Me desperté. Miré el reloj. Las diez. Estaba solo en la cama. No
me había enterado de en qué momento se había marchado mi mujer. A las 9
se iba con su hermana y los niños a pasar el día en la playa y a
llevarlos al parque acuático. Así debía haber sido, pero ni la oí
levantarse ni me di cuenta de que se habían ido. Había dormido como un
verdadero lirón. Me levanté, subí la persiana y abrí la ventana de par
en par. Un día magnífico. Soleado, pero la mañana era relativamente
fresca. El calor aún no había llegado. Estábamos veraneando en la casa
de campo familiar y era una verdadera delicia disfrutar de esa paz.
Había dormido, como de costumbre en verano, completamente desnudo. Me
puse el pantalón de pijama. Uno corto de seda natural que era ligero y
fresco. Muy cómodo para andar por casa recién levantado. Fui al cuarto
de baño y a continuación bajé a desayunar. En la cocina lo tenía todo
preparado: la taza, el café, la leche, las tostadas, la mantequilla, la
mermelada, la fruta…Una maravilla. Lo habría dejado dispuesto mi mujer
antes de marcharse. O tal vez mi suegra que ya se habría levantado. La
verdad es que las dos me tenían bastante mimado. No me podía quejar.
Desayuné con tranquilidad. A través del cristal de la ventana reparé en
que la escalera portátil de aluminio estaba apoyada en la pared y se
movía ligeramente. Alguien estaba subido en ella, pero desde dónde yo
estaba no podía ver quien era. Abrí la ventana y pregunté:
- ¿Hola? … ¿Quién anda por ahí?
- Soy yo Ernesto…buenos días…¿necesitas algo?...
Era mi suegra.
- ¡Buenos días!...¿Qué haces, Inés…?
- Limpiando los azulejos, que estaban bastante sucios…
Efectivamente, ya se había levantado. Y, como siempre, ya estaba
haciendo cosas. No paraba nunca. Perfecta ama de casa, la limpieza, el
orden y la pulcritud del hogar eran una obsesión. Lo de dar un lavado a
los mosaicos de azulejos que adornaban la fachada de la casa ya lo venía
diciendo mi suegra desde varios días atrás. Terminé de desayunar.
Mientras lo hacía, fui observando cómo se iba zarandeando la escalera
con los movimientos que debía estar haciendo mi suegra al frotar las
baldosas. Pensé que era peligroso que alguien anduviese trajinando allá
arriba sin sujeción de ningún tipo. Era una escalera de aluminio
sencilla, no de tijera, y de peldaños más bien estrechos. Estaba
reclinada en la pared, sin calzo que la afianzara. Si resbalaba el
apoyo, la torta que se podía dar era morrocotuda. Inés, mi suegra, tiene
65 años y se conserva fenomenalmente. Guapa, con un tipo estupendo,
elegante, siempre bien vestida. Aparenta mucha menos edad de la que
realmente tiene. Se pude decir que es una mujer madura, pero muy
atractiva en todos los aspectos. Está delgada, ágil, en plena forma, y
es, desde luego, muy activa. Pero ni ella ni cualquier otra persona
deberían estar haciendo eso sin ayuda. Así se lo dije
-
Inés...no debes subirte ahí arriba sin que te sujeten la escalera...¿no
ves que si se te resbala te puedes caer y darte una buena galleta?...
- Tranquilo hombre...ya voy con cuidado…
Salí al jardín y la vi. Estaba encaramada a la escalera, frotando
con fuerza uno de los paneles de azulejos. Estaba bien alto, por lo que,
aún en el penúltimo peldaño como estaba, mi suegra todavía tenía que
andar estirándose para alcanzar la parte superior de aquel rústico
cuadro, que era una de las peculiaridades de aquella casa familiar y
solariega en la que nos reuníamos cada verano.
- Pero
mujer...¿no podías esperar a que alguien te ayudase?...es mejor hacer
esto con otra persona sujetando la escalera…En cualquier mal movimiento
se te resbala y te rompes la crisma…
- Jajaja…tranquilo
Ernesto…ya te digo que voy con cuidado…es que estaban pidiendo ya una
manita de limpieza…y me dije que de hoy no pasaba…
Activa,
incansable, cuidadosa de todos los detalles, mi suegra no paraba de
hacer cosas nunca. Y en ello estaba. Ahora, aplicándose con ahínco a la
limpieza de la cerámica, que ya tenía entre ceja y ceja desde hacía
días. Frotaba y frotaba mientras, al compás de sus movimientos, la
escalera se meneaba peligrosamente. Me acerqué y la así con firmeza con
ambas manos. Aunque ella no miró para abajo, lo notó enseguida
-
¿Me estas sujetando la escalera?...gracias cariño…en un ratito
acabo ya…esto estaba sucísimo…además, así me ayudas y me vas mojando el
trapo y no tengo yo que andar bajando al cubo cada vez…
Mientras hablaba, seguía frotando sin parar. Yo la escuchaba
- Esta mañana me he levantado cuando se estaban yendo tu mujer y
tu cuñada con los niños. Después de que se han marchado te he dejado
preparado el desayuno y me he metido enseguida a limpiar esto antes de
hacer nada más…¿has desayunado bien?...¿quieres alguna otra cosa?...
- ¡Qué va!..estaba completísimo, como siempre...he desayunado muy a gusto…gracias…
- ¿Me mojas el trapo un poco más, por favor?
Inés dejó caer el paño con el que estaba limpiando, que quedó junto
al cubo que había en el suelo. Lo cogí, lo empapé bien y se lo di. Sus
pies quedaban como un palmo por encima de mi cabeza y ella se agachó un
poco, estirando el brazo hacia mí para recogerlo. Cuando ya lo tuvo,
volvió a su tarea y yo seguí sujetando la escalera...y me quedé mirando
hacia arriba. Entonces me di cuenta de que…¡mi suegra no llevaba nada
debajo!...Iba con su bata de levantarse de todos los días - una batita
blanca muy fina, bastante transparente - que le quedaba por encima de
las rodillas. Debajo de la bata, el camisón, cortito, por medio muslo
más o menos…¡y nada más!...
Al salir al jardín la había visto
subida a la escalera, me había acercado a ella fijándome directamente en
la inseguridad del apoyo. La había sujetado sin haber vuelto mi mirada
hacia arriba. La escuchaba con mis ojos puestos en los palos de la
escalera y en sus pies. Al pasarle la bayeta empapada fue cuando levanté
la vista…y cuando me di cuenta de que mi suegra no llevaba ni bragas ni
nada. Estaba tal cual se debía haber levantado de la cama, con tan sólo
la bata que se solía poner encima del camisón. Siempre la veía con
ella. O vestida. En los 15 años que llevaba casado con su hija no
recuerdo nunca haber visto a mi suegra en camisón. Mi suegra era muy
recatada y jamás se había permitido estar delante de mí de otra manera
que no fuese vestida correctamente, en bata, o en un discreto bañador
cuando estábamos en la piscina. Teníamos mucha confianza, nos llevábamos
muy bien, hablábamos de temas muy variados y generalmente coincidíamos
en muchos puntos de vista sobre distintos aspectos de la vida. Yo
admiraba su estilo y su elegancia, además de saberla guapa, aunque nunca
jamás había tenido ningún “mal pensamiento” sobre ella. Inés tenía una
especial predilección por mi, marido de su hija pequeña y padre de
cuatro de sus siete nietos. Me atendía solícita cada vez que pasábamos
unos días en su casa y, cuando en verano nos juntábamos la familia,
todos solían bromear con que yo era el yerno mimado. Al ver lo que vi,
en una pudorosa reacción casi instintiva, bajé de nuevo los ojos a donde
los había tenido hasta ese momento. A la propia escalera y a los pies
de mi suegra. Ella seguía hablándome, pero mi mente ya no se apartaba
de lo que acababa de ver…
No puede evitar volver a levantar la
vista. Miré de nuevo hacia arriba. Inés se seguía afanando en frotar
enérgicamente el mosaico. A ambos extremos del penúltimo peldaño, sus
pies estaban separados, buscando la adecuada estabilidad para hacer
mejor los movimientos que le exigía la limpieza a fondo que estaba
realizando. De vez en cuando, en un complicado equilibrio, se ponía
incluso de puntillas para llegar más alto. Pero todo eso era accesorio.
