Hacía bastante tiempo que no la veía, casi ocho años, y la encontré
aquel día en el autobús. La conocía desde hacía 20 años, cuando
coincidíamos a llevar o recoger a nuestros respectivos hijos en la
guardería, allí me fijé en ella. Elena no era una mujer hermosa, era más
bien del montón, pero me fijé bien en la dulzura que desprendían sus
correctas facciones, sus gestos, el movimiento y los escorzos de sus
grandes y suaves manos, desproporcionadas con el resto de su cuerpo, más
bien menudo, y del que no se podía decir más, pues vestía siempre con
mucho recato, con ropas que parecían de monja y no permitían hacerse
idea ni tan siquiera del tamaño de sus pechos, que parecían aplastados, o
de su culo, ya que los vestidos que llevaba no ceñían en absoluto su
cintura. Lo más que sabía era que sus piernas eran firmes y recias.
Como vivíamos en el mismo barrio, también coincidía a menudo con ella en
el autobús y fui testigo del embarazo de su segundo vástago. El estado
de gravidez acentuó la dulzura de su cara, su atractiva sonrisa y la
expresividad de sus ojos. Hubiera dado cualquier cosa por hacer el amor
con ella así preñada.
Años más tarde coincidimos en la misma empresa y departamento, allí nos
hicimos amigos y conocí de su vida: Tenía dos hijas de la edad de los
míos, que en la actualidad tendrían 24 y 20 años, apenas tenía
relaciones u otra actividad al margen de su familia, a la que adoraba.
Siempre estaba hablando de sus hijas y del trabajo de su marido.
Aunque intimamos en el trato nunca hablaba de sexo, su conservadora
educación se lo impedía. Me acabé enamorando de ella e intenté algún
avance. Ella permitía algún pequeño roce, pero no alentaba nada más. Un
día le lancé los tejos descaradamente y ella me dijo que, aunque yo le
gustaba y me quería muchísimo, no se permitiría nunca engañar a su
marido y destrozar su familia.
Así pasó el tiempo, yo mortificado por tenerla cotidianamente ante mi
vista sin poder hacer más que intentar percibir su excitante aroma
natural de hembra, indisimulado por ningún perfume que, al igual que el
maquillaje, desconocía.
Pasó algún tiempo y yo cambié de empresa, no volviendo a verla hasta
aquel día que coincidimos en el autobús. Nos dimos los dos besos de
rigor en cada mejilla y charlamos de los más inmediato: Mi trabajo
actual, mi estado familiar, la política .... pero me di cuenta que no
hablaba de nada referente a ella, ni de su trabajo, ni de la familia,
procuraba eludir cualquier pregunta referente a ello. También me percaté
de que iba vestida de forma muy poco apropiada para la temperatura que
hacía, unos 20 grados, llevaba un largo abrigo abrochado hasta el cuello
con un pañuelo-bufanda de remate, y guantes. Se había quitado el guante
izquierdo para poder introducir el billete del autobús en la máquina
canceladora y noté que, contra su costumbre, sus deliciosa mano estaba
perfectamente cuidada y sus uñas largas sin exagerar y lacadas de color
rojo oscuro.
Yo le estaba contando que me había divorciado, que vivía solo en una
gran casa ya que había prosperado mucho, cuando subió al autobús un
revisor solicitando los billetes. Cuando el revisor se dirigió a
nosotros ella no encontraba el billete y, nerviosa, comenzó a registrar
en sus bolsillos y en ese momento el autobús pegó un frenazo y tuvo que
aferrarse a la barra de soporte con su mano derecha que dejó el guante
en el bolsillo.
Al ver su mano comencé a barruntar lo que le sucedía. Desde mi divorcio
yo había tenido bastantes contactos con el sexo duro, en particular con
la cuestión de la esclavitud sexual, sobre la cual me había documentado y
había tenido escarceos sin llegar a nada serio, aunque era cuestión de
tiempo. Había conocido a tipos propietarios de esclavas, en particular a
un miembro de una sociedad esclavista que, una noche de borrachera, me
había contado con pelos y señales sus actividades y sus signos
distintivos.
Por delante de su alianza de matrimonio, el dedo anular de Elena estaba
ceñido por un peculiar y ancho anillo de acero, grabado con símbolos que
me resultaban familiares, en el que se distinguía una diminuta argolla
de la que partía una cadenilla que, a su vez, estaba enlazada con una
discreta pulsera, también de acero, en su muñeca. Eso impedía despojarse
de ambos anillos: el de signo de esclavitud que era lo que manifestaba
el anillo de acero y el del matrimonio, lo que significaba que era una
esclava casada y con aceptación expresa y escrita de su marido
reconociendo que tenía un amo distinto a él; todo ello de acuerdo con
mis vagos conocimientos del protocolo de la sociedad esclavista de mi
amigo.
Cuando Elena se percató de mi atención a su mano derecha palideció y rápidamente la ocultó en el bolsillo en busca del guante.
Aunque supongo que por razón inconfesable e instintiva que en aquel momento no reflexioné me incliné a su oído y le susurré:
- ¿ Eres consciente de lo que significa el anillo de hierro que llevas en el anular derecho ?
- Por favor, te lo ruego, que nadie se dé cuenta, algunos pasajeros son
vecinos míos. Si sabes qué significa lo que has visto ven conmigo a mi
casa discretamente y ejerce tus derechos sobre mi pero no me descubras
en público.
Bajó la mirada y continuamos el trayecto del autobús sin decirnos
palabra mientras ella mantenía siempre la mirada baja, aunque poco a
poco fue juntando su cuerpo hacia el mío hasta reclinar su cabeza contra
mi hombro y murmurar a mi oído:
- Mi señor, me alegro que me hayas descubierto tu porque te amo. Así
asumiré con ánimo el castigo que me impondrá mi Amo por dejar descubrir
mi condición.
- Elena, ¿de verdad me quieres?
- Te he amado siempre, pero no pude romper nunca mis ligaduras con mi estricta educación para ofrecerme a ti.
- ¡Tantos años perdidos !
- Sssshhhh mi amor, dentro de un rato podrás hacerme tuya.
