Ahora, les contaré esta historia con mi sobrino. Resulta que mi cuñada
Andrea y su esposo Andrés tienen dos hijos, Paula y Ricardo; hace un
tiempo mi cuñada salieron de viaje por dos semanas y me pidieron que
visitara de vez en cuando a los chicos para ver cómo estaban. Como otras
veces accedí, pero sólo yo podía ir ya que mi esposo trabaja fuera de
la ciudad y llega sólo cada cinco días. Una tarde que fui a ver a los
chicos, Ricardito estaba solo viendo tele, ya que Paulita tenía clases.
Hasta tarde en el colegio. Me invitó a mirar un programa con él y acepté
de inmediato porque estaba aburrida y no tenía nada qué hacer. Minutos
más tarde, Ricardito me dijo poniéndose colorado que tenía un problema
muy personal y me preguntó si podía confiar en mí. "¡Por supuesto que
sí! Le respondí, soy tu tía, te quiero y haré lo que sea por ayudarte."
Lo que pasa, tía... pero no te enojes por favor, es que nunca he visto
ni una parte del cuerpo de una mujer, solamente en fotos y parece que se
me nota porque mis amigos se burlan de mí. Yo sé que es una locura,
tía, pero... ¿tú podrías mostrarme algo? te juro que sería nuestro
secreto y jamás se lo diría a mis padres. Eres la mujer adulta más linda
que conozco y no tengo confianza con nadie más como para pedirle este
tremendo favor. Pero, Ricardito... es una verdadera locura lo que me
pides, tan sólo imagina si tus padres se enteraran. Me juró y me perjuró
que jamás les diría nada, que lo que yo quisiera mostrarle estaría
bien, que yo le había ofrecido hacer lo que fuera por él y ahora le
estaba fallando. Eso me conmovió. "No quiero fallarte nunca le dije, y
después le advertí: Te voy a mostrar sólo lo que yo quiera y será
nuestro secretito." Su cara de contento y un sonoro beso en mi mejilla
me animaron a seguir.
Me paré delante del televisor, lo apagué, y comencé a sacarme lenta y
nerviosamente el suéter, mostrando un coqueto sostén de encaje blanco
que dejaba traslucir mis pezones, que por alguna extraña razón, se
habían parado. Dudé por un momento, pero la sola idea de que ese
chiquillo, sin saberlo, había alimentado los más eróticos deseos en mi
mente, me animó; así que después, dándole la espalda, lentamente
desabroché la prenda y la dejé caer. "Dame un momento para atreverme
antes de darme vuelta." Tía, mejor date vuelta lentamente y con los ojos
cerrados para que no te sientas mal. Buena idea.
Esperé unos segundos, sentía que el corazón se me salía del pecho, era
una sensación rara, morbosa diría yo, reconocí espantada en mi interior
que aquella situación no sólo me tenía nerviosa, sino caliente. Cerré
los ojos y lentamente comencé a dar la vuelta, en ese momento varios
pensamientos pasaban por mi mente, pensaba que entraba abundante luz del
ventanal, que ya estaba de costado hacia él y de seguro ya podía ver la
silueta de mis tetas, recordé mis pezones parados y me dio vergüenza.
Finalmente estuve de frente a él, con mis ojos cerrados sentía su
mirada, recuerdo que pensé: "Ojalá que le gusten mis pechos, sería
terrible haber pasado por esto y que no le gustaran." También me
avergoncé por ese pensamiento, igual que en aquellas noches en que
extrañaba a mi marido y acababa pensando en Ricardo. De pronto, un
sonidito extraño me llamó la atención y dándole la espalda comencé
rápida y nerviosamente a vestirme. Cuando terminé, tardé un rato en
mirarlo a la cara, finalmente le pregunté: ¿Y qué te pareció? Espero no
haberte defraudado. ¡Aaah, tía, tus senos son más lindos que todo lo que
había imaginado, incluso hice algo que tal vez no te guste me dijo
bajando la vista: estaba tan maravillado que no pude aguantar la
tentación y te tomé una foto."
Al ver mis ojos desorbitados por lo de la foto se apresuró a agregar:
¡Pero no te preocupes, tiita, fue con mi cámara digital y tu foto no la
revelarán, así que nadie más que yo te verá. La voy a guardar en mi
computadora y tú sabes que ni mamá ni papá se meten allí jamás. Su
actitud parecía sincera, además que de imaginarlo masturbándose con mi
foto, mi corazón nuevamente se aceleró. Bueno le dije nerviosa, me tengo
que ir y, por favor, que sea un secretito entre nosotros." Salí
rápidamente y mientras caminaba hacia mi casa pensé que después de todo
no fue tan malo, hasta me gustó y además, ya había pasado.
