Después de un mes de estar desempleada mi marido estaba ya a punto del
infarto, no porque necesitáramos el dinero sino porque no soportaba
verme sin hacer nada, según él la ociosidad es madre de muchos vicios.
Imbécil.
Una mañana caminaba por una zona populosa, y me detuve frente a un
pequeño restaurante. Ahí había un anuncio de -se solicita empleada con
ganas de trabajar- y pues no es mi estilo de trabajo pero entré decida,
al fin y al cabo la monotonía de mis vida no tenía ningún
aliciente…hasta ese día.
No fue difícil que me contrataran, habían tenido algunas semanas el
anuncio y nadie había acudido por el puesto que era de mesera, así que
al fin me lo dieron. Es un lugar pequeño, los empleados son una cocinera
ya cincuentona, dos ayudantes cuarentones, el dueño de unos sesenta y
tantos años y una mesera. Ella me llamó la atención porque no tenía más
de 18 años y ya se le veía una pequeña pancita signo de un incipiente
embarazo.
El primer día sufrí un poco para adaptarme al ritmo del restaurante; a
ciertas horas el trabajo es intenso y es cuando es hora de la comida y
en otras no se paran ni las moscas. Dos días después ya me había
acostumbrado a los gritos y órdenes, llevando y trayendo platos de la
mesa a la cocina y viceversa.
Puedo presumir que soy observadora hasta cierto grado y esto lo digo
porque una semana después de haber estado sirviendo mesas me di cuenta
de algunas cosas, y puedo apostar que pasan a muchos lugares pero no lo
había tomado en cuenta. Creo que si la ociosidad nos hacer notar los
vicios de la gente y sus rutinas.
Llegaba a las seis y media de la mañana, era la segunda en llegar ya que
el dueño siempre madrugaba. Después llegaba la cocinera, los ayudantes y
la última en llegar era la jovencita, que muchos clientes llamaban “la
meserita” por lo pequeñita de estatura que era y su edad.
A ella la llevaba tal vez su esposo, un joven que siempre la dejaba en
la entrada con su motoneta, y al bajarse siempre enseñaba algo más que
los muslos debido a lo corto de su falda. Yo no me había atrevido a usar
falda así que había estado utilizando pantalón.
Nada más se arrancaba el chico en la motoneta y “la meserita” entraba.
En la cocina saludaba con un beso en la mejilla a todos, incluso a mí,
pero esa vez note como uno de los ayudantes después de que ella le diera
la espalda le propinaba una palmada en el trasero y ella, ante mi
asombro, no dijo ni hizo nada.
Durante el resto del día me dí a la tarea de observar con más detalle a
la chica y pude comprobar como en varias ocasiones los ayudantes y hasta
el dueño utilizaban cualquier excusa para acercarse a ella y palpar su
trasero. Los sobeteos iban desde una ligera palmada hasta un agarrón de
nalgas. Ella ni se inmutaba, únicamente les retiraba las manos con
discreción cuando una mano traviesa no se retiraba por sí sola y se reía
nerviosamente, volteando para todos lados.
También pude escuchar cómo le hacía bromas subidas de tono, en donde le
decía: -oye de que color traes los calzones- -cuánto por tu culito- y
si bien no me escandalice si comencé s sospechar que disfrutaba de los
acosos de los compañeros del trabajo, porque no solo se conformaban con
eso, también los pude observar mientras le levantaban la falda o le
daban ligeros empujones en las nalgas mientras la tomaban de la cintura y
ella como podía se libraba de sus acosos.
Claro que no era la única que recibía ese trato, ya que la cocinera
también era sobada por todos lados, pero a diferencia de la meserita,
ella no cortaba sus avances, al contrario, permitía que fueran más
osados, ya que le subían la blusa dejando ver sus enormes senos
cubiertos por su brassiere.
Tan acostumbrados estaban a esos escarceos que en la ocasión en que
entré a la bodega y la meserita estaba recargada sobre una mesita, con
la cara pegada a la mesa y con su trasero levantado y la falda hasta la
cintura, y uno de los ayudantes atrás de ella intentando bajarle las
bragas, tomé lo que necesitaba y salí de ahí, sin prisa alguna y sin
inmutarme, simplemente escuche unas risas ahogadas en el interior de la
bodega y yo, con una excitación al haber presenciado algo prohibido.
Ese día al salir del trabajo me alcanzó la meserita al doblar la
esquina, y comenzó a charlar conmigo, más o menos fue algo así, pero no
exacto:
-hola Guille, para dónde vas?
-hola Lucero, a tomar el autobús, si quieres vamos un rato juntas para hacernos compañía-
- oye se que nos viste, pero no vayas a decir nada, por fis-
-no te asustes, no soy una soplona, pero dime, ¿te estaba forzando o…estaban de acuerdo los dos?-
-jajajaja, no pasó nada, son juguetones, además no pasa de juegos y es todo-
-pero dime ¿te gusta que te hagan eso?-
-pues…si, siempre he sido así de juguetona, jajaja, y tú ¿juegas también así?-
- ya llega mi autobús nos vemos mañana…-
Nos despedimos al llegar a la parada del autobús y la deje. Estaba
decida a ser un juguete en manos de mis compañeros de trabajo; además si
se iba de las manos bien podía dejar ese trabajo de poca paga y
desgastante.