Llegados a su parada me hizo un gesto para apearme con ella y seguirla
hasta su casa. Ya en el ascensor comencé a besarla en la boca a lo que
me respondió con pleno abandono de la suya.
- ¡ Ay! amor, decía, cuanto tiempo soñé con esto. Cuanta noches me he
masturbado pensando en lo que me podrías hacer. Y ahora que podemos me
ocasiona una vergüenza infinita.
- ¿Por qué?
- Enseguida lo verás, por desgracia.
Llegados a su piso abrió la puerta y gritó:
- ¡ Cariño!, ya he llegado, vengo con un señor que me va a usar. Ya sabes, quédate en la habitación, estaremos en el salón.
Una vez entrados en el salón de la casa, se apartó de mi y con cara seria y preocupada y mirando al suelo me dijo:
- Señor disculpa mi expansión anterior, indigna de una esclava,
dirigiéndome a ti como mi amor cuando mi condición me prohíbe esos
sentimientos, debiendo limitarme a prestar mi cuerpo sin implicaciones
de otro tipo salvo permiso expreso de mi amo.
Debo solicitarte estas disculpas porque el castigo que merezco por haber
sido negligente en la ocultación y discreción con respecto a mi
condición de esclava sumisa se verá agravado por el hecho de haberlo
sido ante el hombre que he amado siempre y, además, habérselo proclamado
sin consentimiento de mi Amo. Cuando se lo confiese será implacable.
Solamente le puede mover a clemencia el hecho de pedirte perdón por
mostrar mi debilidad ante un sentimiento que me está prohibido, como es
el amor.
- Elena, cuéntame como llegaste a estos extremos.
- Eso no estoy autorizada a contarlo. Según las reglas que me ha
impuesto mi Amo, solamente debo limitarme a prestar mi cuerpo
incondicionalmente al capricho de aquél que descubra mi condición de
esclava.
- Pero Elena, yo no soy cualquier hombre, yo te he amado siempre y lo
sabes, si no hubiera sido por tu estricta educación conservadora
hubieras abandonado a tu estúpido marido y hoy serías mi esposa y yo no
estaría solo como lo estoy ahora.
Ante eso Elena se derrumbó y entre un mar de lágrimas me confesó que
arribó a su condición de esclava por culpa de su esposo, que se enfangó
en un desfalco para poder pagar el crédito de su actual vivienda, pedido
en malas condiciones. Que la implicó a ella en otro desfalco más en la
empresa de su actual Amo y que el hecho fue grabado en video por el
mismo apoyado por todo tipo de pruebas documentales, quien impuso, para
no denunciarles, el sometimiento en esclavitud. Que, con el tiempo, las
humillaciones constantes y las condiciones psicológicas ya fueron
incapaces de planear, y mucho menos afrontar, una escapatoria a aquella
forma de sobrevivir. Que, actualmente, ya le resultaría imposible llevar
una vida normal sin que su Amo dirigiese su conducta y que también lo
amaba pese a sus arrebatos de crueldad. Que su corrupción había
alcanzado tal extremo que su marido y ella habían cooperado para lograr
que su hija mayor, de 24 años y casada, también fuese esclava del mismo
Amo y que, para colmo se había sentido orgullosa y feliz de que el Amo
la elogiase por haber conducido a su propia hija a aquella degradación.
Que ahora el Amo exigía que se le entregase a la hija menor, de 20 años,
y que estaban empeñados en esa tarea que simultáneamente le asqueaba y
le prodigaba placer por cumplir satisfactoriamente los deseos del Amo.
Ante aquella confesión de corrupción extrema y degradación de una
familia modélicamente conservadora y religiosa, mis bajos instintos se
manifestaron:
- Y bien, ¿estás ya en condiciones para que te pueda utilizar?
Elena sufrió como una especie de shock, no se esperaba esa reacción mía. Se puso colorada y cayendo de rodillas me suplicó:
- Por lo que más quieras, no me hagas esto. Te he contado todo porque te
amo y confiaba en ti, no me hagas sufrir esta vergüenza. Puedo soportar
toda humillación, pero, por dios, ante ti no. Me moriré de asco de mi
misma.
- Déjate de lástimas, lo que me has contado sobre tu degradación me ha
hecho der consciente del tiempo que perdí pensando en ti como mi ideal
de mujer, una mujer que solamente arriesgó por dinero pero no por amor.
Ahora te odio por ello y me voy a tomar toda la revancha que pueda, a
fin de cuentas más bajo no habéis podido llevar a vuestra familia.
Elena volvió a palidecer, se tomó un tiempo para serenarse y dijo:
- Bien señor, me desnudaré para que me examine y decida si utilizarme y de qué manera.
Elena se despojó del abrigo y, como era de esperar, iba casi desnuda bajo él.
Por primera vez tuve la ocasión de evaluar su cuerpo: Estaba tostado por
igual, imagino que de aparato de ultravioleta. Sus pequeños pechos,
aunque ligeramente caídos, eran muy apetitosos, con unas aréolas oscuras
y extensas y pezones largos y gruesos, anillados con aros dorados y
unidos entre si por una cadena también dorada. En el cuello, al igual
que en las muñecas, mostraba sendos collares y pulseras de acero, la
derecha enlazada al anillo que dio lugar a la revelación de su condición
de esclava. La barriga mostraba una ligera prominencia pero con pocos
pliegues para su edad. En el pubis depilado completamente y bajo el
pliegue de éste con el vientre mostraba un tatuaje que anunciaba su
condición: "ESCLAVA". Tenía también anillado en oro el clítoris y dos
puntos de los labios vaginales mayores, pero entre ellos se entrelazaba
una cadena que, cerrada en el anillo del clítoris por un pequeño
candado, impedía introducir un pene en su vagina.
- ¿ Y esta cadena en el coño, qué significa?
Ella, recuperada de su trance emocional que le llevó a confesarme su caída, respondió serenamente, aunque aún roja de vergüenza:
- Señor, hoy era el día en que debo acudir a examen del ginecólogo
concertado por mi Amo para que dictamine las posibilidades de uso de sus
esclavas. Como el coche se averió he debido acudir en autobús y por eso
ha sido descubierta mi condición. El ginecólogo ha dictaminado que mi
vagina, a causa de abuso, no pueder ser utilizada al menos en cinco
días, por lo que ha procedido a timbrarla y remitirá directamente la
llave a mi Amo quien decidirá cuando se puede usar nuevamente. El señor
puede utilizar mi ano, mi boca o mis humildes tetas.