Lo que mis ojos volvieron a buscar de nuevo era lo que acababan de ver
instantes antes. Y no les costó nada. Más bien lo contrario. Lo difícil
era levantar la mirada y no reparar en aquel asombroso panorama. Al
final de sus largas piernas, los dos cachetes del culo se ofrecían a mi
vista en una espectacular perspectiva directa. Allí mismo, a medio metro
de mis ojos. En la apretada línea que los separaba, se marcaba un
pequeño ensanchamiento que indicaba claramente el lugar en el que estaba
el agujerito del ano. A continuación, la línea se volvía a apretar un
poquito hacia adelante, para enseguida convertirse en la delgada
hendidura del coño….un sugerente y atractivo coño…¡joder!...¡era el de
mi suegra!...pero me tenía hipnotizado…lo estaba viendo al
detalle…¡estaba semidepilado!...Tan solo unos incipientes pelillos que
parecían empezar a salir…pero la raja del coño se veía nítida, en toda
su plenitud. Apretadita, al igual que los cachetes del culo…pero también
con una pequeña abertura a su comienzo, cerca del perineo, que indicaba
el lugar prohibido de entrada a aquel sexo
espectacular…¡joder!..¡joder!...¡y joder!...que estaba viéndole todo eso
a mi suegra….Ella seguía con su limpieza, ajena por completo a lo que
yo estaba contemplando y, por supuesto, más ajena aún a la fruición y el
detalle con la que mis ojos -y mi mente-, “analizaban” cada recoveco de
su sexo…
Acerqué un poco la cara hacia la escalera,
alcanzando a ver perfectamente el pubis y el bajo vientre de mi suegra,
que se ofrecían sin problema a mis ojos gracias a la holgura del
conjunto del camisón y la bata. Confirmé la depilación del coño…¡madre
mía!...
- Ernesto, sujeta fuerte que voy a ver si alcanzo hasta el marco…
Adelantó un pie hasta un pequeño saliente que formaba la cornisa,
para de esta manera tratar de llegar a la esquina superior del marco
del mosaico. Quedó en una difícil postura, con un pie en el peldaño de
la escalera y el otro apoyado en aquel resalte. Con ello, las piernas
estaban forzadamente más abiertas…y la visión desde abajo se convirtió
en algo realmente sublime…En el movimiento de separar las piernas, me
fue visible, entre la apretura de sus nalgas, el pequeño y fruncido
agujero del ano. Y en la postura en la que quedó, el coño se abrió más,
ofreciéndose a mi vista en todo su esplendor, mostrando claramente unos
gruesos y voluptuosos labios vaginales, entre los que tímidamente
asomaban también los labios menores, apretaditos uno contra otro,
insinuantes y deliciosos. Los minutos que llevaba contemplando aquello
habían sido suficientes para que mi pene, inevitablemente, fuese
poniéndose morcillón. Y ahora, con la amplia y total visón del culo y
coño que se estaba ofreciendo a mis sentidos, la erección era ya
espectacular. Estaba totalmente empalmado. Mi polla se levantaba
enhiesta bajo la suave seda del pantalón de pijama. De repente, mi
suegra volvió su cara hacia abajo…
- Madre mía,
Ernesto...perdona porque se me debe estar viendo el culo desde ahí...lo
siento...no mires por favor…ya termino…
Me azoré al darme
cuenta de que ella me había visto mirándola. Yo no sabía que decir. La
postura que tenía mi suegra, con un pie en la escalera y el otro en el
saliente de la cornisa, no le permitía cerrar las piernas ni remeterse
la bata por debajo. Me dijo eso y siguió frotando el marco para terminar
su tarea. Volví a bajar la vista y balbucí…
- Tranquila, mujer...no pasa nada...no me pidas perdón que no me molesta…
Y sin saber porqué, añadí
- … todo lo contrario…
Nada más haber dicho esto, me arrepentí…¿cómo se me había ocurrido
pronunciar esas palabras…?...Siguieron unos largos segundos de silencio,
solo roto por el murmullo del aire en los pinos y el chirrido del
trapo frotado contra el marco de los azulejos.
- ¿Por qué me has dicho eso…?
Mi suegra había reaccionado a mi último comentario y con esa
pregunta me exteriorizaba su sorpresa por habérmelo escuchado…Y, de
nuevo sin saber por qué, solté otra chifladura de la que me volví a
arrepentir en el mismo momento en el que las palabras salieron de mi
boca…
- Mujer, porque lo que se ve no es nada desagradable…
Me di cuenta de que me había pasado varios pueblos. Estaba seguro de
que mi suegra se iba a sorprender todavía más. Teníamos confianza, pero
el tema del sexo era el tradicional tabú en el trato con una señora de
corte muy clásico en su formación y en su comportamiento e ideas. No
recuerdo nunca haber hablado con ella de él, aparte de los consabidos
chistecillos verdes que de vez en cuando surgían en las tertulias
familiares. Intuí que mi suegra reaccionaría con cierto estupor ante
este segundo comentario fuera del tono habitual de nuestras
conversaciones y levanté la mirada para comprobarlo. Continuaba en la
misma posición (que no resultaba fácil de variar sin hacerlo despacio y
cuidadosamente). Su culo y su coño seguían allí, provocadoramente
expuestos a mi mirada, que instintivamente escrutó de nuevo todos los
detalles en un rápido vistazo. Pero ahora Inés, desde allá arriba, había
vuelto la mirada hacia mí
- Pero si soy una vieja…
- De eso nada, bien bonito que es todo lo que se ve…
Era como si me hubiera vuelto majareta. Esto último que dije fue ya
una verdadera alusión directa a su sexo. Sin eufemismo alguno. Aunque
sin nombrarlo directamente, le había contestado refiriéndome
expresamente a su coño, a su culo, a toda la intimidad que se suponía le
estaba viendo desde mi “privilegiada” posición. Y ahora el sorprendido
fui yo
- Anda, anda…no seas adulador…eso lo dices por
halagarme...no puede ser ya bonito siendo una vieja como soy...y menos
para un hombre joven de 40 años…
Lo dijo con toda la
naturalidad del mundo, como si estuviéramos hablando de ropa o de
deportes. Con la misma sencillez que lo decía, se volvió para seguir con
la limpieza del mosaico. Al ver la normalidad con la que mi suegra
había reaccionado ante mis observaciones, me sentí más relajado, incluso
desinhibido. Pretendiendo continuar con la misma familiaridad, respondí
- Pues a este hombre de 40 años, como dices tú, le parece precioso todo lo que está viendo…
Al decirlo, me di inmediata cuenta de que eso ya no era confianza,
sino que tenía más bien algo de provocación, tal vez para no ser yo el
que se acoquinaba ante el sesgo que había tomado la conversación…Pero
Inés siguió con los mismo tintes de naturalidad…
- Jajaja…que no me lo creo, hombre…que no me lo creo…jajajaja
Y continuaba con la limpieza. Frota que te frota, con sus piernas
separadas por la difícil postura, y su culo y su coño abiertos a mi
mirada, que yo ya no me molestaba en disimular…
- Bueno,
pues no te lo creas si no quieres…pero hay pruebas de que no estoy
exagerando en absoluto...de que lo que digo es la verdad...
