales. Yo estaba cogiendo a ella. Yo activa. Ella pasiva.
Me di cuenta que volvería a acabar. La agarré de los pelos y la obligué a que me mirara. Yo mostraba mis dientes como una perra enojada. Mi frente transpiraba y ya me costaba respirar. Fue un ejercicio aeróbico intenso. Mi corazón estaba full.
- Quiero que acabes pendeja… - le dije.
Como por obra de magia, acabamos juntas. Esta vez no fue mucho el flujo que eyaculamos. Pero si lo suficiente como para que nuestras pancitas quedaran mojadas, porque los flujos saltaron y salpicaron todo.
Permanecimos tendidas. Abrazadas. Yo estaba realmente cansada. Agotada. Así que esta es la forma en que termina Lorena cada vez que me hace el amor. Exhausta. Con razón hay días que no tiene ganas. O no se banca más de tres polvos. Me sentí más enamorada de Lorena que nunca. Pensar que esa cogida había sido por venganza hacia ella. Por despecho.
- ¿Cómo te llamás? – le pregunté a la nena.
- Sandra. ¿Vos?
- Vidal. Alejandra Vidal.

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