- Está bien, usaré lo disponible.
- Pues si me permite el señor, debo ir al baño para hacerme una lavativa
en el ano ya que llevo en mis intestinos el esperma del ginecólogo que
se cobra así los servicios que presta a mi Amo por examinar a sus
esclavas.
- Espera quiero ver tu ano. Quiero ver su dilatación, abrirlo y ver la afloración del semen.
- Como quiera el señor. Y, enrojeciendo por la humillación más si cabe, se dio la vuelta ofreciendo su culo para el examen.
En el ano llevaba insertado un tapaculos de goma de grueso calibre. Se
lo retiré y, efectivamente comenzó a destilar un viscoso líquido
negruzco, sin duda por la mezcla con sus excrementos.
- Venga zorra, ve a asearte, pero como eres una guarra que te llevas por ahí los fluídos de cualquiera, te voy a vigilar.
- Su vergüenza y bochorno debió alcanzar límites extremos cuando ante mi
vista debió sentarse en la taza del retrete, defecar y soltar pedos,
para ver bien lo cual me agaché, limpiarse en el bidet y colocarse una
lavativa en el recto. Cuando pasó del rojo subido de la vergüenza a la
palidez y sudoración del efecto de la irrigación de los intestinos le
impedí sentarse otra vez en el retrete para evacuar, y le dije que se
colocase a cuatro patas en la bañera para que yo pudiese observar la
evacuación. Allí soltó el esperado chorro sucio ante mi atenta mirada y
seguidamente se duchó, se perfumó discretamente y por último se aplicó
una crema en el orificio posterior.
- Señor, ya estoy lista para el uso.
- Bien, vamos al salón y llama a tu marido para que observe.
- ¡ Cariño, el señor quiere que contemples como me utiliza, ven al salón !
- Ven cornudo, voy a follar a tu mujer delante de ti. ¿ Te gusta ?
- Si señor, me gusta que mi familia y yo sirvamos al placer del Amo y al de quien él designe como usuarios de nuestros cuerpos.
- Tu sabes que cuando erais libres yo estaba enamorado de tu mujer y ella de mi y que me rechazó para que no fueses cornudo.
- No señor, ahora me entero.
- Pues mira ahora como esta furcia te pone una gran cornamenta no por amor, sino por haber sido codiciosos.
- Señor, ya llevo una gran y agradable cornamenta desde que sirvo a mi
Amo, y me alegra mucho que usted se tome esta expansión con mi esposa
porque el Amo será feliz cuando le contemos la causa. Seguramente
castigará a mi esposa por su negligencia, pero estará encantado de haber
compartido a su esclava en los términos que su reglamento establece.
- Bueno puta, ponte en posición para sodomizarte.
Elena se colocó en pie apoyando las manos sobre la mesa del salón, ante lo cual su marido intervino.
- Cariño, te recuerdo que tu obligación es informar al señor de que tu
cuerpo está disponible para más cosas que el acto sexual y de que, en
este caso debes preguntarle qué posición le agrada más.
- Señor, le informo que si lo desea puede utilizar mi cuerpo para
satisfacer otras aficiones que usted tenga: Me puede flagelar y torturar
a placer mientras no estropee la propiedad de mi Amo o cometer con mi
cuerpo otra clase de sevicias como orinarme o defecarme donde desee.
También puede ....
- Basta. Ya imagino qué puedo hacer, pero de momento quiero sodomizarte porque tengo los testículos a punto de estallar.
- ¿ Como desea sodomizarme el señor ?, en pie, en el suelo, sobre el sofá ...
- Ponte en el suelo boca abajo y sepárate tu misma las nalgas.
Elena apoyó su cuello sobre el suelo y girando la cabeza para mirarme,
separó sus aún bonitas nalgas ofreciéndome su oscuro orificio. Introduje
en él un dedo para explorar y entró con suma facilidad, introduje otro
con el mismo resultado, fui añadiendo dedos hasta que tuve la mano
dentro sin mayor dificultad.
- Zorra, le dije, en tamaño socavón no voy a obtener ningún placer.
- No se preocupe el señor, controlo el esfínter, solamente lo he
relajado al máximo porque al señor le ha complacido meter su mano, pero
si el señor quiere alojar su pene para darse placer lo cerraré.
- Después furcia, ahora me apetece tu boca.
Ella rápidamente se puso de rodillas para ofrecermela y no dudé en introducirla.
Era una maravilla poder meter toda la polla hasta los testículos sin
encontrar ninguna oposición, superaba su garganta sin que ella mostrase
más reacción que el ajuste de su ritmo respiratorio. Al poco rato ella
no me la mamaba, era yo quien follaba su boca a mi gusto. Incluso cuando
me detenía con la polla metida hasta el tope, ella parecía adivinar
previamente mi intención y aspiraba más profundamente para poder
resistir la oclusión de su garganta. Yo utilizaba la cadena entre sus
pezones para pegarle fuertes tirones que le levantaban las tetas de
forma grotesca.
Al poco rato le dije que era el momento de follarle el culo y ella se
inclinó otra vez ofreciéndome como antes su negro agujero ya lubricado.
Metí mi polla sin apenas resistencia, pero una vez dentro noté como la
puta dominaba su esfínter apretando fuertemente cuando empujaba y
aflojando un poco cuando me retiraba. esta vez yo tironeaba de la cadena
de su clítoris.
- Señor, ¿ Me das permiso para tener orgasmos ?
- Si zorra, orgasma lo que quieras, a mi qué me importa.
Fue casi dicho y noté que ella tenía convulsiones entre jadeos y
gemidos. Antes de depositarle toda mi leche en su interior debió obtener
por lo menos cuatro orgasmos muy prolongados. Terminada la tarea quedé
abrazado a ella que comenzó a sollozar.
- ¿Qué te ocurre putón ?