- …¿Pruebas?...
Inquirió, extrañada por lo que le acababa de decir. Deteniendo un
momento la limpieza, se volvió de nuevo hacia abajo. Se quedó
mirándome, como repitiendo la pregunta con su actitud…
- Mira esto y verás que no miento…
Y, sin pensármelo dos veces, le señalé la formidable erección que se
podía apreciar sin lugar a dudas debajo del pantaloncito de pijama,
cuya seda se estiraba a tope ante la rabiosa presión de mi pene. Mi
suegra miró, entre sorprendida y asombrada, lo que yo le sugería.
Durante unos segundos se quedó como pasmada con la vista puesta en mi
excitado paquete. Al sentir su mirada en mi sexo, mientras su culo y su
coño seguían ante mis ojos en toda su plenitud, mi polla vibró más aún,
agitándose nerviosamente debajo del pantalón…Los atónitos ojos de Inés
seguían fijos en mi sexo. Finalmente, medio farfulló, con voz algo
temblorosa…
- Vaya…pues sí que…
No acertó a decir más. Aturdida, seguía observando el descarado bulto en mi pantalón de pijama.
- ¿Ves como es cierto lo que te digo?
Sin quitar ojo a mi abultado paquete, exclamó
- Madre mía...¡qué vergüenza!...es que se me está viendo todo…¿verdad?
- Estoy viendo un precioso tesoro…
Con la excitación ya fuera de control, seguí con mis provocadores
comentarios. Mi suegra sonrió levemente ante mi descarada ocurrencia,
pero se sonrojó…
- Anda, Ernesto, sujeta bien la escalera
que voy a volver a poner este pie en el peldaño porque al final me voy a
caer de verdad…
Así lo hice. Ya sin dejar de de mirarla,
agarré con fuerza las dos barras de aluminio. Inés trató de volver a
colocar en la escalera el pie que tenía apoyado en el saliente de la
cornisa…
-¡Ay!
Al sacarlo de su apoyo,
resbaló ligeramente, cayendo su zapatilla al suelo. Inés se asustó
pensando que se le iban los pies y se caía, por lo que lanzó ese quejido
de pánico, al tiempo que se quedaba completamente inmóvil, aferrada al
extremo superior de la escalera, con un pie medio apoyado en el peldaño
y el otro descalzo en el aire, sin localizar dónde colocarlo. Traté de
calmarla…
- Tranquila, que no te caes, que te estoy sujetando yo…
- Es que no encuentro el peldaño…
Movía su pie tratando de buscar el escalón, sin acertar a
encontrarlo. Con mi mano derecha le cogí el pie y se lo llevé
cuidadosamente hasta el sitio. Pero al estar descalzo, el contacto con
el estrecho estribo le debía producir cierto repelús y no terminaba de
descansarlo con seguridad
- Calma Inés…yo te ayudo a bajar
Diciendo esto, le volví a coger el pie, ayudándola a bajarlo hasta
el siguiente peldaño. El contacto de mi mano con la piel de su pie, me
produjo una agradable sensación, que no hizo sino aumentar más mi grado
de excitación. Mi erección seguía igual. Inés apoyó el pie en el
siguiente escalón, pero toda ella continuaba presa de una especie de
torpe agarrotamiento por temor a caerse. Una vez afianzado el pie en el
siguiente paso, mi mano buscó el de más arriba, que continuaba medio
agarrotado en el mismo falso apoyo en que había quedado al resbalar. De
igual manera, lo cogí con firmeza, pero con la mayor delicadeza que
pude, y la ayudé a buscar el mismo peldaño en que había dejado el otro.
De nuevo, el contacto de mi mano con su piel me produjo las mismas
calientes sensaciones que antes. Esta vez, además, me fijé en que su
culo se había acercado unos centímetros más, mostrándose a mis ojos
voluptuoso y próximo. Concentrada en no caerse, mi suegra no se
preocupaba apretar las piernas o recogerse la bata para que yo no
pudiese seguir viendo lo que había estado contemplando hasta ese
momento. Con el mismo procedimiento, seguí ayudándola a ir descendiendo
peldaño a peldaño, poco a poco. Cuando, recuperada su determinación, sus
pies fueron ya bajando solos, fue su cuerpo el que empezó a pasar
pegado al mío, entre mi y la escalera, que yo seguía sujetando con ambas
manos. Su culo rozó mi cara. Cerré los ojos y traté de disfrutar al
máximo de ese momentáneo contacto. Sentir por mi rostro el roce de
aquellas posaderas en cuya parte baja había estado recreando mi vista
hacía unos minutos incrementó mi excitación. Mi erección era ya
descomunal. Y por ella pasó precisamente aquel culo encantador.
El roce de su trasero con mi polla completamente enhiesta fue
determinante. Mi deseo estaba encendido y no hice nada por sustraerme a
aquel contacto. Inés estaba ya casi en el suelo. Yo podía haber soltado
la escalera y separarme un poco para que ella pudiese bajar del todo.
Pero no lo hice. Seguí asido a la escalera, lo que obligaba a Inés a
pasar entre ella y mi erección. Tampoco mi suegra se detuvo para esperar
a que yo me apartase. Continuó descendiendo parsimoniosamente hasta
apoyar los dos pies en el suelo, mientras sus nalgas se estrechaban
contra mi tranca. Al notar como mi polla se apretaba contra su culo, me
estremecí de placer. La mantuve así. Yo tenía una erección de caballo.
La polla trepidaba debajo del pijama. Inés se quedó también quieta.
Ninguno de los dos nos movíamos. Mi verga se aplastaba entre la abertura
de sus nalgas. La notaba palpitar sobre ellas. La bata era muy fina y
el camisón debía serlo también, porque mi ardiente polla percibía
perfectamente la dureza de los glúteos de mi suegra. De aquel
espectacular culo que había estado viendo hacía unos minutos y sobre el
que ahora comprimía mi verga. Fueron unos inolvidables segundos de goce
furtivo. Mi excitación se disparaba y mis testículos ardían. No podía
seguir así. Tenía que hacer algo. Y lo hice. Me acerqué aún más a ella,
apretándome todo yo por detrás, hasta que mi cara quedó pegada a su
nuca. Podía sentir su respiración entrecortada y ella debía estar
percibiendo mi aliento en su cuello. Mi polla latía comprimida contra su
culo. Solté las manos de la escalera y las crucé por delante de su
vientre, abarcándola en un suave abrazo. Ella echó su cabeza hacia
atrás, apoyándola en mí. Su respiración se empezó a convertir en una
sucesión de trémulos jadeos. Mis manos ciñeron su vientre, estrechando
más el abrazo. Estaba totalmente pegado a ella. Podía notar su
respiración, sus jadeos, los escalofríos que la recorrían…Y ella sentía
mi aliento y el calor de mis labios rozando su nuca, su cuello…y mi
verga, prensada sobre su culo, tratando de remeterse por la hendidura
de las nalgas, en sutiles movimientos entre ellas.