Esa noche, al revisar mi correo electrónico, di un salto al encontrarme
con un e-mail de Ricardito donde venía mi foto, me asusté mucho y la
borré enseguida. Nuestro hijo a veces usa la computadora; me estremecí
pensando en que pudiera verme casi desnuda en la sala de sus tíos, pues
los muebles se veían perfectamente. Además, mi esposo también usa la
máquina, ya que para sus negocios el e-mail es importante.
Al día siguiente no pensaba ir a su casa, aún me sentía incómoda, pero
Ricardito me llamó por teléfono diciendo que fuera por favor, que quería
decirme algo. Acepté y partí como a las tres de la tarde. Al llegar, de
nuevo estaba solo y me contó que Paula estaba preparando un examen con
una compañera, que llegaría tarde y podríamos conversar tranquilos.
Pasamos a la sala y lo primero que le pregunté fue porqué me había
mandado la foto, que era muy peligroso y que no lo volviera a hacer. Me
dijo que me veía tan linda que quiso que me robara y agregó que en la
noche había estado mirando mucho mi foto, lo que me hizo sonrojar y su
rostro se tornó muy serio. Tía, tú sabes que yo te quiero mucho y ahora
más, porque compartimos otras cositas. Por favor, no te enojes,
compréndeme, es algo muy especial para mí y por lo mismo... quiero
mirarte de nuevo, pero esta vez, quiero que te quedes sólo en calzones.
¡Estás loco! Compréndeme, tía, todo muchacho de mi edad sueña con algo
así y yo no quiero perder esta oportunidad, estoy tan desesperado que de
nervios pensé en mandarle un e-mail al tío. ¡¿Qué?! Ahora sí te
pasaste, Ricardito, mira con lo que me sales. ¿Así me agradeces lo
comprensiva que he sido contigo? Te voy a dar gusto, pero sólo porque
con esa maldita foto me tienes atrapada.
A continuación cerré las cortinas de la sala y me paré en la semi
penumbra, en el centro de la habitación, sobre la gruesa alfombra
redonda; él se sentó cómodamente en el sofá con cara de ansioso. Comencé
sacándome el suéter, luego me desabroché la falda larga que llevaba, la
cual cayó sola. Quedé sólo con el sostén y mi tanga de encaje azul.
Después me saqué lentamente el sostén mostrándole nuevamente mis tetas,
el corazón casi se me salía, veía su cara de asombro, parecía gustarle
mucho el espectáculo y me dijo: "Gira lentamente, tía, quiero verte por
todos lados." Obedecí en silencio.
Después de unos minutos, me dijo con voz nerviosa: "Ya que reconoces,
tiita, que te tengo atrapada... quiero que te saques también el calzón."
Intenté protestar pero me di cuenta de que era inútil, estaba a merced
de un chiquillo que quería explorar lo erótico, era su juguete. Sentía
una mezcla de humillación, indefensión y también mucho morbo. Le di la
espalda y me bajé la tanga, quedé completamente desnuda para él, estaba
paralizada, no sabía qué hacer, su voz me sobresaltó. "Date vuelta, tía,
y... acércate." Lo hice, y cuando me paré frente a él, un rayo de sol
se colaba entre las cortinas y caía sobre mí, regalándole todos los
detalles de mi cuerpo. Me dijo: "Recuéstate a mi lado, a lo largo en el
sofá." Intenté acomodarme, pero con él sentado en un extremo no cabían
mis piernas. Le dije: "No puedo, no quepo contigo ahí." A lo que
respondió: "Si abres las piernas mucho y pasas la izquierda por atrás
mío, sobre el respaldo, cabemos los dos." ¡Me quería con las piernas
abiertas! Yo con mi pepita depilada y sólo con un pequeño mechón arriba,
como le gusta a mi esposo.
A esas alturas ya estaba resignada, así que me coloqué en posición.
Cuando me miré la panocha me avergoncé mucho, ahí estaba, peladita,
rosada, con los labios semiabiertos y mojados; ¡nunca olvidaré la cara
de Ricardo al verme! Por primera vez vi distinto su rostro, no era el
del joven que conozco desde bebé, era el de un Hombre, uno que estaba
tremendamente caliente, que tenía un juguete sexual y no sabía qué haría
con él. Ábretela mucho... eso es, recórrela con un dedo... muy bien,
siegue así, ¡oh, tía, qué bien lo haces! En ese punto yo ya no daba más
de caliente, mi sexo estaba empapado y al estar peladito se notaba
claramente; mi dedo se perdía a ratos en el interior, gemía desesperada,
me la abría al máximo, quería que me mirara muy bien, que me viera
todo, que observara a su tía descontrolada de deseo, que memorizara mi
pepita mojada con mi dedo hasta adentro.