- Señor, es el día más feliz de mi vida. He tenido cuatro orgasmos con
el hombre que amo. Nunca había tenido tantos ni de tanta intensidad. He
alcanzado el paraíso.
- Estás loca, dijo su marido, esto habrá que contarlo al Amo y te
castigará seriamente por mostrar sentimientos prohibidos a una esclava.
además te has corrido y sabes que te lo tiene prohibido con extraños.
Solamente puedes correte con el si lo autoriza, que sabes rara vez lo
hace.
- Asumiré el castigo y ya se que debo contarselo todo.
Elena procedió a limpiarme la polla con su boca mientras yo fumaba un
cigarrillo y tomaba una cerveza. Cuando terminó me dijo: Señor si te
apetece orinar y te place yo puedo ser tu letrina.
- Buena idea, tengo ganas.
Ella se colocó de rodillas ante mi con la boca abierta y se bebió con una habilidad magistral mi caudaloso chorro.
Me despedí de la pareja diciéndoles que había sido un placer y que, ya que sabía donde vivían volvería alguna que otra vez.
- El Amo querrá conocerte en persona para ver si autoriza esas visitas,
ya que el hecho de descubrir mi condición de esclava solamente da
derecho a un uso sin autorización previa.
- Está bien. Dale mi teléfono. Y se lo anoté en un papel.
Días después recibí una llamada de Elena comunicándome que su amo quería
conocerme en persona, pero que antes quería que yo presenciase un
espectáculo de la humillación de ella ante mi persona en castigo por
estar enamorada. Ningún castigo mejor para una esclava que humillarla
ante el hombre amado.
Me dijo que pasaría a recogerme a determinada hora para acudir al lugar
donde se celebraría. También me dijo que no sabía en que consistiría la
humillación, pero que había sido cedida durante dos horas a un amigo de
su Amo.
A la hora prevista me recogió en el coche que conducía su marido, ella
vestida con el mismo abrigo hasta el cuello que el día que la descubrí.
Imaginé que iba desnuda. Llegamos a una casa señorial en las afueras de
la ciudad y nos abrió una jovencita criada que no llevaba puesto más que
un minúsculo delantal y unas medias blancas con ligas al muslo. Nos
condujo a Elena y a mi a un gran salón y nos pidió nuestros abrigos,
mientras su marido se quedaba en el coche. Efectivamente, Elena estaba
desnuda salvo que esta vez llevaba unas medias negras de rejilla con
ligas también ceñidas a los muslos que resaltaban deliciosamente la
forma de sus firmes y potentes piernas y muslos apoyados por unos
zapatos de tacón de aguja. Ya no llevaba la cadenita cerrando su vagina,
por lo que se supone que era utilizable por allí de nuevo.
La criada enganchó una cadena al anillo del clítoris de Elena y tirando
de ella nos condujo a otra amplia sala casi vacía donde solamente había
en el centro un bajo caballete acolchado y forrado de cuero y, a su lado
una mesa larga de madera con el tablero también forrado de cuero, unos
sofás alrededor completaban el mobiliario. La criada nos dijo que
esperásemos y dejó caer la cadena, el peso del tramo hasta el suelo
estiraba dolorosamente el clítoris de Elena aunque ella no mostraba
ninguna señal.
La semidesnuda y apetitosa criadita regresó conduciendo una silla de
ruedas en la que venía sentado un viejo octogenario que me invitó a
sentarme en uno de los sofás y procedió a examinar y palpar todo el
cuerpo de la esclava Elena. Tiraba de las cadenas de los pezones y del
clítoris, se los retorcía y apretaba fuertemente, amasaba sus tetas y le
introducía dedos por la vagina y el ano. Por el enrojecimiento de la
cara de Elena percibí que estaba pasando un gran oprobio. Así pasó el
vejete cerca de un cuarto de hora dejando los pechos y las nalgas de la
esclava totalmente colorados.
Después la criadita colocó a Elena con el pecho apoyado sobre el bajo
caballete y se desprendió del delantal colocándose alrededor de la
cintura un arnés con dos colosales pollas de goma que embadurno de
crema. Introdujo sin dificultad las pollas en los dos agujeros contiguos
de Elena y procedió a follarla con gran violencia mientras el viejo,
desde su silla, flagelaba su espalda y nalgas.
- Zorra, como se te ocurra correrte vas a salir de aquí en pedazos, eso
si no te rompen antes esos consoladores de mi esclava. Tras otro cuarto
de hora de abuso de los orificios de Elena, ésta fue atada por las
pulseras de sus muñecas a unas argollas fijadas en el suelo, el
caballete colocado bajo su vientre y elevado mediante una manivela y,
por fin, sus tobillos atados a otras argollas del suelo manteniendo sus
piernas muy separadas con lo que sus genitales estaban disponibles para
hacer cualquier cosa. La criada le introdujo en la vagina un enorme
tapón anal y le colocó unas gruesas gomas elásticas en la base de los
pechos que los comprimían fuertemente, también colocó hábilmente otra
pequeña goma alrededor del clítoris, por debajo del anillo, que lo hacía
sobresalir como una pequeña polla. El resultado debía ser sumamente
incómodo y doloroso. La criada o, según lo oído, esclava del dueño de la
casa salió de la sala diciéndole: Esto lo hago por ti, así tendrás que
hacer menos esfuerzos para no correrte.
Mientras duraba su ausencia me percaté de que Elena me echaba fugaces
miradas para valorar mi actitud ante las sevicias que estaba sufriendo.
Regresó la criada con una reata de tres enormes perros con las patas
enfundadas en guantecillos de cuero lo que les ponía nerviosos. La
criada ató a los perros a una de las argollas del suelo, tomó un frasco y
con su contenido untó el ano de Elena después de librarla del tapón, la
cual, sabiendo ya su destino lloraba desconsoladamente. Vistos los
lloros, la criada tomó precauciones para evitar arrebatos de pánico y le
colocó una mordaza de bola en la boca.