- ¿Notas bien la prueba de que sí que me gustaba lo que veía?...
Susurré estas palabras muy cerca de su oído, acompañándolas de una
presión adicional de mi verga sobre su trasero. Por encima de la bata,
pero mi polla ya estaba prácticamente acoplada entre sus nalgas; con
este empujoncito se apretó todavía más, quedando completamente encajada
en aquella deliciosa hendidura; la fina tela de la bata constituía una
púdica barrera que impedía que aquel contacto fuese total. Mi suegra
asintió con la cabeza a mi pregunta, echándose hacia atrás, buscando
recibir en su cuello los mimos de mis labios, que besuquearon
abiertamente su nuca, tras cuchichearle aquellas palabras. Entre besito y
besito, volví a susurrarle al oído
- También a ti se te nota que te está gustando esto…
Sin darle tiempo a preguntar por qué, llevé las yemas de mis dedos a
sus pezones, que, a través de la seda de la bata, se marcaban duros y
excitados. Cuando mis dedos los rozaron, un respingo sacudió a mi
suegra de arriba a bajo, a la vez que aumentaba llamativamente su
turgencia. Los acaricié mientras la besaba por el cuello y por los
oídos, provocando repetidas sacudidas de su cuerpo, que vibraba y se
estremecía sin reservas. Mis manos abarcaron sus pechos por completo.
Mis dedos, pasando de uno a otro, buscaban avivar más y más cada uno de
los dos enhiestos pezones. Mis labios recorrían su nuca, su cuello, sus
mejillas, besándola con ternura. Y mi verga se aplastaba codiciosa
entre sus nalgas, buscando acceder al interior de aquel culazo que poco
antes había colmado mi visón e inflamado la excitación que ahora
afloraba sin ningún recato. Pellizqué y acaricié ávidamente los pezones,
sin dejar de frotar la polla en su trasero, mientras Inés abría más
las piernas y se pegaba a mí todo lo que podía, entre gemidos y jadeos,
apretando su culo contra la verga que impúdicamente se convulsionaba
contra ella.
Le di la vuelta para que quedase frente a mí. La
besé en la mejilla. Acerqué mis labios al borde de los suyos. Besé
tenuemente aquella adorable comisura. Su boca se entreabrió ofreciéndome
el néctar de su humedad. Exploré delicadamente aquellos labios
sensuales y carnosos. Encontré su lengua que, ansiosa, se enredó con la
mía. Un sinfín de escalofríos y temblores nos sacudió a los dos al
confundirnos en aquel largo y delicioso beso. Nuestros cuerpos se
apretaban en un estrecho abrazo. Mi verga, rabiosamente enhiesta, se
estrujaba furiosa contra su sexo. Entre suspiros y jadeos, Inés murmuró…
- No...no...no podemos…
Pero se seguía apretando más y más contra mí. Su sexo se oprimía
contra el mío con avidez. Y sus jadeos eran cada vez más estentóreos.
Acallé sus balbuceos con otro largo beso. Mis manos bajaron a sus nalgas
y las apretaron contra mi verga, que ya buscaba codiciosa adentrase más
en los pliegues de aquella vulva que, bajo el suave tul de la bata, se
adivinaba henchida y húmeda. Seguro de que el sexo de Inés percibía en
todo su esplendor mi enorme erección apretándose contra ella, fui
subiendo por detrás la bata y el camisón, hasta que mis manos palparon
la arrebatadora desnudez de aquellas ancas duras y excitantes. La
vibrante sacudida que percibí en mi suegra me transmitió una
electrizante agitación desde el cuello a los testículos. Mis dedos se
metieron en la hendidura de su culo, rebuscando y rebuscando los
prohibidos recovecos que antes había visto. Mi suegra jadeaba. Me
abrazaba entrelazando sus manos por detrás de mi nuca y aferrándose a mi
espalda desnuda. Se apretaba contra mí, estrechándome y besándome con
verdadera pasión. Yo sentía sus pechos prensados contra mi torso. Notaba
su vulva persiguiendo ansiosa el contacto con mi verga que, provocadora
y atrevida, iba al encuentro de su sexo cada vez más ansiosa.
Estábamos en el jardín, a la entrada de la casa. No era cuestión de
seguir allí con el cúmulo de abrazos y caricias entre un yerno y su
suegra. No había nadie más, pero quién sabe si podía aparecer algún
inopinado visitante de repente. Me separé un poco de ella, lo suficiente
para cogerla de la mano y llevarla hacia dentro de la casa. Me siguió
sin decir palabra. Cerré la puerta, pasé la llave y la volví a atraer
hacia mí para fundirnos otra vez en un apasionado abrazo. Mi mano volvió
a levantar su bata y palpó con delectación aquel redondo trasero. Se
adentró otra vez en la provocadora hendidura que separaba sus nalgas.
Mientras, mi otra mano buscó su pecho, acariciándolo por encima de la
seda que lo cubría. Gocé de la enhiesta turgencia de aquel abultado
pezón, que denotaba la enorme excitación que la invadía también a ella.
Inmersos en aquel nuevo abrazo, dejé su pecho para buscar su sexo por
debajo. Inés sintió mis dedos deslizarse entre sus muslos, presionar
contra ellos. Abrió más las piernas….
Mis dedos rozaron su
pubis. Se estremeció. Su mano bajó también por mi costado, metiéndose a
escarbar entre su cuerpo y el mío para encontrar un hueco desde el que
poder palpar mi polla por encima del pantaloncito del pijama. Al notar
sobre mi verga los delicados y admirados dedos de mi suegra, trepidé de
placer. La excitación se incrementó y casi creí explotar. Pero yo no
quería que aquello terminase así ni tan pronto. Hice un esfuerzo por
controlar y me separé un poco de ella. Le dije
- Ven, vamos…
La tomé de la mano para que me siguiera escaleras arriba. Llegamos a
mi habitación y la hice pasar. La acerqué hasta mí y la besé. Comenzó a
temblar. Mi boca presionó la suya con suavidad. Acaricié sus labios con
mi lengua hasta que se entreabrieron y me permitieron entrar. Sentí su
lengua trémula y húmeda rozar la mía. La succioné. Un intenso escalofrío
de placer me sacudió de nuevo. Noté que Inés se derretía. Nuestras
lenguas se frotaron, jugando entrelazadas la una con la otra. Mis brazos
rodearon a Inés que, temblorosa, se entregaba al dulce deleite de
aquel beso. Sus manos se anclaron a mi espalda.