No tenía límites, ya todo mi pudor se había ido a la cresta, no podía
creer que le estuviera haciendo un show sexual a Ricardito, si ni a mi
marido se lo he hecho jamás. Fue tan fuerte y especial sentirse un
objeto de deseo. Estaba en lo mío, acariciando mis agujeros con mi dedo,
hasta que por fin se decidió y sentí un dedo suyo entrando junto al
mío.
Eso es, mi muchachito, hazme lo que quieras, soy tuya para que juegues,
tu tiita es tuya, toda tuya... así, así, aprende a gozar con una mujer.
¿No es rico? Aprovéchame que así como estoy no tengo fuerzas para
negarte nada. Sus dedos me exploraban la gruta, nunca habían tocado
ninguna, me abría los labios, me acariciaba el culo, amasaba mis tetas,
pellizcaba mis pezones y yo gemía como loca. Me sentía abandonada a sus
caprichos, para él sería lo que quisiera. De pronto soltó un gemidito
ahogado y supe que había acabado, en ese momento acabé yo también
quedando allí, cansada, mareada y por primera vez, pensando en su pito.
Intenté adivinar cómo lo tendría. ¿Sería largo, grueso? Me di cuenta de
que si él hubiera querido cogerme yo lo habría dejado, estaba como loca
de caliente. Me vestí, y sin decir nada, partí a casa. Curiosamente, no
me sentía tan mal, era rico sentirse tan deseada, y lo forzado de la
situación como que me liberaba de culpa, de alguna forma mi conciencia
no me atormentaba, me preguntaba en qué terminaría todo, no lo sabía,
estaba atrapada por el...
Un par de días después de nuestro último encuentro en aquel sillón de su
sala, Ricardo me llamó por teléfono para pedirme que fuera esa tarde
sin falta. Bastante nerviosa por lo que podría pasar llegué como a las
cuatro, ya que a esa hora él estaría de vuelta de practicar deporte como
todos los jueves. Entré con la llave que me dejaron preguntando desde
la puerta si alguien estaba en casa, me respondió él desde arriba
diciendo que se estaba duchando, que subiera y lo esperara un momento.
Cuando estuve junto a la puerta del baño pregunté en voz alta por su
hermana; me dijo que andaba media loca con unos trabajos del colegio y
no llegaría hasta tarde, que no me preocupara y que lo esperara en el
dormitorio de sus padres. Cuando iba cruzando la puerta, me gritó desde
el baño: "Tía... espérame desnudita." Sentí un súbito calor en la cara
al oír aquello, entré en la alcoba, estaba con las cortinas cerradas, en
semipenumbras y un disco de que ya sonaba suavemente desde algún lugar
de la habitación. Comencé a desnudarme, y experimenté de nueva aquella
extraña sensación de estar indefensa, de no tener el control de lo que
ocurría, esa especie de liberación de conciencia, esa voz interior que
me repetía: "No es tu culpa, tú actúas obligada, resígnate." Cuando
terminé de desvestirme allí de pie frente al gran espejo, casi
involuntariamente llevé la mano a mi entrepierna, y mi sexo estaba
mojado. En ese momento entró el, venía cubierto con una toalla atada
alrededor de su cintura, su cuerpo joven y con pocos vellos, su cabello
mojado y desordenado, la cara de deseo que puso al verme desnuda, todo
ello me tenía titiritando como una chiquilla. De verdad era algo muy
especial y nada desagradable.
Se acercó a mí, me dio un suave beso en los labios mientras susurraba en
mi oído: "Me encantas, tía, siempre me gustaste, desde que era un
chiquillo y conocí el deseo sexual, deseaba que mi tranca fuera lo
suficientemente dura y gruesa para hundirla entre tus pliegues. He
pensado mucho en ti, quiero que ahora me enseñes a hacer el amor, quiero
que tú me lo enseñes" dijo poniendo énfasis en la palabra tú. Respondí
besándolo apasionadamente, mi lengua se abrió paso entre sus labios
gruesos refregándose con fuerza contra la suya; me senté en la cama
¡quedando frente a su toalla, "algo" debajo de ella estaba haciendo un
gran bulto, puse mis manos en el nudo que sostenía su única prenda, se
asustó e intentó detenerme, pero suavemente retiré sus manos y continué.