Destrabó a uno de los perros que rápidamente fue a olfatear y lamer el
culo de Elena. Tardó poco tiempo en emprender la labor que se esperaba
de él y con gran habilidad, lo que indicaba costumbre, le clavó la gran y
larga polla en el ano y la folló agitadamente. La criada no impidió que
el bulbo penetrase por lo que Elena se vio obligada a la consiguiente
espera tras la eyaculación con sus intestinos rellenos por el pene del
animal. En esta situación Elena procuraba volver la cara hacia el lado
donde yo no pudiera verla, por lo que corrí el sofá para sentarme más
cerca de ella y de frente, de manera que no pudiera ocultarse más que
mirando al suelo. Mostraba toda la cara bañada de mocos, saliva y
lágrimas.
De igual manera se procedió con los otros dos perros, cada uno más
grande que el anterior y con el pene más largo y bulbo más grueso.
Terminado el trabajo de los perros, la criada desató a Elena, le quitó
el tapón de la vagina y la mordaza, le trabó las muñecas y los tobillos
al collar y le colocó un separador de piernas dejandola ante mi mientras
retiraba los perros. Me expliqué qué pretendía la criada cuando vi los
borbotones de semen canino que resbalaban por los muslos de la esclava
procedentes de su abierto culo. El rubor de Elena era el mayor que he
visto nunca.
De regreso, la criada tumbó a Elena ante el viejo paralítico que no
había hecho más que masturbarse durante toda la sesión, le insertó un
embudo en la vagina y, mientras ella orinaba en la cara de Elena, el
viejo intentaba acertar con su chorro en el embudo, cosa que
asombrosamente logró.
Cuando destrabó a Elena de su separador de piernas y le quitó las gomas
de las tetas que habían hecho efecto amoratándolas por falta de riego
sanguíneo y la esclava sufría fuertes dolores por el regreso del riego,
le azotó sobre ellas con una fusta de caballo. Elena se retorció
aullando como una loca.
- La goma del clítoris te la puedes quedar de recuerdo, cerda.
Le ató otra vez la cadena al clítoris y condujo al patio de la casa. Con
el clítoris también amoratado, el dolor del peso de la cadena era
insufrible para Elena, quien se aferró a ella para disminuir el peso
pero fue reprimida con otros tres fustazos en cada uno de sus
ultrasensibles pechos. En medio del patio la criada soltó de golpe la
cadena que obtuvo la buscada respuesta de Elena en forma de alarido.
Allí tomó una manguera y la bañó con agua helada a presión.
- No diga tu Amo que no se te devuelve limpita.
Así terminó aquella sesión de uso humillante de una esclava. Bueno, no
terminó del todo para Elena, le habían dejado un diabólico regalo de
efecto retardado. Cuando su marido, ya en el coche, le retiró la gomita
que atenazaba el clítoris, el retorno del riego sanguíneo hizo que el
viaje hasta su casa fuese una pesadilla para ella.
A los dos días me volvió a llamar porque su Amo me había citado para
conocerme, me dictó la dirección donde debía acudir y allí me presenté
en el día y hora justa de la cita. era una gran casa solitaria en las
afueras de la ciudad, similar a la del paralítico a quien se había
cedido a Elena días antes. Me abrió la puerta el marido de Elena, que
estaba desnudo salvo una argolla que le rodeaba la polla por detrás de
la bolsa escrotal. Me invitó a acompañarle a una gran sala de suelo de
mármol donde se encontraban varias personas desnudas o casi. Además de
Elena, que estaba sujeta por cuello y muñecas a un cepo de madera de
cara a la puerta, se encontraba su hija Eva, a quien yo conocía de años
atrás y que exhibía impúdicamente una gran barriga de preñada, quizá de
unos ocho meses. Como sabía por Elena que estaba casada y que ella y su
marido eran quienes la habían conducido a aquella situación, me fijé en
que el dedo anular de su mano derecha también tenía el mismo anillo de
hierro de esclava que Elena, que estaba por delante de la alianza
matrimonial y que impedía desprenderse de ésta por estar sujeto a una
pulsera de acero mediante una cadenilla.
Un hombre de unos setenta años se acercó a mi diciendo:
- Buenos días señor Lagos, bienvenido a esta mi humilde casa. Espero que disfrute de los placeres que quiero ofrecerle.
- Caballero, gracias por su acogida que no merezco y quiero agradecerle
de antemano lo que me ofrecerá y, por supuesto, el haberme dejado
disfrutar de su esclava Elena.
- Oh, no hay de qué. Ya sabe que si la descubre tiene el derecho de uso
por una vez. Me alegro de sus conocimientos. ¿Pertenece a alguna
asociación esclavista? ¿Tiene o ha tenido alguna esclava o esclavo?.
- Reconozco que estoy interesado en ello y me he documentado, pero, por
falta de tiempo y recursos no he podido hacerme con una esclava. No me
interesan los esclavos.
- Bueno, no se preocupe, puede usted disfrutar de los míos el tiempo que
desee si tiene imaginación. Yo ya soy viejo y se me acaban las fuerzas
para sacar todo el provecho de esta ganadería. Ya conoce a las bestia
Elena y Juan, su marido, le presento a Eva, la hija de ambos, está
casada también y, como puede apreciar, preñada de siete meses. Hoy es el
día en que se decide su incorporación a mi cuadra. Hasta ahora ha
estado en fase de adiestramiento. También le presento a mi segunda
esposa y esclava Alicia.
Alicia tenía toda la cabeza cubierta por una máscara negra de látex,
pero se podía apreciar que debía tener alrededor de los cincuenta años,
cuerpo delgado y esbelto, bien ejercitado, bonitas piernas enfundadas en
medias de rejilla con ligas a medio muslo y tetas de tamaño regular con
buenos pezones y aréolas. Al igual que Elena y Eva tenía totalmente
depilado el pubis que sorprendentemente, y al contrario que aquélla,
mostraba una entrada vaginal muy pequeña, casi infantil. También tenía
anillado el clítoris y los pezones.
- Señor, le alabo el gusto por la variedad. Tiene una esclava con un coño descomunal y otra con un coño infantil.
- Si, su padre, que fue su anterior amo, la entrenó con un sistema
especial que no me llegó a describir en detalle, pero que básicamente
consistía en que, desde los cinco años llevase insertado en la vagina un
pequeño cilindro que ella tenía que comprimir con los músculos de su
esfínter continuamente para que no se saliese. Así se consiguió ese
pequeño agujero, no obstante admite enormes cosas dentro, no vaya a
equivocarse. Esta esclava alcanza hasta el grado 34 en el cono de
medición de apertura máxima.