Le desabroché
los tres botones que cerraban su bata por delante y se la quité. Con el
leve movimiento de sus brazos me ayudó a hacerlo. Quedó con el camisón
blanco cubriéndola hasta la mitad de sus muslos, estilizados y
apetitosos. También sus pezones se transparentaban ahora con mayor
realce a través de la tenue seda que apenas los cubría. La volví a
abrazar. Temblorosa, se apretó contra mí. Otra vez la exquisita suavidad
de sus manos en mi espalda. Nuevamente la turgencia de sus pezones
contra mi pecho. Otra vez la voluptuosidad de su culo entre mis manos.
Otra vez la cercanía y el calor de su sexo contra mi verga….Cómo antes,
la pasión me impelía a correr más de lo que mi sentido del control me
aconsejaba. Hice un esfuerzo de voluntad para lentificar las caricias de
manera que el ritmo de la excitación fuese creciendo poco a poco,
paladeando bien cada pequeño avance. Lentamente, le fui subiendo el
camisón. Al ir haciéndolo, le acariciaba cada centímetro de su piel que,
erizada y trémula, iba descubriéndose a mis ojos. Al final del sensual
recorrido, mi suegra misma levantó los brazos para ayudarme a sacar el
camisón del todo. Lo hice. Quedó completamente desnuda frente a mí. La
miré extasiado. Saboreé despacio la visión de su cuerpo. Madura pero
esbelta. Piel bastante tersa y suave…muy suave. Exquisitamente cuidada,
no parecía el cuerpo de una mujer de 65 años. Se conservaba
maravillosamente bien. Si vestida resultaba elegante y atractiva,
desnuda era voluptuosa y muy, pero que muy excitante. Bajo el pantalón
de pijama, mi verga erecta se agitaba, ansiosa por rozarse en aquel
cuerpo maduro y apetecible. Envolví a mi suegra en un nuevo abrazo. Me
recreé en cada centímetro de su cuerpo desnudo. Aplasté mi polla contra
su sexo para que notase bien su dureza. Ella respondió estremeciéndose y
buscando la apretura total de su vulva contra la verga. De nuevo
aquella sensación de intensa excitación apareció en mis entrañas. Ahora,
también las manos de mi suegra magreaban mi trasero, entremetiéndose
dentro del pantalón de pijama y apretándome codiciosamente contra ella.
Inés abrió más las piernas buscando acomodar y sentir mi tranca entre
ellas. Aquello me encendió aún más. Comprimí una y otra vez mi polla
contra su sexo. Mi suegra respondía con profundos suspiros, acompasando
el movimiento de su pelvis a mis repetidas acometidas. Mi polla quería
escapar ya de la cruel prisión de seda que le estaba impidiendo explorar
con libertad aquel sexo deseado.
Sin dejar de abrazarla, la
empujé suavemente, haciéndola retroceder un par de pasos hasta el lecho
que unas horas antes había compartido con su hija. No había estirado
las sábanas al levantarme, pero la cama estaba prácticamente sin
deshacer, tan sólo con unas pequeñas arrugas. Hice sentarse a mi suegra
sobre ella y presioné ligeramente sobre sus hombros para que se
tendiese. Lo hizo. Tumbada boca arriba, me miraba sin pronunciar
palabra. Su sexo se ofrecía a mi vista, tentador y apetecible. Me bajé
el pantalón de pijama y mi polla saltó enhiesta y liberada. Inés miró
asombrada la enorme erección. Me acerqué y me tumbé delicadamente sobre
ella. Se removió al sentir mi cuerpo desnudo. Suspiró profundamente y se
abrazó a mí. Mi cara quedó entre sus pechos. Los besé. Lamí sus
pezones. Me encantó verlos de nuevo endurecerse como piedras al recibir
mis caricias. Besándola, lamiéndola, escuchando sus suspiros, me
impregnaba de su aroma de mujer deseosa de gozar. Moví mi pelvis
buscando hacer hueco entre sus piernas. Las abrió enseguida,
permitiéndome acoplarme entre ellas. Lo hice y fui subiendo mi cuerpo
poco a poco, acompañando mi ascensión con besos y más besos por sus
pechos, en busca de su cuello, de su cara, de sus labios. En mi
paulatina escalada sobre el cuerpo de mi suegra, mi verga, completamente
tiesa, trepaba ansiosa entre las piernas de Inés. Sus jadeos anunciaban
su creciente excitación al sentirla cada vez más cerca de su
sexo…Llegó. Ambos estábamos enardecidos de deseo. Acerqué la polla a
aquella vulva palpitante y húmeda. Al notar el roce de sus labios
vaginales en mi glande, tuve que hacer un esfuerzo para no abandonarme a
gozar intensamente. Quería seguir haciendo aquello largo y duradero.
Quería controlar. Lo hice. Respiré hondo y detuve unos segundos mi roce.
Una vez vi que volvía ser dueño de mi mismo, reanudé el juego. Repetí
los frotes de mi polla contra su sexo, arriba y abajo, pero evitando que
entrara todavía. Sin embargo, el deseo de mi suegra la debía exigir ya
dentro de ella. Sus piernas se abrieron más, casi exageradamente. Me
apresó literalmente envolviéndome con ellas por detrás de mi espalda.
Sus caderas empujaban más y más, rítmicamente ansiosas, buscando el roce
y la apretura de aquella verga caliente y erecta que la hacía abrasarle
el coño, derretido en jugos y fluidos, que me estaban empapando la
polla, los testículos, mi sexo completo. Mi pene palpitaba impaciente.
Me moví hasta encajarlo bien en los pliegues de la vulva. Sentí su fuego
en mi sexo y me puse más a mil todavía. La corona de mi verga notaba el
roce de los empapados labios vaginales rodeándola…
No podía
más. Empujé. El ansia me hizo presionar a tope mi verga contra su coño,
que se abría deseoso de ser penetrado. Enseguida encontré el camino y
noté el calor de los labios vaginales abrazando por completo mi glande
que se empezó a deslizar hacia dentro, ávido de lujuria. Aquel delicioso
contacto me hizo perder por completo cualquier atisbo de control y
apreté con más fuerza. Un gemido salvaje salió de las entrañas de mi
suegra. Noté como la tenaza de sus piernas sobre mi torso se
estrechaba, tratando acercarme más y más, intentando que me fundiera con
ella. Sus brazos me ceñían, me estrujaban contra su pecho y en mi
espalda sentía la firme apretura de sus manos. Aquellas uñas, delicadas y
cuidadas, se clavaban ahora salvajemente en mi espalda, ansiosas de
arremeterme por completo dentro de ella. Con la verga clavada hasta el
tope dentro de aquel cálido coño, comencé a bombear con fuerza, en
tremendas embestidas que me iban haciendo escalar vertiginosamente todas
las cotas de placer. Inés, aferrada a mí, acompasaba sus movimientos
pélvicos a mis acometidas, agitándonos los dos en un delicioso y
acelerado baile de goce. Tras repetidas sacudidas, noté como mi clímax
se acercaba. La apreté fuertemente contra mí y le metí la verga hasta
las mismísimas entrañas en un salvaje empellón, con el que quise que
notase la base de mis testículos tentándole el completo perineo. Ella
jadeó extasiada al sentir dentro de sí aquella feroz irrupción, y se
vino en un monumental orgasmo, acompañándolo de un desmedido grito que
rompió todo el silencio del campo. La corrida de mi suegra provocó
inmediatamente la mía, desatándome una furiosa eyaculación que sentí
subir al tiempo que ella seguía gritando, desbocando su inmenso goce.
