Cuándo pasó no lo podía creer. Llevaba tiempo en esto del chat,
metiéndome en cuánta sala encontraba, pero hasta el momento jamás había
tenido la suerte de encontrar a alguien como Alejandra. Así me dijo que
se llamaba, y lo mejor de todo es que me dijo que tenía 18 años, y 18
recién cumplidos, eh. No es moco de pavo. Eso era lo que me había dicho
en uno de los tantos encuentros virtuales que tuvimos, claro que no
sabía si creerle o no. Ustedes saben como es eso. Hasta podría tratarse
de una vieja de ochenta que solo me escribía lo que yo quería leer, pero
bueno, decidí correr el riesgo y seguirle la corriente, después de todo
no tenía nada que perder. Yo me llamo Alfredo y tengo 41, por lo que la
idea de engancharme a una pendeja de esa edad me seducía
irremediablemente. Seguimos por esa misma onda por unos cuántos días,
calentándonos vía chat, hasta que un día me lanzó así nomás y sin
anestesia.
-Me gustaría mucho coger con vos-
Casi me caigo de la
silla al leer lo que había tecleado. Ella sabía muy bien mi edad, no le
había mentido en eso, por lo que más allá del juego que realizábamos me
sorprendió que me lo dijera tan directamente.
-¿En serio?- le pregunte sorprendido por la seguridad con que me lo decía.
-Si, me gustaría mucho-
A
partir de ahí empezamos a fantasear con lo que nos haríamos, yo a ella y
ella a mí de estar solos, hasta que se decidió a contarme que estaba de
novia desde hacia casi un año con un chico de su misma edad, pero que
siempre había tenido ganas de estar con alguien mucho más grande.
-Con alguien como vos- remató y con eso me “remató” a mí.
Quedamos
entonces en encontrarnos una tarde después de que ella salía de la
facultad, estaba cursando el ciclo básico en la Ciudad Universitaria,
junto con el novio, por lo que tenía que ser un día en especial de la
semana, cuándo él no pudiera concurrir. Tuvimos que esperar algunos días
para que esto ocurriera, hasta que una tarde recibí en el celular el
tan ansiado mensaje:
“Hoy no vino, te espero a las ocho donde
arreglamos”. Dejé lo que estaba haciendo y me fui para allá. Previamente
ya habíamos arreglado en donde nos encontraríamos, un lugar que quedaba
en mitad de camino entre la Ciudad Universitaria y mi laburo, por lo
que con la puntualidad de un lord inglés estuve en el lugar convenido. Y
ni bien llegué la vi venir por la esquina. Hasta el momento solo nos
conocíamos por fotos, pero al verla personalmente me pareció mucho más
linda y despampanante de lo que había imaginado en un primer momento.
Era una nena, por supuesto, una nena de 18 años recién cumplidos, pero
estaba más fuerte que lo más fuerte que puedan imaginarse. Rubiecita, de
ojos claros, pecosa, de cuerpo aniñado, despertaba una intensa dulzura
al verla, la que , por supuesto, no iba a tener cuándo la tuviera a mi
entera disposición, toda desnuda y mojadita.
Nos saludamos con un
beso, como dos viejos conocidos, nos dijimos unas pocas palabras, y sin
que hiciera falta nada más, entramos a un telo que estaba en esa misma
cuadra, ahí nomás, a tiro, ya que por esa excluyente razón habíamos
elegido ese lugar.
Ni bien estuvimos a solas en la habitación, nos
abrazamos y empezamos a besarnos como dos desaforados, metiéndonos manos
por todos lados, especialmente yo, que trataba de abarcar de una sola
vez toda la delicada anatomía de aquella hermosa niña.
Así,
entrelazados, caímos sobre la cama, con la lamo de ella adherida a mi
entrepierna, acariciando en una forma por demás entusiasta el tremendo
bultazo que ya se me había formado.
-¡Quiero chupártela!- me hizo saber en determinado momento, sin que yo le dijera nada, aunque eso mismo era lo que pretendía.
-Toda
tuya- le dije, así que apoyé la cabeza entre mis manos entrelazadas y
me dispuse a disfrutar del excitante espectáculo que representa que una
pendeja de 18 te la mame.