- Disculpe, el cono ¿de qué?.
- Ah si. Es un cono graduado donde siento a las esclavas sin ningún
apoyo y clavándose por el orificio a medir hasta que ellas mismas piden
dejarlo. Así tenemos que Alicia alcanza 34 por el coño como le he dicho y
28 por el ano, buena marca en relación con esclavas de amigos míos,
claro que lejos de Elena, que llega a 40 y 32 respectivamente. Hoy vamos
a medir a Eva, que si alcanza 26 por el coño y 20 por el ano, será
recibida en esta modesta cuadra y marcada y anillada. Pero menos
conversación y compruebe usted. - Alicia prepara a Eva.
La esclava Alicia colocó un collar y unas pulseras de cuero a la preñada
y le trabó las muñecas al collar. Acto seguido fue a un rincón de la
sala de donde volvió con el famoso cono que situó ante el cepo donde
estaba atrapada Elena de forma que ésta lo viese bien. Por fin el viejo
llevó a la preñada hasta el cono preguntándole:
- Esclava fecundada, ¿Has seguido las instrucciones?
- Si Amo, he seguido las instrucciones que en su sabiduría me impartió.
La esclava Elena, que con su lúbrica y desordenada conducta sexual me
trajo al mundo, me ha ayudado a conseguir un buen grado de abertura de
mis orificios para agrado de mi Amo. Pero ruego al Amo que sea
benevolente si no alcanzo el nivel que él desea cuanto antes y tenga en
consideración que hasta hace unos meses he estado sometida a las
inútiles y consideradas costumbres del matrimonio que no contemplan el
debido y productivo uso de los cuerpos esclavizados.
- Esclava Elena, ¿es eso cierto?
- Si Amo, desde que la hiciste preñar por mi esposo, su padre, ya que su
marido no servía, la he preparado para tu servicio de forma que su
actitud de sumisión, el estado de gravidez y la anchura de sus orificios
coinciden con la situación que el Amo me ordenó.
- ¿Y la otra?
- Amo la otra criatura que yo parí se muestra obstinadamente en contra
de la esclavitud pese a los beneficios que le he descrito.
- Recibirás un castigo por tu impericia.
- Gracias Amo por castigarme. Hágalo duro porque he sido muy inútil al servicio del Amo.
- Preñada,¿ has traído el contrato firmado por ti y tu marido consintiendo en que seas mi esclava?
- Si Amo, lo he traído. Mi marido está de acuerdo en todas las cláusulas
y le da las gracias por su generosidad con el dinero que le ha dado a
cambio de mi disposición como esclava. Me ha encargado que le diga que
no se preocupe por mi camada después del parto, que, efectivamente se
hará cargo de darle una esmerada educación hasta su mayoría de edad,
pero que después, si no se ha emancipado será cosa de usted. - Bien, tal
y como se acordó. Supongo que también es consciente de que no te
volverá a ver.
- Si Amo, lo es.
- Bien, pasemos a la prueba. Tiene claro de que si no la superas
quedarás a disposición de tus padres y no querré saber nada de ti.
- Si Amo, sométame a la prueba.
- Alicia !. Requirió el hombre.
Y está ayudó a la maniatada preñada a colocarse de manera que el vértice
del famoso cono se insertase en la entrada de su vagina.
- Zorra, ponte de cara a la perra de tu madre para que compruebe la educación que te ha dado.
Eva comenzó a agacharse deslizando el vértice del cono en su interior.
Como no podía apoyarse en nada por las ataduras de sus muñecas al
cuello, todo el esfuerzo para no caer de golpe y rasgarse la vagina lo
soportaban sus muslos y piernas. Cuando llegó a la marca de 20, marcas
que iban siendo cantadas por Alicia, comenzó la tortura, los sudores,
las lágrimas, los temblores .... no obstante alcanzó los 25 y quedó
paralizada. Creíamos que no lo conseguiría.
- Por dios Alicia empújame, dijo, te lo ruego.
- ¿Amo?, solicitó permiso Alicia.
- Está bien, ayúdala, pero entonces la marca deben ser 28.
- Alicia la empujó bruscamente de los hombros hacia abajo y la barrigona
quedó insertada hasta la marca de los 30. Tras comprobarse su logro
emitió un resoplido y se dejó volcar al suelo.
- Esa caída sin permiso merecerá un castigo, dijo el viejo. ahora comprobemos el ano. Esta vez no habrá ayuda de ningún tipo.
Repetida la maniobra por el otro agujero, salvó la marca con 22 sin problema.
- Bien quedas oficialmente admitida como mi esclava. Mañana procederemos
a tu marcado y anillado, pero hoy vamos a celebrarlo. Y dando una
palmada entraron en la sala dos negros desnudos con una pollas que, en
reposo, parecían ya descomunales.
- Estos dos amigos te van a dar el bautismo de fuego, déjate llevar por ellos.
Alicia desató a Eva sus manos del collar y los negros se acercaron a
ella obligandola a ponerse de rodillas y chuparles las pollas. La
muchacha barriguda no tenía mucha experiencia obviamente, ya que con una
sola polla en la boca tenía nauseas, se atragantaba y no lograba ni
meterla en anchura, cuanto menos las dos al mismo tiempo.
- Elena, otro defecto en la educación de tu progenie, anota otro castigo por eso, dijo el viejo.
- Amo, si tienes a bien soltarme del cepo la enseñaré casi en el acto,
tiene cualidades, lo que ocurre es que en casi solamente estaba
disponible la polla de su padre y no es comparable a la de estos dos
magníficos señores.
- Déjate de historias Elena, la hubieras podido entrenar con unos buenos
consoladores, que hay de todo tamaño, y de paso te hubieran podido
ayudar a abrirle mejor los agujeros, que lo del coño lo ha pasado por
los pelos, y eso que está preñada en avanzado estado y se supone que las
hormonas le facilitan la apertura de esa cavidad. Has hecho
deficientemente tu trabajo y recibirás lo que mereces. De todas formas
hoy me siento benevolente y voy a permitirte enseñar a tu hija sobre la
marcha, además así el señor al que amas tendrá otra oportunidad de
comprobar lo perra lúbrica que eres.