Retorciéndome de placer dentro de ella, mientras Inés seguía aún
jadeando, me vino un orgasmo brutal, único, tremendo, como nunca antes
lo había tenido. No pude evitar acompañar los últimos retazos de los
gritos de lujuria de mi suegra con un largo bufido de placer, con el
que compartí con Inés aquel largo e intenso éxtasis.
Jadeantes
y exhaustos, seguimos abrazados, apretados una contra el otro,
empujando lenta y acompasadamente nuestros sexos, hasta que los últimos
retazos de aquel largo orgasmo fueron despareciendo. Cuando así fue,
cuando las respiraciones fueron haciéndose más pausadas y las pulsiones
recuperaron su ritmo, mi verga, aún morcillona, fue abandonando la
calidez de la vagina de Inés. Un verdadero maremágnum de flujos y semen
se había mezclado allá abajo en nuestros sexos. Nos giramos, para quedar
tendidos boca arriba, extenuados de placer…
Pasaron varios
minutos. Seguimos en esa misma postura, sin hablar nada. Abrí los ojos.
Mirando al techo, acaricié tenuemente la mano de mi suegra. Musitó…
- ¿Qué hemos hecho…?
No dije nada. Seguí acariciándole la mano. Volvió a susurrar…
- Esto no puede volver a pasar…
Volví la cara hacia ella. Me había hablado con la mirada perdida en
el techo. Tenía los ojos entornados y el semblante serio. Contemplé su
madura desnudez. No perdía un ápice de la elegancia que tenía vestida.
Sus pechos, algo caídos por la edad, conservaban sin embargo una
atractiva suavidad y desprendían una tentadora dulzura. Sus pezones,
sonrosados y grandes, descansaban sobre unas preciosas aureolas. Su
vientre era plano, con alguna estría propia de los 65 años que tenía,
pero todavía firme y con la suficiente tersura para resultar seductor.
Su sexo se veía ahora apacible y relajado, tras el codicioso envite que
acababa de tener. Lo adornaba un suavísimo vello púbico, muy arregladito
y recortado, que terminaba justo en el lugar en el que arrancaba la
hendidura del coño, denotando el afeitado total que, a partir de ahí,
sin duda se aplicaba mi suegra de vez en cuando. Sonreí para mis
adentros porque eso me había sorprendido bastante. Nunca hubiera pensado
que mi suegra se depilase el coño, aunque fuera parcialmente. En el
arranque de los muslos brillaba la humedad de los restos de flujo y
semen que nos habían inundado unos minutos antes, en un cuadro
erotizante y precioso bajo la penetrante luz de la mañana que entraba
por la ventana. Seguí recorriendo aquel cuerpo con mi mirada. Las
piernas, contorneadas y suaves, lucían preciosas. Siempre me habían
parecido espectaculares, al igual que su tipazo estilizado y esbelto. Y
ahí, en la desnudez de la cama, después de aquel imponente e inesperado
polvo, me reafirmaba en mi opinión. Con voz tenue, Inés repitió el
susurro…
- …No puede volver a pasar…
Giré mi
cuerpo y acerqué mi boca a la suya. La besé con toda la dulzura de la
que fui capaz. Fue un beso suave, tenue, delicado. Me lo devolvió y
trató de decir algo, pero volví a posar mis labios en los suyos
impidiendo que hablara. Cerró los ojos y se dejó besar. La acaricié. Con
las yemas de los dedos rocé uno de sus pezones, que respondió al mimo
irguiéndose visiblemente. Seguí con el juego. Sus pezones se
endurecieron de nuevo y la piel se le erizó. El compás de su respiración
me indicaba que otra vez se delectaba con mis caricias. Seguí mimándola
con mis besos. Fui bajando los labios por su cuerpo hasta detenerme
otra vez en aquellos pechos tentadores y voluptuosos. Su goce era el
mío. Recorrí su vientre con mis labios y mi lengua. Llegué a su pubis.
Noté su sacudida al besarla cerca del sexo. Lamí la humedad de los jugos
resultantes de aquella resaca de la borrachera de sexo y placer que
acabamos de gozar juntos. Mi suegra se estremecía al sentir mi boca
explorar las inmediaciones de su vulva. Seguí con el juego. Cambié mi
postura para poder acceder con mis labios a su sexo completo. De
rodillas en la cama y agachado hacia ella, me coloqué frente a su pubis.
Puse mis manos en el interior de sus muslos y le abrí las piernas con
ternura. Acerqué mi boca a sus labios vaginales. Se removió, tembló.
Gimió al sentir el contacto de mi boca sobre su vulva, de nuevo henchida
y excitada. Acaricié con mis labios su vagina. El sabor íntimo de Inés
me hizo sentir un escalofrío de placer y noté cómo mi verga saltaba.
Libé y saboreé el interior de aquel sexo delicioso. Besé, lamí,
mordisqueé, succioné…me perdí en una vorágine de besos, lamidas y
caricias por su vulva, por sus labios vaginales, su clítoris…Mi lengua y
mis labios recorrían todos los caminos y recovecos entre el perineo y
el clítoris…Inés comenzó a temblar. Entonces abarqué su clítoris con mis
labios, succionándolo hasta que lo sentí henchirse y palpitar. Cuando
el clítoris se hinchó más y las contracciones de la vagina aumentaron de
intensidad y ritmo, vi que estaba a punto…y succioné con avaricia, para
hacerla reventar de placer. Mis manos apretaban su trasero contra mí.
Estiré mis dedos para que, a la vez que presionaban sus nalgas,
penetrasen en la grieta que las separaba y rozasen los alrededores de
su ano. Lo tenté, lo acaricié… Sus caderas se alzaron, la respiración de
Inés se agitó, se tensó de manera inverosímil…para enseguida
estremecerse rabiosamente. Me di cuenta de que se iba a correr…Noté sus
manos sobre mi cabeza, apretándola con fuerza contra su sexo…gritó…
- ¡Más!..¡Más!...¡Máaaaaassssss!.....¡No pares!...¡No pares!...Mmmmmmmm
Un estrepitoso grito llenó la habitación mientras Inés sacudía las
caderas apretándose sobre mi cara, que se perdía en aquel remolino de su
sexo inflado y empapado…Otra vez un inmenso y salvaje orgasmo sacudió
las entrañas de Inés durante un largo momento de placer. Excitado a
tope, no quise sin embargo salir de allí adentro hasta notar que había
extraído hasta el último resquicio de goce de aquel cuerpo femenino que,
a través de mi boca y mis manos, sentía anhelante y deseoso…Los jadeos
de Inés fueron cediendo poco a poco, dando paso a una respiración más
pausada. La presión de su vulva sobre mi boca se fue aliviando hasta
relajarse, descansando ya sin tensión sobre la cama…sólo entonces me
aparté con suavidad de ella…Mi boca, mi cara, rezumaban fluidos,
empapadas de sabor a hembra, impregnadas del recio aroma de mujer
entera…Hice acopio de voluntad y traté de relajar mi excitación, que
notaba en la tensa erección que la verga había recuperado de nuevo en
ese cunilinguus mágico. Esperé unos minutos a que la erección se
rebajase un poco…y de nuevo me tendí junto a ella…pasé por sus labios
mis dedos, todavía mojados de sus entrañas…me miró, esbozó una leve
sonrisa y me preguntó…
- ¿…y tú…?...