Con sumo cuidado y como si se tratara de
una delicada tarea de manualidades, me desabrochó primero el cinturón,
luego me desprendió el botón, me bajó el cierre muy cuidadosamente y
entonces si, metió una mano dentro de la bragueta, me agarro el pedazo,
lo sacó afuera y sin soltarlo todavía empezó a frotarlo con entusiasmo y
precisión. Me la frotaba de arriba abajo, poniéndomela cada vez más
dura con ese tacto que me enloquecía. Cuándo ya la tuvo bien al palo,
sin soltármela aún, abrió bien la boca y se la mandó para adentro,
comiéndose un muy buen trozo, casi hasta por la mitad de mi
preponderante volumen, para iniciar entonces una mamada de aquellas, de
antología, usando mucha saliva para lustrarme la pija bien como se debe.
Se
la paso un buen rato dele succionarme, entreteniéndose también con las
bolas, a las que le dedicó una completa atención, lamiéndolas,
besándolas, chupándolas y hasta mordiéndolas, para luego subir con la
lengua por el pedazo principal y volver a comérsela como solo ella
sabia, con un entusiasmo poco frecuente, por lo menos en lo que yo
estaba acostumbrado a ver. Le gusta la verga a la pendeja, y le gustaba
comérsela doblada.
Después de chupármela bien chupada, se puso en
bolas y con todo el entusiasmo a flor de piel se me subió encima, a
caballito, y por sí misma se acomodó la verga entre los gajos, y de a
poco se fue sentando, disfrutando entre plácidos suspiros de la lenta y
precisa penetración. Cerraba los ojos y se mordía los labios la
guachita, ponía los ojos en blanco también, y entonces empezó a moverse
suave y rítmicamente, mandándosela toda bien hasta el fondo, aumentando
de a poco el ritmo y aumentando también la intensidad de sus suspiros.
Ahora
gemía mucho más fuerte, moviéndose con mayor intensidad, disfrutando
cada vez que le llegaba hasta lo más profundo, revoleando las gomas de
un lado a otro, las cuáles, para su edad, las tenía bastante
desarrolladas. Desde abajo yo se las agarraba y apretaba, le pellizcaba
los pezones, le estrujaba toda la carne, anhelando exprimir todo el jugo
de esos imponente limones que ya ansiaba devorarme.
Al rato se bajó y
se echó de espalda, las piernas bien abiertas, mostrando la concha toda
abierta, jugosa y caliente. Me le tiré encima, se la metí y le entre a
dar, dar y dar, la piba se estremecía toda debajo mío, y cuánto más le
daba, más se mojaba, se mojaba por abajo y por arriba, porque lloraba de
placer.
Estuvimos un buen rato practicando todas las poses posibles,
hasta de parados, cuándo entre gustosos jadeos me dijo que le gustaría
mucho que le diera “por la colita”. Ahí aluciné.
Le empecé a lubricar
el ojete con lo que tenía a mano, le metí un par de deditos para
dilatarla convenientemente, y con ella en cuatro, la cola bien
levantada, le enfilé por el agujero de atrás toda mi carne bien caliente
y entumecida. El culo le temblaba como gelatina a la pendeja, pero así y
todo me pedía, quería, que se lo rompiera. Así que le apoyé la punta
justo en la entrada, acomodándola para que no se desviara y empecé a
empujar, en los primeros intentos resbalaba por la raya, pero luego si
le encajé la cabeza y de a poco todo el resto, la piba lloraba pero no
me pedía que se la sacara, y la verdad es que escuchar sus sollozos me
calentaban mucho más todavía, así que se la seguí metiendo hasta tener
un poco más de la mitad dentro suyo. Tenía el culo más apretadito que
pueda recordar, así que me empecé a mover lentamente para estirarla de
modo que la penetración se hiciera más fluida y ya no le doliera tanto.
Ahora si, la pendeja ya no lloraba, sino que jadeaba y se estremecía
toda de placer, empujando por sí misma las caderas hacia atrás para
ensartarse todavía más en mi verga cada vez más dura y activa. Y después
de unos cuántos combazos, uno más profundo que el otro, se la deje bien
guardada adentro y le acabe en el culo, ella misma me lo pidió.
-¡Quiero que me llenes el culo de leche!- me dijo con una vocecita de nena que me superaba.
Fue
un polvo hermoso, alucinante, de otro mundo. Y de verdad les digo que
todavía no puedo creer la suerte que tuve de hacerlo con ese nena de
dieciocho recién cumplidos.
18 años recien cumplidos
Posteado en Desvirgada , Heterosexual , Jovencitas , Sexo Irracial en por Esperanza
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