- Gracias Amo por darme la oportunidad de enseñar a mi hija la manera
óptima de comer pollas para que le de mayor placer a la suya, además
Amo, si me lo permite, quiero que sepa que quien está más cerca de mi
afecto es su persona, que me protege, me alienta con su semen de
privilegiados genes y ordena con los debidos castigos mi antes
desorientada vida. Ah! si yo hubiera sido su esclava antes de que la
naturaleza me envejeciese y le hubiera podido entregar mi útero para que
me preñase. Hubiera sido la hembra más feliz del universo teniendo en
mi su semilla.
- No te voy a decir la causa pero te has ganado otro buen castigo. Perra
estúpida. Alicia suéltala y que ayude a su hija a aprender a mamar
pollas.
Mientras Alicia soltaba a Elena del cepo me fijé en sus manos y me
resultaron sumamente familiares ya que las tenía fijadas en mi retina.
Era una compañera de trabajo en mi empresa que me agradaba mucho pero
era huidiza. Me acerqué al viejo y le pregunté por ella diciéndole
abiertamente que estaba seguro de conocer su identidad y mencioné su
nombre.
- Oiga, es usted un lince, de dos esclavas y media que tengo me ha
descubierto directamente a dos. Le contaré. Alicia X es la hija de una
esclava de un hombre que decidió que fuera, a su vez, esclava desde su
nacimiento. Así lo había decidido cuando tenía otros tres hijos de su
legítima esposa. Pero tuvo la desgracia de perderlos a todos juntos en
el derrumbe de un edificio donde se encontraban de compras, así que su
única heredera, ya anciano, era Alicia, la hija de su esclava y esclava a
su vez, a quien ya tenía más que domada, marcada, esterilizada y miles
de veces follada por todas partes, no solo por él sino también por sus
amigos, amigas, criados, mascotas, etc... Pero sin embargo, consciente
que era lo único de si mismo que perviviría, la declaró heredera con
objeto de que así su herencia no pasase a la hacienda pública y me pidió
que me casase con ella para que una bestia esclava no dilapidase sus
bienes de acuerdo con su deficiente discernimiento. Y así me encuentra
usted, caballero, a mi edad, casado con una esclava infértil y ligado a
otra serie de lastimosos seres de cuadra a quienes tengo que mantener
debido a su bestial y mísera condición.
- No se queje usted, caballero, bien me gustaría estar en su lugar y
disfrutar ilimitadamente de su cuadra. Sus bestias no son ejemplares
jóvenes y hermosos como los que han adquirido otros, pero son sumamente
sumisos y le han salido gratis o, mejor dicho, con beneficio, habida
cuenta de la dote de Alicia.
- Señor, ha despertado usted mis simpatías y le ruego me haga el honor
de disfrutar de mi cuadra cuando y donde a usted le plazca sin ninguna
limitación.
- Caballero, con su permiso desearía aplicar a la esclava Alicia algún
castigo por su desconsideración a mi persona al ignorarme, pese a mis
intentos de acercamiento en la empresa donde ámbos trabajamos.
- Es suya, así como todo el instrumental de la sala. Ensáñese con ella,
yo reconozco que no la utilizo debidamente. Quizá por ser mi esposa me
retraigo inconscientemente. No dudo que usted podrá conducirla al límite
del sufrimiento.
Ordené a la esclava tumbarse en el suelo boca arriba y abrirse todo lo
posible con sus dedos los labios vaginales alzando las caderas para
ofrecer su depilado monte de Venus. Tomé una flexible y fina varilla de
entre el instrumental y descargué un trallazo sobre su expuesta, abierta
e indefensa entrada vaginal. La zorra exhaló un aullido y se retorció
encogiéndose de dolor. Le concedí un minuto para reponerse y le ordené
volverse a colocar en la misma posición pero se negó, así que, ayudado
por el esposo de Elena, la colgué en un columpio de forma que
forzosamente expusiese a la altura de mis ojos aquella parte de su
anatomía cuyo acceso se negaba a facilitar. La coloqué una mordaza de
bola, le coloqué unas pinzas de cocodrilo en los labios interiores que
tiraban de éstos -abriendo exageradamente su agujero- por estar
enganchadas mediante una cadenilla a unas bandas de cuero sujetas a sus
muslos. Así dispuesta le comuniqué que había tenido intención de
aplicarle dos golpes con la varilla, pero vista su molesta conducta se
ampliarían a seis. Sus ojos casi se le salieron de las órbitas por el
terror.
Entretanto Elena se desesperaba por enseñar a su hija a introducirse la
gran polla negra hasta rebasar la garganta y alojarse en el esófago como
ella sabía hacer, pero por más ejemplo que la diese, la preñada se
mostraba incapaz y le sucedían las nauseas y los ahogos, por lo que su
Amo decidió con hastío que parasen y que los negros comenzasen a
follarse a Eva por los dos agujeros simultáneamente. Todo ello con la
promesa de un soberano castigo a las dos por su ineptitud, una como
maestra y la otra como alumna.
Elena fue conducida por su marido otra vez al cepo mientras los negros
estaban ya ocupando los doloridos, por la prueba del cono, agujeros
inferiores de Eva. De cuando en cuando, para mal de la embarazada, le
introducían las dos pollas juntas en alguno de ellos.
Entretanto yo, para prolongar la angustia y acentuar el dolor de Alicia,
le inserté un globo de caucho en forma de balón de rugby en la vagina,
que inflé con una bomba dotada de manómetro casi a la presión a partir
de la cual era peligroso según el manual de uso. Una vez cerrada la
válvula y retirada la bomba con su conducto, la cavidad vaginal de la
esclava quedó absolutamente rellena y comprimiendo fuertemente las
paredes y el resto de los órganos. Por su agujero, terriblemente
dilatado, asomaba parte de la superficie del globo y el cordelillo para
extraerlo cuando lo desinflase. Le suministré un enema de 3 litros en
los intestinos y los sellé con otro globo hinchado, pero éste en forma
cilíndrica y bastante largo, unos 30 cm. que se lo inserté en el ano
ayudado de la varilla de golpear.