Al día siguiente llegue como todos los días, sólo que pasé al baño a
cambiarme y salí con una falda oscura que me llega hasta las rodillas,
una falda amplía que pudiera permitir que se levantara con facilidad.
Ese día transcurrió con normalidad, hasta que unos dos días después,
comenzaron con sus avances, primero fu pasándome un brazo por los
hombros, después la mano a la espalda y bajaba hasta la cintura hasta
que uno de ellos fue más osado y se atrevió a darme una palmada en el
trasero, simple y sencilla pero que no dejo dudas de que mi sonrisa ante
esa acción implicaba que no habría queja por mí parte de ser tratada
como a mis otras dos compañeras.
Ya desde ese momento los tres aprovechaban para estar cerca de mí y
tocarme el trasero pero a diferencia de ellas, yo no les ponía límite al
tiempo de sus toqueteos. Todos ellos no perdieron la oportunidad para
sobarme las nalgas a su antojo y ante mi nula resistencia seguían
haciéndolo cada vez más constante.
El día en que me tuve que quedar para ayudar con el inventario de la
pequeña bodega tuve el primer encuentro consensual. Tal vez se habían
puesto de acuerdo porque en un momento me quedé a solas con uno de
ellos, Víctor por llamarle de algún modo. La charla era un tanto de
preguntas y respuestas de mi parte, y tal vez yo lo provoque y no me
arrepiento, ya que al darle la espalda él se colocó tras de mí y sus
manos llegaron a mi cintura. Hablábamos y no me movía de esa posición y
tampoco retiraba sus manos, al contrario, comenzó a bajarlas por los
costados hasta llegar a mis muslos, iniciando un ligero masaje, hasta
que inevitablemente sus manos quedaron en mis nalgas.
Guardamos silencio y la mirada la tenía en el piso, mientras él, sin
prisa alguna, me manoseaba el trasero a dos manos; solo escuchaba su
agitada respiración y mi corazón palpitaba a mil por hora. Cuando me dio
la vuelta y quede frente a él, nuestras miradas se encontraron y sus
dedos comenzaron a desabrochar los botones de mi blusa.
De pronto la tenía abierta, mostrando mi brassiere que tapaba mis senos,
y mi falda ya estaba a la cintura levantada; sus manos se dirigieron a
su pantalón que de manera rápida ya tenía abajo, mostrándome su sexo en
todo su esplendor, y sosteniéndome de las nalgas me junto a su cuerpo.
Sentí como su miembro se ponía a la altura de mi vagina, haciendo
movimientos de atrás hacia adelante, humedeciendo mis piernas de una
sustancia viscosa.
No puse resistencia cuando se agachó y bajo de un tiro mi pantaleta y
quedó a la altura de mis tobillos, mientras sus dedos comenzaron a
explorar mis labios vaginales, introduciéndose lentamente, sintiendo
como mi humedad le empapaba sus dedos. Él guío mi mano a su miembro y lo
aprisione con la mano, sintiendo un calor enorme y maravilloso, y sin
que me pidiera inicie un movimiento de arriba hacia abajo con mi mano.
Colocó su pene en la entrada de mi vagina y estaba lista para sentirlo
dentro de mí cuando escuchamos voces en la puerta, solo atinamos a
recomponernos la ropa y salió como rayo hacia afuera de la bodega.
Cuando salí a ver que ocurría me percate que no eran más que un par de
borrachos que habían querido entrar y como no estábamos de servicio
hicieron un alboroto. Se marcharon y me despedí de todos ellos, que con
unas sonrisas discretas me indicaban que suponían que había estado
ocurriendo en la pequeña bodega.
Mientras les iba dando el beso en la mejilla de despedida cada uno de
ellos me despidió con un agarrón de nalgas, que respondí con una ligera
sonrisa. Iba tratando de calmarme camino a la parada del autobús fui
alcanzada por Víctor. No medio palabra alguna y después de tomarme de la
mano me condujo a una calle oscura. No tenía miedo, solo deseo y cuando
dejo al aire su miembro no fue necesario usar palabras, únicamente mi
mano, que fue la encargada de acariciar su falo de manera desesperada,
como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida, y aún y cuando saltó
su semen en mi mano y escurría por mis dedos, no dejaba de seguir
moviendo la mano.
Me entregó un trozo de servilleta y con el limpie mis dedos. No nos
dijimos nada pero entendí que era la primera vez que masturbaba a un
hombre y que lo había disfrutado. Tal vez este loca pero cuando llegue a
casa y prepare la cena no me lave las manos, y discretamente llevaba
mis dedos a mi nariz para seguir percibiendo ese olor que me entraba por
todos los poros de mi cuerpo.
Perdona si no es una historia fantástica con escenas de sexo desmedido
pero no soy buena inventando cosas así, tal vez te aburrí pero es una
vivencia que comparto contigo. Antes de que me preguntes te voy a decir
amiga que ahí trabaje año y medio y todavía falta por contarte lo que
paso después.
Buscado empleo me follaron mi vagina
Posteado en 69 , Beso Negro , Desvirgada , Heterosexual , Infidelidades , Sexo Irracial , Sexo Oral en por Esperanza
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