Solté el nudo y dejé caer la toalla, frente a mí quedó cimbrándose su
pito, largo y tieso como un palo, su forrito retraído por la erección y
una cabeza rosada y brillante con una gotita de líquido asomando por su
punta. Pensar en que ese juguetito no había sido disfrutado por nadie
antes terminó con el poco recato que me quedaba; me acerqué y le di un
tierno beso en la punta, luego me retiré para mirar su cara; un hilito
de líquido se estiró entre mis labios y su cabeza. Él me miraba con una
mezcla de calentura y timidez. Pasé la lengua por mis labios, el sabor,
de su líquido era delicioso, hasta diría que casi dulce. Mientras lo
saboreaba, con mi mano derecha tomé su tronco y comencé a masajearlo
lentamente llevando hasta atrás la delicada piel que lo cubría, lo que
ponía más grande y brillante su cabeza; abrí mi boca y la introduje en
ella, mi lengua recorría aquella verga por todo su contorno, él
respiraba agitadamente.
Después de un rato lo saqué y lo dirigí hacia arriba afirmándolo con mi
mano, empecé a lamerle las pelotas, desde allí mi lengua subía por su
miembro hasta llegar a la punta, mamaba un ratito su cabeza y volvía a
bajar recorriendo el mismo camino. Reconozco que estaba disfrutando como
loca, quería comerme todo su pito, lo lamía con desesperación, su
cabeza estaba hinchada al máximo. De pronto, mientras subía, comenzó a
soltar chorros de semen que cayeron en mi pelo, mi frente, mi mejilla y
finalmente en mis labios. Como llevada por una fuerza incontenible lo
metí en mi boca alcanzando a recibir el último disparo de leche en mi
lengua, me avergüenza decirlo, pero lo saboree como un manjar tragándolo
con gusto y pensar que al pobre de Marcos, mi marido, nunca se la he
chupado.
Esto es una locura, lo sé, pero la situación daba para ello y más, la
música, la penumbra, nuestros cuerpos desnudos, aquel pito virgen, en
fin, todo. Yo ya no tenía freno, había sobrepasado todos mis propios
límites empujada por este chiquillo que encontró en mí su juguete
sexual.Aquello no paró ahí, yo estaba como loca y él todavía lo tenía
parado. Lo acosté en la cama, su pito apuntaba al cielo, no imaginan lo
lindo que se veía. Volví a chupárselo como si estuviera embrujada, no
podía parar, finalmente no pude aguantar más y subiendo a gatas por la
cama me senté sobre él metiéndomelo hasta el fondo. Mi vulva lo apretaba
con fuerza al sentirse llena, sentía sus bolas calientitas en mi culo,
en cada profunda embestida que dábamos.
Yo posaba mis tetas en su cara, refregaba mis pezones alternadamente en
sus labios. Tuve no sé cuántos orgasmos montada en ese miembro hinchado,
incansable. Ricardo se venía abundantemente y casi sin ablandarse su
falo, continuaba dándome duro a los pocos minutos. Qué manera de
fornicar, Marcos nunca me había cogido tanto y emocionada, caliente,
empecé a decirle a Ricardo todo tipo de cosas. "Dame toda tu lechecita,
quiero secar tus bolas. Así, mi dueño, soy tuya, cógeme mucho, pícame
toda, mira en el espejo cómo me tienes ensartada en tu pito, soy toda
tuya, tuya, nadie me ha hecho gozar como tú, me fascina tu palo."
Después me arrepentiría de decirle todo eso, pero me tenía tan caliente
que ya no me importó. En fin, estuvimos amándonos como hasta las ocho,
le enseñé a montarme pero le gustó más que yo lo montara, creo que le
gustaba mirar en el espejo cómo se veía su tía desde atrás subiendo y
bajando,, a ratos me pedía que me quedara quieta y con la cola bien
parada, entonces con sus manos me abría el culo y miraba al espejo, yo
me avergonzaba de imaginar lo que veía; mi culo abierto al máximo y su
pito metido hasta las bolas en mi vagina también abierta, mis agujeritos
íntimos allí, expuestos por completo, rendidos y disponibles para su
juego, era una mezcla de humillación con una calentura tremenda.
Pese a estar muy cansados, me costó detenerlo, le dije que tenía que
irme, que me dejara, que ya me había hecho todo lo que quería. Me vestí
en silencio, ordené la cama, me arreglé y de despedí dándole un tímido
beso
La tia y el beso negro
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