Satisfecho de la idea miré su cara: Estaba despavorida. Probablemente
pensase que sus cavidades estaban a punto de reventar. Esperé un rato
más para contemplar los efectos del enema y el espectáculo ofrecido por
la preñada.
Eva había recibido ya en la boca el esperma de los dos negrazos que
había bebido religiosamente y tras agradecerles y el don se encontraba
arrodillada ante ellos con la boca abierta en espera de sus meadas, que
no tardaron en fluir caudalosamente atragantándola y bañando todo su
cuerpo. A los reproches de su Amo respecto a su impericia bebiendo orina
respondió humildemente que solamente había podido ensayar con su padre y
su madre y que la meada de ellos no era tan caudalosa. Elena se ganó
otro castigo por no haber adiestrado a la esclava novel depositando los
orines en un botijo con el debido ancho de pitorro y haciéndola beber de
él.
Volví mi atención a Alicia a quien descargué los seis golpes de forma
pausada e irregular justo sobre el clítoris, muy resaltado debido a la
compresión de la pelota dentro de su cavidad. La esclava sudaba a mares,
babeaba, moqueba y lloraba. Se iba a deshidratar con tanto flujo. Así
que ordené al esposo de Elena que le quitase la mordaza sustituyéndola
por un separador de mandíbulas ajustado al máximo y le hiciese ingerir
grandes cantidades de agua, con la intención de colmar su vejiga.
Mientras empezaba a hacer efecto el agua sumandose al del enema, pedí
permiso al amo para castigar yo a Elena. Al igual que con Alicia le
ordené tumbarse y ofrecer bien abiertos los labios del coño con sus
dedos para golpear esa parte, cosa que hice sin el mayor empacho cuatro
veces. Al revés que la otra esclava, Elena no aulló y se mantuvo abierta
a los cuatro golpes, eso si, después del primero sudaba y lloraba a
mares.
Mientras tanto el amo había hecho retirar a los dos negros y llamado
esta vez a tres, con los miembros si cabe más grandes, que siguieron
follando simultáneamente a la preñada, quien en ese momento tenía dos
pollas en el ano y una en la vagina. Era difícil comprender como se
habían colocado los tres inmensos cuerpos para poder acceder a los
orificios, pero lo habían hecho. La chica estaba ya desmadejada y sin
fuerzas.
Su marido colocó otra vez a Elena en el cepo, no sin antes seguir mis
instrucciones de inyectarle un enema y colocarle un tapón anal, y yo
volví a prestar atención a Alicia golpeando con un macillo la parte del
globo que, hincado en su interior, asomaba por su expandida vulva. La
repercusión de esos golpes en su llena vejiga y sobre el otro globo del
ano que contenía el enema la hicieron prorrumpir en gritos por su
forzada boca, lo que obligó a colocarle otra vez la mordaza de bola.
Ya con ganas de soltar mi esperma, dimos por terminada la sesión
soltando a las esclavas, colocándolas en el centro de la habitación y
liberándolas de sus tapones: Alicia se cagó y meó inmediatamente y Elena
también aflojó sus intestinos. Alicia y la barriguda Eva fueron meadas
en la boca por el amo, el esclavo y los tres negros. El amo tuvo buen
cuidado de que a la preñada la mease su propio padre aparte de los
otros. Yo, mientras follé a Elena en la boca hasta que me corrí y
después la mee también en la boca, agradeciéndome la deferencia de
hjacerlo yo en persona y no dejar tal tarea en la polla de los negros.
Me hice buen amigo del amo quien me dejó disfrutar frecuentemente de sus
esclavas, más de su esposa Alicia quien, trabajando en mi misma empresa
debía soportarme más allá de las sesiones que instituimos todos los
jueves por la noche. El amo, sabiendo que lo más humillante e
insoportable para Elena era su exhibición pública, me la prestó para que
los sábados por la noche la pusiese a disposición de un club de
esclavistas, compuesto por unas dos docenas de socios y socias, más
invitados, que disfrutaban de ella en público. Como era la esclava más
madura, normalmente no era usada para follar sino para tortura y
servicios de letrina. Yo siempre estaba presente para aumentar su
vergüenza.
Una de las prácticas que mas me gustaban era intentar arrancar un
orgasmo de Elena, que lo tenía prohibido, haciendo que su hija la
follase por el culo con el puño mientras Alicia le hacía lo mismo por el
coño. Yo me encargaba de la boca. Pocas veces lo conseguí, pero esas le
apliqué tales castigos que su ginecólogo me amonestó y la clausuró el
coño con la consabida cadena y el candado durante un mes entero. Su hija
disfrutó en su lugar de mis atenciones, lástima que estando preñada no
se podía extremar el celo, pero si puedo decir que pronto fue la mejor
mamadora de pollas y folladora de las tres. El parto la sobrevino
estando en un cepo disfrutando de plomadas colgadas en los peones y el
clítoris. Fue delicioso cuando unas semanas después pude disfrutar
estrujando sus hinchadas ubres o utilizando artefactos para sacarle la
leche.
Con el tiempo, la amistad con el amo llegó a tal extremo que cuando
falleció me legó su herencia completa. La otra hija de Elena, Nuria,
quedó convencida de ser mi esclava a cambio de ser ama de sus padres y
hermana. Puedo decir que fue más rigurosa que yo en imponerles
correctivos.
Como yo no quería llegar al final de mi vida como el fallecido amo, me
casé con mi esclava Nuria, a quien hice preñar dos veces y reconocí a
sus vástagos a fin de tener herederos a quien educar como amos y
transmitir mis posesiones. Cuando eso llegó, Elena y su marido ya habían
sido liberados y disfrutaban de una generosa pensión. De vez en cuando
los visitaba y me la follaba a ella delante de él agradeciéndome la
deferencia los dos. Conservaba a Eva, y a Alicia la vendí al viejo
paralítico para servirle de letrina.
Arrodillada ante ellos con la boca abierta en espera de sus meadas
Posteado en Confesiones , Sexo Irracial , Sexo Oral en por Esperanza
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