- Tranquila…me debes una…
Y le sonreí también. Relajada tras el inmenso orgasmo que acaba de
disfrutar, mi suegra se preocupaba ahora por que yo no lo hubiese
alcanzado también…Le quité importancia y la volví a besar dulcemente.
Nos quedamos sin decir nada, otra vez con las miradas en el techo…
- Se nos va a echar la mañana encima…tengo que planchar y hacer la comida…
De nuevo “despertó” la activa ama de casa que había quedado
“aparcada” durante esa loca sesión de placer y sexo que había surgido
inopinadamente esta fresca mañana de verano.
- Venga, pues vamos…
Me levanté y le tendí la mano para ayudarla a ella a saltar de la
cama. Lo hizo. Me puse de nuevo el pantalón de pijama y ella el camisón.
Empecé a hacer la cama…
-Déjame...déjame a mí…
Era de corte clásico. Habiendo una mujer, el hombre no tenía que
hacer tareas domésticas. Genio y figura. Y se puso ella a remeter las
sábanas. Pero no la dejé hacerlo sola
- Entre los dos ¿vale?...
Y, uno a cada lado de la cama, nos pusimos a terminarla. Mientras la
hacíamos, cuando mi suegra se inclinaba, me recreaba en aquellos pechos
deliciosos que, libres de sujetador, se dejaban ver generosamente a
través del amplio escote del camisón de verano. Nunca antes había
reparado en ellos con los tintes de sexualidad y el morbo con que lo
estaba haciendo ahora. Y cuando, de espaldas a mí, se agachó a recoger
unas zapatillas de mi mujer que había por el suelo, reparé en aquel
hermoso trasero que se adivinaba a través del sexy camisón; su
inclinación permitía ver más allá de los muslos, dejando asomar aquellos
cachetes deliciosos que habían supuesto el inicio de lo que había
sucedido esa mañana inolvidable…Mi verga, morcillona todavía, respondió
enseguida al estímulo y se volvió a tensar…pero reaccioné antes de que
aquello se volviese a enredar…
- Bueno, me voy a dar una ducha…
- Vale cariño…yo me ducho después…voy a recoger la ropa tendida para plancharla después…¿Qué quieres de comida?...
- Lo que quieras Inés…seguro que lo que hagas me encanta, como siempre…
Salí de la habitación y me fui a la ducha. El resto de la mañana
transcurrió con normalidad. Leí un poco. Me bañé en la piscina. Tomé el
sol. Mi suegra, tras salir del cuarto de baño, planchó, hizo la comida
y a última hora salió también a darse un baño en la piscina. Charlamos
de cosas sin trascendencia. Ni mencionamos lo que había pasado por la
mañana. Pero yo no dejaba de verla hermosa. Esplendorosamente guapa. Con
aquel estilazo que siempre había admirado, pero ya fijándome en cada
una de las curvas que por la mañana había saboreado al detalle. Capté en
ella también alguna mirada distinta hacia mí. Pero no hubo nada, ni
sacamos el tema en absoluto. Comimos los dos solos como estaba previsto.
Y después, tomamos café viendo un poco la televisión. En ese momento
sonó le teléfono. Era mi mujer
- ¿Qué tal cariño?...¿todo
bien?..por aquí genial. Los niños se han divertido de lo lindo en la
playa…Todavía no hemos ido al Aqua Park...lo hemos dejado para esta
tarde…y después quieren que vayamos al cine de verano y cenemos allí
unos bocatas…así que llegaremos más tarde…
- Venga, tranquila…disfrutad y cuidado con el sol…
- ¿Estáis comiendo?..nosotros si, en un chiringuito de la playa…
- Nosotros ya hemos comido. Estamos con el café…
- Vale, cielo…dile a mi madre que te cuide…
- Tranquila…que ya lo hace sin que yo se lo diga...ya lo sabes…
- Jajaja...ya ya…y tú cuídala también a ella…
- Vale, vale...la cuidaré…
- Besos cariño
- Besos nena…hasta la noche…
- Oye…no esperes esta noche fiesta,…que te conozco…y con el día de
playa que llevo, más lo que me espera, seguro que no estaré para muchos
trotes…ijijiji…que veo por dónde vas…
- Venga, tranquila…me hago cargo...esta noche descansamos….besos
- Ciao…
Le conté a mi suegra que vendrían más tarde y terminamos de tomar el
café. Como todos los días, la rutina del verano era, una vez tomado el
cafelito, subirnos a dormir la siesta. Mi suegra así lo hizo. Se
levantó, recogió las tazas y se dirigió hacia su cuarto, como de
costumbre. Yo subí las escaleras tras ella. Nuestras habitaciones
estaban una frente a la otra. Cuando Inés abría la puerta de la suya, la
tomé suavemente por el brazo para que se volviera hacia mí. Le di un
beso en la mejilla y estiré de su mano con sutileza hacia la puerta de
la mía.
- Esta es más fresquita…
- Ernesto…por favor…no debemos…
Pero no le di opción y la llevé de la mano para que me siguiera.
Entró en mi habitación. La volví a besar. Nos abrazamos. Mi suegra se
apretó a mí con una pasión que me sorprendió. Yo también la abracé con
fuerza. Le acaricié la nuca. La besé en el cuello. Noté como se
estremecía. Después de unos minutos de caricias, enlazados uno contra el
otro, de pie junto a la cama, me despegué suavemente de Inés. Entre los
dos retiramos la colcha. Con toda delicadeza la ayudé a quitarse el
vestido, un sencillo pichi de andar por casa. Quedó en ropa interior. Me
miraba sin decir nada. Le desabroché el sujetador por detrás y se lo
empecé a sacar. Ella terminó de hacerlo. Se quedó en bragas. Yo me quité
la camiseta. Después el pantalón corto. Y enseguida, el bóxer. Mi polla
asomó erguida de nuevo. Desnudo por completo, me tendí en la cama. Le
hice un gesto para que se acercase
- Ven…
Se tumbó a mi lado. La abracé. Se apretó a mí. Susurró…
- Esto no se puede repetir…
La estreché contra mí…la besé…nuestras lenguas se enredaron de nuevo
en un beso apasionado. Largo y húmedo…cuando se separaron, añadí…
- …No lo podemos repetir nada más que cuando estemos los dos solos…
Me miró y sonrió…asintió y se abrazó de nuevo. Rodó y se colocó
encima. A horcajadas sobre mí, apoyó sus manos en mi pecho, acercando su
rostro al mío. Sonrió con picardía y dijo…
- Ahora estamos solos...¿no?...
Asentí sonriendo…
- Pues entonces sí que lo podemos repetir….
Me besó larga y dulcemente…volteó a un lado para quedar tendida boca
arriba a mi lado. En un ágil movimiento, levantó sus caderas y se quitó
las bragas. Casi ni me dio tiempo a mirarla. De nuevo rodó sobre sí
misma y recuperó su posición colocándose encima de mí, cabalgándome
igual que antes. Pero desnuda. Su vagina rozaba mi verga, que enseguida
se puso rabiosamente erecta y ansiosa de entrar en el tesoro que se me
ofrecía. Su mano tentó la polla para encontrarla enseguida. Se la
colocó entre sus labios vaginales, calientes y húmedos. Cuando la tuvo
allí, apretó con fuerza hasta hundírsela completa en sus entrañas…de
nuevo, un aluvión de pasión, lujuria y sexo desbocado…hasta que
reventamos en sendos orgasmos simultáneos y salvajes, en los que mis
gruñidos se mezclaron con sus gritos, hasta que el éxtasis nos dejó a
los dos exhaustos de goce…Inés cayó derrumbada sobre mi pecho. Inhalé
profundamente su aroma. Estábamos los dos sudorosos, pegajosos, muy
cansados…tendidos boca arriba en la cama, fuimos dejando que nuestras
respiraciones recuperasen sus ritmos habituales….el dulce sopor del
sueño nos fue ganando. Quedamos dormidos en una siesta plácida y
relajante…
Me desperté en ese estado de desorientación que a
veces se da, en el que no sabes si es por la mañana o por la tarde, ni
en que lugar estás. Fueron tan sólo unos instantes, hasta que, aún medio
soñoliento, recobré la consciencia de que estaba en mi habitación de la
casa de campo, de que había dormido la siesta con mi suegra, con la que
había echado un impresionante polvo poco antes… Todo vino a mi mente en
un santiamén, aún con los ojos semicerrados. Y antes de que pudiera
separar por completo los párpados, comencé a notar una dulce y fresca
sensación en mi sexo. Fue entonces cuando abrí los ojos. Y vi a mi
suegra recostada junto a mí, pero tumbada en sentido contrario. Estaba
desnuda, con la cabeza semiapoyada en su mano, que a su vez se
apuntalaba con el codo que descansaba cómodamente sobre la cama. Con
dos deditos de la otra mano me sostenía delicadamente la polla, a la que
daba suaves lamiditas, introduciéndose de vez en cuando la punta del
glande entre los labios…¡¡eso era el dulce frescor que sentía!!... La
miré atónito...me sonrió…y de nuevo se metió el glande, esta vez
completo, en su boca sensual, en aquella boca de labios carnosos que
siempre me había parecido preciosa, pero que jamás había imaginado
haciendo lo que la veía hacer ahora…Mi verga, morcillona cuando abrí los
ojos, se puso dura de inmediato. Entre la mamadita que estaba
recibiendo y, sobre todo, mi excitación al ver a mi propia suegra
haciéndome eso, se me dispararon todos los resortes…pero seguí
bloqueado, observándola pasmado… Sonrió…
- Te debía una...¿no?...- dijo, poniendo una cara de muñeca coqueta que me desconcertó…
Quise decir algo, pero no me salieron las palabras. Sólo pude
asentir con la cabeza, mientras seguía cómo medio paralizado observando -
y disfrutando- la deliciosa felación que Inés me estaba
practicando…Intenté incorporarme, pero me hizo un claro gesto con la
mano para que me quedase como estaba. Traté entonces de relajarme y
limitarme a observarla...y a gozar como un poseso…Su boca engullía una y
otra vez mi verga excitada, mientras su delicada mano sujetaba y
acariciaba cuidadosamente por debajo de los testículos. Además de las
increíbles sensaciones físicas, la propia imagen de los labios de mi
suegra resbalando voluptuosamente arriba y abajo por el tronco de mi
polla me provocaba una excitación sin límites. Aquel roce me estaba
llevando a extremos de goce que no podía imaginar…y menos con mi
suegra…- ¡joder!...joder!- me repetía interiormente mientras cerraba los
ojos de vez en cuando para concentrarme en el placer que estaba
recibiendo. El dulce frescor de su boca se tornó ardiente fuego cuando
noté que su lengua jugueteaba con mi glande, con mi frenillo, con cada
milímetro de la piel sensible de mi pene…Inés comprimía mi polla con sus
labios cada vez más en aquella increíble y monumental mamada. Mi verga,
inflada y dura como una roca, trataba de arremeter contra su paladar,
contra su garganta. La felación se estaba convirtiendo en una verdadera
follada en la boca de mi suegra. Mi excitación subió al máximo, estaba
ya al borde del paroxismo….Noté como me ardían las ingles, el sexo
mismo, en un fascinante río de calor que me llenó por completo,
galopando desde el cerebro hasta la mismísima polla…
- Me voy a correr…
Lo dije en susurro, apretando los labios. Me daba cuenta de que el
orgasmo me venía ya y quise avisarla. Pensé que le daba tiempo a liberar
mi polla de su boca y dejarme ir sobre mi propio vientre, o sobre ella
misma…Pero, para mi sorpresa, Inés, al oírme, apretó más su boca sobre
mi verga y aceleró el ritmo de la mamada, metiéndose la polla hasta la
mismísima garganta, mientras sus suaves manos abarcaron por completo el
escroto y los testículos, que se hincharon aún más al sentirlas
acariciarlos. Todos mis músculos comenzaron a vibrar exacerbados de
goce. Me tensé, jadeé más y más. Por fin, convulsionándome sin control,
emití un salvaje y prolongado gruñido…y, sumergido en un exorbitante
placer, noté como de mis entrañas manaban borbotones de semen, que
anegaron la boca de mi suegra. Fue una corrida descomunal, bestial,
paroxística…un orgasmo increíble…En los últimos vestigios del clímax,
cuando ya el chorro de semen había inundado la boca de Inés, pude ver
como ella seguía succionado glotonamente mi polla, mamando arriba y
abajo, cómo deseando extraer hasta la última gota de mi esperma.
Exhausto y dulcemente agotado, me dejé derrumbar sobre mí mismo,
descansando mi espalda y mi cuerpo entero sobre la cama. Sólo entonces,
sólo cuando me vio reposar desmadejado, Inés ”soltó su presa” y dejó
salir de su boca mi polla, todavía dura, pero ya sin la tremenda tensión
que tenía segundos antes. En la garganta de mi suegra aprecié entonces
el gesto de tragar los últimos restos de esperma que tenía en su
boca…Después, se pasó la lengua por los labios, y con un brillo
malicioso en su mirada, me dijo
- Te lo debía…
Se
incorporó, cambió de postura y se acercó a mí. Me besó y se recostó a mi
lado. La acogí a mi regazo, quedando acurrucada entre mis brazos.
Desnudos los dos, tumbados en la cama, la volví a observar
detenidamente. Aquel cuerpo maduro resultaba increíblemente atractivo en
una mujer de su edad, que había parido y criado cuatro hijos y tenía ya
siete nietos. Se conservaba asombrosamente guapa. Su piel era suave.
Apenas había arrugas. Ni estrías de ningún tipo. Si vestida resultaba
elegante y atractiva, desnuda no desmerecía nada en absoluto. Aquellos
pechos, aquellos pezones, aquel vientre, aquel pubis, aquellas
deliciosas y suaves manos, a sus 65 años, resultaban todavía sexys y
excitantes. Con las yemas de sus dedos, me acariciaba el pecho, dando
vueltas tenuemente alrededor de mis tetillas…
- Será nuestro secreto Ernesto…
- Sólo cuando estemos solos…- añadí irónico...
- Exacto…sólo cuando estemos solos cariño…pero siempre que estemos solos…
Mi suegra saborea semen de mi pija
Posteado en Confesiones , Heterosexual , Infidelidades , Maduras , Sexo Irracial , Suegras , Vecinas en por Esperanza
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